viernes, 14 de mayo de 2010

Recesión a la vista ...Pablo Gómez


Los europeos occidentales se han puesto de acuerdo sobre el acuerdo que ya habían tomado hace años: reducir su déficit público. Pero pocos se preguntan por qué nunca fue cumplido aquel objetivo y sólo unos cuantos países se mantuvieron por debajo del límite de 3 por ciento anual. Ahora, ante la llamada chatarrización de la deuda pública griega y sus efectos alarmistas en los mercados, se les ha puesto al orden del día desmontar una parte del Estado social y cargar sobre los más necesitados, como casi siempre ocurre.

Si no crece el producto no puede remontarse bien el déficit público. Ésta es una verdad de a kilo que no parece ser suficientemente reconocida por las potencias occidentales, las cuales se conforman con superar la recesión en décimas de punto porcentual, con lo cual ya dicen que ésta ha quedado atrás.

Pero no. La recesión la tienen dentro. No puede ser solución de algo disminuir los salarios de los empleados públicos y mucho menos las jubilaciones, como ha anunciado Zapatero en España, para no hablar de la draconiana política del gobierno de Grecia. Si no crece la producción económica es imposible solucionar el problema del déficit público, y eso es justamente lo que no está presente en la medida necesaria.

Obama ha llamado por teléfono a Zapatero (presidente pro témpore de la Unión Europea) para decirle que es necesario bajar el déficit con inusitada determinación, aunque él se toma las cosas con calma y va despacio. La preocupación de Washington no tiene que ver con la economía europea sino con las repercusiones de ésta en los mercados llamados globales. Sí, la recesión no ha sido superada en sus causas por lo que amenaza al mundo entero, y eso lo sabe muy bien Obama.

Pero, ¿por qué? El esquema de reproducción de capital que predomina hoy se basa en los nuevos inventos. Las viejas ramas de la economía no responden en la medida en que carecen de capacidad para emplear productivamente los grandes excedentes de capital, mientras que la producción de punta no puede digerir sus propias ganancias y, al lanzarlas al resto de la economía, produce una especie de indigestión: no hay dónde poner el capital dinero. Los llamados mercados buscan por todas partes los lugares en los que pueden obtener dos cosas: seguridad y rendimientos. Como estos últimos están bajos exigen el menor riesgo posible. Es evidente que los bonos de los países de alto déficit presupuestal y bajo o nulo crecimiento no dan seguridad a sus poseedores.

Hay tanto dinero en el mundo que la economía capitalista se encuentra empachada. Los gobiernos, indispensables para el funcionamiento del sistema, atentan contra la lógica del capital, al frenar el crecimiento por efecto de sus políticas recesivas, las cuales, a su vez, son producto de la utilización anterior de su propio crédito para financiar sus compromisos de carácter social. Es el peor círculo vicioso: si no crece la producción y, por ende, el consumo, no podrá superarse la estructura del déficit público. El Estado es un socio de todas las empresas a través del cobro de los impuestos y, al mismo tiempo, es un redistribuidor de ganancias. Si la masa de contribuciones no aumenta, el Estado no puede más que tomar dinero del llamado mercado para financiar su gasto.

Bueno, estas cosas que son elementales parecen no tener sentido cuando los europeos se lanzan contra los trabajadores para corregir el déficit público y, todavía peor, reducen la inversión del Estado y, por ende, contribuyen a la estrechez del campo de las inversiones, que es el centro del problema. Sí, tenemos recesión a la vista, o constipación de un catarro recesivo. Es lo mismo.

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