domingo, 16 de abril de 2017

De migrantes a criminales
Jorge Durand
D
espués de un siglo de complicidad y tolerancia con respeto a la migración irregular, el gobierno de Donald Trump se propone poner fin a dicho proceso y resolver por la fuerza y de manera perentoria una situación que involucra a más de 10 millones de personas, la mitad de las cuales son mexicanos de nacimiento.
Los términos de la amenaza ya están señalados en las dos primeras órdenes ejecutivas que firmara el presidente Trump hace un par de meses, una sobre la frontera y otra sobre el control al interior de Estados Unidos.
La primera orden ejecutiva tiene que ver fundamentalmente con la construcción del muro y la dinámica fronteriza. Como se sabe, la mentada construcción tendrá que posponerse hasta que haya dinero y lo apruebe el Congreso. Por lo menos ya se pospuso la discusión para el próximo año. Sobre el pago del muro y la amenaza de que México debía pagarlo se ha entrado en un compás de espera, han disminuido los exabruptos verbales, pero el daño ya está hecho. Según esto el único culpable de la crítica situación que se vive en el país vecino, en cuanto al manejo del tema migratorio, es México.
Para buen número de estadunidenses el asunto del muro se ha convertido en un tema que les afecta y les interesa directamente. El que México deba pagarlo, se ha convertido en un eslogan, en un tópico que difícilmente se dejará de lado por muchos años. No importa que la migración mexicana haya disminuido sensiblemente, no importan los estudios, las cifras, los reportes, las investigaciones serias de uno u otro lado de la frontera. Lo que importa es sembrar cizaña, regar con insidia la discordia.
Con todo, 52 por ciento de la población irregular en Estados Unidos es mexicana de nacimiento y no lo podemos negar. Por añadidura 15 por ciento de los migrantes irregulares en Estados Unidos proviene de Centroamérica y en su inmensa mayoría pasaron como migrantes en tránsito por México. Pero un número semejante proviene de Asia (12.5 por ciento) especialmente chinos, filipinos y coreanos, pero nadie se preocupa mucho por ellos. Los llamados bad hombres hablan español, son mexicanos, centroamericanos, latinos en general. Es ahí donde la insidia de mister Trump ha calado hondo en el público estadunidense que lo sigue.
Pero también hay que reconocer que estas posiciones, explícitamente antimexicanas y por muchas décadas reprimidas, salieron a la luz pública hace unos 10 años en el medio académico universitario, con la voz y firma autorizada de Samuel Huntington, autor del famoso libro Choque de civilizaciones y de uno menos conocido pero más insidioso titulado Who are we (Quiénes somos en español), en Internet se pueden encontrar varias versiones y comentarios de una traducción resumida titulada El reto hispano, cuya versión oficial fue publicada en Foreign Policy.
Con la aureola de infalible profesor de Harvard, Huntington analiza a fondo lo que considera como el sustrato esencial de la sociedad americana. Su posición no es realmente novedosa, dado que revive algo dicho décadas atrás por otros autores, acerca de los tres elementos constitutivos de la sociedad y cultura estadunidenses: raza, origen y religión, la llamada sociedad WASP (White-Anglo Saxon-Protestant).
La verdadera amenaza son los mexicanos y los latinos, que son cultural, racial y religiosamente diferentes. No sólo eso, tienen el descaro de hablar en español en frente de sus narices. Algo que todos los inmigrantes de diferentes nacionalidades han hecho durante siglos, pero que para Huntington constituyen una afrenta. Una amenaza a su cultura e identidad. Y lo dice sin ambigüedades. En El reto hispano, empieza el artículo con la siguiente frase: La llegada constante de inmigrantes hispanos amenaza con dividir Estados Unidos en dos pueblos, dos culturas, dos lenguas. De ahí su ultimátum profético de que para vivir el sueño americano habrá que soñarlo en inglés.
La amenaza cultural que, según Huntington, suponen los hispanos en Estados Unidos, muy pronto se convierte en una amenaza a la seguridad nacional justificada por los acontecimientos de septiembre 11. El choque de civilizaciones justificó y alentó la guerra y el sentimiento antislámico y el reto hispano justificó la guerra antinmigrante.
Un paso más lo da Trump al proponer de manera explícita la criminalización de los mexicanos (sic) como violadores, asesinos y narcotraficantes. Con esa postura inicia su campaña a la presidencia. Los migrantes son los enemigos dentro de Estados Unidos, pero a México, como país, también lo define como enemigo, como una amenaza económica y comercial que no favorece los intereses de Estados Unidos.
Como se dijo, las primeras dos órdenes ejecutivas tuvieron a México y los mexicanos como destinatarios y ahora se ha pasado a nivel práctico y de terreno y se trata de aplicar el principio de tolerancia cero y legalidad forzada. Al comienzo se trataba de atrapar migrantes indocumentados criminales, pero ahora, prácticamente todos pueden ser considerados criminales. Ahora la portación de documentos falsos es un delito mayor y todos los trabajadores indocumentados lo tienen en complicidad con el sistema y con los empleadores, pero eso es harina de otro costal. Los empleadores nunca serán castigados y la ley, en ese caso, no se aplica.
No hay la menor sospecha de que Trump haya leído estos dos libros de Huntington, pero ciertamente fueron textos de cabecera de Steve Bannon, el siniestro asesor de la Casa Blanca que tiene la facultad y el privilegio de hablarle quedito a la oreja del presidente de Estados Unidos. Los migrantes y los mexicanos constituyen una triple amenaza: a la cultura e identidad estadunidense por ser diferentes y hablar español; a la seguridad nacional simbolizada en una frontera porosa y a la seguridad y bienestar de los ciudadanos, por la amenaza que representan los bad hombres.

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