10 de Abril, 2009 - 00:00
En la columna de Julio Hernández aparece la participación de un lector, sicoanalista, que expresa de manera exacta el fondo y la razón del insulto. Dice que no hay amor sin odio: “el tamaño y el daño del insulto tienen que ver con lo que el sujeto ve de sí reflejado en el Otro, es él en el otro que insulta. Se agrede al Otro en la medida en que el Otro me muestra un vacío, una falta insoportable negada en mí, que el Otro me la refleja”.
Entendemos mejor ahora el porqué de ese odio desmedido contra Andrés Manuel López Obrador y todo lo que representa.
Tantos insultos a sus seguidores y tanto odio al Movimiento que encabeza se originan en esa carencia de sus contrincantes de lo que él representa.
Matar a mansalva a una mujer luchadora por el hecho de que posee los valores que la derecha perdió, o que nunca tuvo, es una acción que revela ante todo la impotencia de sus asesinos.
Todos los comentarios insultantes que recibimos en este espacio tienen ese fondo. Nos agreden porque conservamos la dignidad, porque defendemos una causa justa, porque seguimos a un líder moral inquebrantable, porque no nos dejamos vencer ni nos atemorizamos por las acciones de la derecha, aunque éstas sean el hostigamiento, la tortura y la muerte.
Cada vez que ocurre una infamia como la que cometieron en contra de Beatriz López, como la que cometieron contra Luís Donaldo Colosio, como la que cometieron contra Lydia Cacho y tantos y tantos luchadores y luchadoras sociales, la fuerza de la conciencia colectiva se potencializa.
Aquí estamos, aquí seguimos luchando sin el miedo absurdo, ese que tienen los que se encuentran vacíos y sin ideales.
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