domingo, 30 de agosto de 2015

Ya no hay tríada: Guzmán, peñista puro

Peña Nieto intentó engordar su caballada con Manlio Fabio Beltrones, Emilio Gamboa, César Camacho, José Calzada y con esa mezcla híbrida que es José Antonio Meade; además, con Aurelio Nuño, joven maravilla de su grupo compacto
por  el 
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La gran sorpresa es Meade, protagonista de una de las carreras más meteóricas de la historia de la burocracia. Por lo pronto, ya es precandidato presidencial
Nuño perdió su lugar de privilegio al lado del Presidente en Los Pinos, pero gana una Secretaría y el derecho a apostar por su futuro
Necio de mí, debí escuchar al funcionario de altísimo nivel que por lo menos tres señales me ha dado, muestras de su real cercanía con el Presidente Peña Nieto; en la penúltima me preguntó: ¿Cómo ves a José Antonio Meade? Con aire de suficiencia dije que no, que no lo veía. Desde el jueves lo veo hasta en la sopa y, pese a su pasado panista, hasta los priístas empiezan a preocuparse; les consuela que sea itamita, egresado del ITAM.
Es innegable que hoy, al arrancar la segunda mitad del sexenio, cuando los protagonistas de todas las fuerzas ven hacia el futuro y la carrera es encabezada por Andrés Manuel López Obrador, Margarita Zavala y hasta Jaime “El Bronco” Rodríguez, con los priístas siguiéndolos muy a la cola, Peña Nieto intentó engordar su caballada con Manlio Fabio Beltrones, Emilio Gamboa, César Camacho, José Calzada y con esa mezcla híbrida de panismo con priísmo que es José Antonio Meade, pero, además, con el joven maravilla de su grupo compacto, Aurelio Nuño, que intenta engañarnos con un “rotundo no”, pero parafraseando a Manlio, que también dice que no, pero sí quiere.
La gran sorpresa es Meade; con Aurelio no la hay porque desde su irresistible ex oficina, en la que recibía y manejaba toda la información privilegiada (y a la que no siéndolo se la concedía sólo con su palabra), promovió, en los medios, su ascenso burocrático mucho antes de que Emilio Chuayffet guardara cama por enfermedad.
Meade es protagonista de una de las carreras más meteóricas de la historia de la burocracia, aunque desde 1991 iniciara la brega en las ligas menores, como analista de la Comisión Nacional de Seguros y Fianzas.
Es conocida su proclividad a coleccionar lo que le venga en gana, excepto mariposas, estampillas de correos o fotografías de futbolistas: Posee dos doctorados, uno en economía y otro en Derecho; en 2008 inició la colección de dos subsecretarías, pero en 2011 ascendió a acaparador de secretarías. Hoy, con Desarrollo Social, cuenta con cuatro en su haber en apenas cuatro años. Toda una marca; aún le quedan dos años para ocupar dos más; por lo pronto, ya es precandidato presidencial.

MEADE SOBREPASA A CASI TODOS

Todo esto no lo pudo presumir Luis Donaldo Colosio, que del sótano de Programación y Presupuesto brincó a diputado en 1985, y en 1944 se convirtió en candidato presidencial, y mártir de la democracia, después de pasar por el Senado, el PRI y lo que hoy es la Secretaría de Desarrollo Social.
Vaya, ni Juan Camilo Mouriño, que tras ser diputado local en Campeche y candidato derrotado a presidente municipal de la capital estatal pasó a diputado federal, asesor del secretario de Energía, Felipe Calderón, subsecretario de Energía, coordinador de la campaña de Felipe, jefe de la Oficina de la Presidencia, secretario de Gobernación y víctima de un avionazo cuando todo indicaba que sería candidato presidencial.
Ni Felipe Calderón, que apenas pudo ser diputado federal, candidato derrotado a gobernador de Michoacán, líder juvenil y nacional del PAN, y breve director de Banobras y secretario de Energía.
Ni siquiera el Presidente Peña Nieto, que nunca tuvo un puesto federal; gobernador, secretario de Administración y subsecretario de Gobierno en el Estado de México, y diputado local antes de ser candidato presidencial.
En el colmo, ni Carlos Salinas, que sólo fue Secretario de Programación, subsecretario y que ocupó cargos menores en Hacienda.
Meade es un caso extraño de velocista académico y burocrático; sólo le falta ser legislador y Presidente de la República, y lucir un doctorado en ciencias ocultas.

UN PRESIDENTE AYUDADOR

Pero fiel a su costumbre, el Presidente Peña Nieto nos ha vuelto a engañar con la verdad al dar respuesta a la demanda generalizada de cambios en su gabinete; lo hizo el martes 4 con Manlio Fabio Beltrones y lo repitió, el jueves, con los 10 al mover a sus cercanos de aquí para allá e incorporar a sólo dos caras nuevas a posiciones que a nadie inquietan.
Con una pregunta ya me lo había advertido Emilio Chuayffet: ¿Cuántos cambios hizo en el gobierno del Estado de México? Me dio la pista con una afirmación: Se trata de un Presidente ayudador.
A simple vista, la combinación de movimientos parece gatopardiana, más de lo mismo, cambiar para seguir igual; no hay rostros nuevos.
Si acaso el nuevo secretario del Medio Ambiente, Rafael Pacchiano Alamán, que no es del Partido Verde ni del PRI; tampoco ecologista ni nada por el estilo, pero es marido de la responsable de la estrategia digital de la Presidencia, Alejandra Lagunes; un día lo colaron de relleno a una diputación Verde y helo aquí, miembro del gabinete.
Y el de José Calzada, que sintiéndose presidenciable, sólo por el gran cariño que le profesa Peña Nieto, no está acabado, como en circunstancias normales debería estarlo; es el caso de Rodrigo Medina, sepultado en Nuevo León. Un caso extraño el de Calzada, pues nadie que es derrotado asciende, y el ex gobernador de Querétaro entregó la entidad al PAN, pese a haber ejercido una buena administración. Sí, Peña Nieto es un Presidente ayudador.
Hubo un par de cambios obligados; Chuayffet por cuestiones de salud; de no ser por esta circunstancia, que lo regresó a Metepec, permanecería en la SEP o el Presidente lo habría utilizado en otra posición relevante, y Jesús Murillo Karam, que, por cierto, no sufre de cansancio, pero se equivocó al pedir la PGR cuando le preguntaron a dónde quería ir; se mantiene la cuota de género con Rosario Robles, que le agarró la palabra al Presidente y se volvió experta en aguantar; a Claudia Ruiz Massieu la sigue arropando el parentesco.
La única cara nueva no lo es tanto, no al menos el apellido, si bien, hay que reconocerlo, tiene méritos propios: Enrique de la Madrid.
Y todo para que Luis Videgaray y Miguel Osorio Chong continúen adueñados de la situación en la cúpula burocrática, y para alimentar a los futuristas con Aurelio Nuño en el ruedo; es cierto, perdió su lugar de privilegio al lado del Presidente en Los Pinos, pero gana una Secretaría y el derecho a apostar por su futuro.
Y, ya decía, con Meade hay más alimento para los especuladores, pues con cuatro secretarías en cuatro años sólo le faltan nueve lugares en el gabinete para ocuparlos todos. Es una pena que no pueda ser secretario de Marina o de la Defensa Nacional, aunque quién sabe, porque aún es posible reformar la Constitución para que las dirija un civil. Además, siempre se puede rectificar devolviendo la libertad a Seguridad Pública; todo en beneficio de Meade.
Lástima de su panismo original, aunque, ya se sabe, en el área financiera del gobierno no hay partido; se trabaja para quien paga, pero ahora fue investido de salvador de los pobres y, como es mago de los números, quizás en dos años, los 2 millones de pobres de la gestión de Rosario Robles dejen de serlo; bastaría con cambiar de modelo para medir la pobreza, al estilo de Josefina Vázquez Mota.
Sin embargo, sí hay un movimiento estratégico: El Presidente recuperó su propio entorno. La Jefatura de la Oficina de la Presidencia ya es suya; sólo suya.

NADA NUEVO… PERO UNO SIN TELARAÑAS

Desde la salida de David López no había un peñista químicamente puro en la cúspide; de hecho, parecía pecaminoso serlo. Francisco Guzmán, el sustituto de Nuño, ingresó al servicio público como secretario técnico del grupo parlamentario del PRI cuando Peña Nieto era diputado local mexiquense; no pertenece a tribu alguna; no llegó de la mano de los nuevos poderosos ni de los expertos; sólo juega para su primer y único Jefe. Su mando no está en otra oficina.
Dicho de otra manera, ya no hay Tríada, pero, a cambio, el Presidente entregó las llaves de la casa a alguien que sólo juega para él, que no aspira a sucederlo, que no se sirve a sí mismo, a otro ni a otros.
Dirán que Guzmán no posee las características de quienes dieron fama a esa oficina, en el pasado, con otros nombres: Emilio Gamboa, José Córdoba Montoya y Liébano Sáenz, para hablar de los priístas, y de Juan Camilo Mouriño, el único panista a recordar.
No obstante, el nuevo jefe de la Oficina de la Presidencia tiene la ventaja de no querer ser Presidente, por ahora, ni de tener candidato, también por ahora, a menos que se caliente, como pasó a Mouriño y Nuño.
O que en los últimos tres años se dejara seducir por Aurelio, que era su jefe, o que Miguel y Luis lo hubiesen reclutado a espaldas de Peña Nieto. En su momento, Córdoba Montoya bloqueó a Manuel Camacho, empujó a Colosio e impuso a Zedillo; Gamboa fue definitivo para la candidatura de Salinas y Liébano fue quien comunicó a Marta Sahagún que Vicente Fox echaba al PRI de Los Pinos.
Ventaja, también, de Guzmán es que difícilmente se dejará seducir por la altura, pues, en los últimos tres años, estando cerca, muy cerca, como jefe de asesores presidenciales, fue opacado por quienes llegando de fuera avasallaron a los de origen y acumularon el poder.
Ventaja mayor que conoce a Peña Nieto como ninguno; sólo lo superan David López, que salió para ser diputado (quizás, sólo quizás, la Tríada lo ayudó a salir), y los indiscutiblemente leales Tere Morales, Jorge Corona y Erwin Lino.
El Presidente volvió a engañar con la verdad: Hizo cambios en el PRI porque estaba obligado, dado que, después de septiembre, César Camacho ya no podía ejercer el puesto que fue de Humberto Moreira. Echó mano de Manlio Fabio Beltrones porque no tenía a nadie más; ya vimos que Enrique Martínez y Martínez vino y se fue sin que nadie derramara una lágrima.
Nada nuevo hay en el gabinete. El rector José Narro, de la UNAM, que se promovió para la SEP, no fue incluido en el análisis; tampoco se aprovechó la posibilidad de arrancar a Andrés Manuel López Obrador, su carta más fuerte. Juan Ramón de la Fuente sería un gran secretario de Educación, pero no cumple la condición de presidenciable, pues no pertenece a partido alguno y tampoco tiene las características de un “Bronco” para aspirar desde la cúpula gubernamental; además, no comparte del todo la Reforma Educativa.
Inexplicablemente, de la fuga de “El Chapo” sólo hay un responsable, Alejandro Monte Rubido, pero la permanencia de Eugenio Imaz en el Cisen demuestra que Osorio Chong sigue tan fuerte como desde que fue el primero de su nivel en acercarse a Peña Nieto para ofrecerle hipotecar su futuro al suyo, cuando el entonces gobernador mexiquense no parecía tener presente.
Y a Luis Videgaray nada le hace mella: Las turbulencias económicas tienen su origen en el extranjero, pero, además, está dispuesto a ceder a las peticiones empresariales para evitar que los hombres del dinero y, consecuentemente, del poder arrebaten al PRI otra gubernatura, como lo hicieron con Nuevo León, y se atraviesen en su camino hacia Los Pinos; más aún, hasta es posible que esté dispuesto a ceder ante César, Manlio y Emilio para rebajar un poco el IVA y el ISR. Por si faltara, su manera sui géneris de pagar su casa de Malinalco a Juan Armando Hinojosa está protegida por la operación de la casa blanca.
Pues sí, no hice caso a quien dos meses atrás me preguntó cómo veía a Meade. Hoy sí lo veo como coleccionista de grados académicos y posiciones de todo rango en el gobierno. Quienes lo conocen tienen la seguridad de que ya está a la caza de la mejor pieza, la banda presidencial, para colocarla en la pared, en donde presume todos sus nombramientos, que incluyen hasta la dirección del Banrural, Consar e IPAB, etcétera.
¿Y el Presidente Peña Nieto? Gozando de la ingenuidad de quienes jugamos a la especulación y esperábamos grandes sorpresas en los nuevos nombramientos sin preguntarnos, en todo caso, ¿en dónde están los grandes nombres? ¿De dónde podría sacarlos?
Emilio Chuayffet, por problemas de salud, Jesús Murillo Karam, por cansancio prolongado, y Enrique Martínez y Martínez, porque nunca estuvo.
Francisco Guzmán, desde la campaña a gobernador, puro. Sin telarañas.

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