Trump y Peña bajo el mismo techo y con el mismo script. Foto: Presidencia/Cuartoscuro
Washington, D.C.—Durante 405 turbulentos días a cargo de la diplomacia estadounidense, Rex Tillerson se esforzó en manejar la relación con México a través de los conductos institucionales. Fracasó. Jared Kushner, el degradado yerno y asesor de Donald Trump, y Luis Videgaray, le cerraron espacios. Lo marginaron en la toma de decisiones y lo excluyeron de sus maquinaciones secretas para tratar de juntar a Trump y Peña bajo el mismo techo y con el mismo script.
Se sabía que Tillerson tenía los días contados. Su despido el martes fue una muerte anunciada. El punto de quiebre vino cuando dijo, en octubre, que Trump era un “imbécil”. Trump lo escogió por sus cualidades físicas. Alto, canoso, elegante. Idóneo para el reality show. Pero pronto se dio cuenta que antagonizaban casi en todo, desde Irán hasta Norcorea. El cese de Tillerson abrió el espacio para la llegada de un verdadero creyente: Mike Pompeo, director de la CIA y halcón del retrograda Tea Party. Pompeo le lee el pensamiento Trump. Operan en la misma frecuencia. Son igual de intolerantes. Bajo su mando, las relaciones con otros países irán de mal a peor. La dirección de la CIA pasará a Gina Haspel, funcionaria con 30 años de experiencia en la agencia de espionaje donde protegió cárceles clandestinas y supervisó la tortura de presuntos terroristas. Ambos nombramientos deberán ser ratificados por el Senado, proceso que puede tardar, más aún si, como se anticipa, hay oposición.
La caída de Tillerson se dejará sentir en Paseo de la Reforma 305. A principios de mes, en un hecho insólito, la SRE anunció que había dado el beneplácito a un nuevo embajador, pero se abstuvo de revelar el nombre. Medios mexicanos difundieron la versión de que es el empresario Ed Whitacre, ex presidente de la AT&T, General Motor y amigo de Carlos Slim (Arturo Elías corroboró el vinculo).
Han transcurrido más de dos semanas y la presunta designación no ha sido oficializada por la Casa Blanca donde, me aseguran, está atorada. Raj S. Shah, Subsecretario Principal de Prensa de la Casa Blanca, me dijo que “por ahora” no hay ningún anuncio. The Dallas Morning News señaló que Whitacre es amigo de Tillerson. Ambos son empresarios texanos. The Washington Post observó que han compartido puestos en la alta dirección de la petrolera Exxon y han sido presidentes de los Boy Scouts de América. ¿Es  Whitacre el candidato de Tillerson y no de Trump? De ser así, con Tillerson fuera de la escena, lo más probable es que el supuesto nombramiento no pase del beneplácito anónimo de Videgaray. Una más para el anecdotario.
Tillerson era un estorbo para la política brinca-trancas de Videgaray y Kushner. La dinámica del dúo es un replay de los 90. Fernando Solana era el canciller nominal de Carlos Salinas, pero  el operador de la relación era José Córdoba Montoya, alter ego del presidente. Fue Córdoba Montoya, no Solana, quien viajó a Washington a decirle a la Casa Blanca que Salinas siempre sí quería negociar el TLCAN. Fue Córdoba Montoya, no Solana, quien maquinó tras bambalinas con Robert Zoellick la “reconciliación histórica” que selló el TLCAN. Videgaray y Kushner “solanizaron” a Tillerson.
En comparación a los 15 viajes a Washington de Videgaray, Tillerson sólo estuvo en México dos veces. Ambos en febrero de 2017 y de 2018. Tillerson se condujo como secretario de Estado no como yerno de una cleptocracia. Se entrevistó con Peña y varios secretarios. Habló con la prensa y se hizo acompañar por la embajadora de Estados Unidos, Roberta Jacobson. Trascendió que el profesionalismo de Jacobson, miembro del servicio civil de carrera, causó buena impresión en Tillerson. Pese haber sido designada por Barack Obama, y haber tenido una relación cercana a Hillary Clinton, el hoy ex secretario de Estado pidió a Jacobson, quien renunció a principios de mes, quedarse hasta que tuviera sucesor. Jacobson dimitió a principios de mes. Con su regreso a Estados Unidos en mayo, la sede diplomática podría estar acéfala por tiempo indefinido.
En su corta gestión, Tillerson fue objeto de muchas criticas. Su estilo metódico no gustó. Su mentalidad rentista tampoco. Marginó al servicio exterior. De entrada anunció un recorte de personal del 30 per ciento. Cundió la desmoralización. Muchos se fueron voluntariamente. Otros renunciaron por principios. Se dio una fuga de conocimiento. El hoy ex embajador de Panamá John Feeley, escribió que dimitió porque ya no podía servir a un presidente que distorsiona y traiciona los valores nodales de Estados Unidos.
Al margen de todos los contras, Tillerson se esforzó en cuidar las formas institucionales. Su mayor error fue creer que podía servir a un “imbécil”. El de Videgaray es no entender que, como dice Auster, el que confía en imbéciles termina comportándose como un imbécil. Un canciller, por más servil que sea, no mete a su presidente a situaciones absurdamente imposibles. Videgaray es responsable desde el “si tus militares no pueden los míos sí”, hasta el “¿estás loco?” de Trump. Videgaray no está leyendo bien a Trump ni la realidad estadounidense. Los cambios empeorarán la ruptura del trato institucional. Fortalecerán el amasiato Videgaray-yerno. Más allá de eso la única certeza es la incertidumbre.

Twitter: @DoliaEstevez