viernes, 25 de diciembre de 2020

 Ciudad perdida

Alianzas partidistas como negocio

N

i la preocupación por el rumbo que ha tomado el país, ni las condiciones a que obliga una doctrina ideológica, ni mucho menos –el cerebro no les da para tanto– tratar de arrebatarle recursos al gobierno para que los distribuya entre los pobres. Se trata de la salud financiera de un grupo de políticos a los que se les podría acabar la chamba si no le echan montón a Morena.

Está claro: frente a ese peligro, el de quedarse sin dinero, y sin empleo, los miembros más encumbrados de lo que queda del PRI, el resto del panismo en picada y las migajas del PRD acordaron construir un pequeño bote salvavidas con el que puedan transitar en las elecciones. Todos apiñados, como en el Metro.

Sí, se han mezclado, pero cada uno quiere seguir siendo el reyecito de su pequeño imperio en decadencia, lo que explica, en parte, por qué no forman, de una vez, un partido de derecha o de ultraderecha si los financian los X, y es que sí, el motivo de esa unión grosera es, todos lo sabemos, su extrema debilidad.

Las encuestas más recientes, sean ciertas o no –la derecha siempre ha confiado en ellas–, hablan de un nuevo triunfo de Morena en más de 80 por ciento de los puestos que están en juego, cifra lo suficientemente alarmante para que los miembros de cada una de las organizaciones coaligadas supongan que podrían, además –todos juntos– darle algo de credibilidad al grito de fraude que preparan frente a la debacle que viene.

Pero también es el dinero; sólo unidos podrán conseguir las prerrogativas que les permitan sobrevivir, aunque después, inevitablemente, unos atacarán a los otros para quedarse con los tres partidos y formar lo que la ultraderecha X siempre ha soñado: el partido de los patrones, donde sólo los X manden.

Sin embargo, los que hoy se juntaron tienen dinero; no es de ellos, claro, es una especie de préstamo que deberán pagar, ganen o no, porque para los patrones no es capital de riesgo, es un negocio al que hay que sacarle provecho. Ese podría ser parte del contrato con el cual se desempeñan los partidos y sus patrones.

Y hablamos de los patrones porque el asunto es que ellos, que no necesitan dinero –hicieron bastante durante el periodo neoliberal–, sí podrían tener una base ideológica con la que moverán y presionarán a las organizaciones políticas de tal forma que poco a poco se adueñen de ellas, y como ya dijimos, se forme por fin el partido de la ultraderecha.

De pasadita

Víctor Quintana, un chihuahuense luchador por los derechos civiles de toda su vida, buscó ser candidato de Morena al gobierno de su estado y fue rechazado por cuestiones técnicas, dijo Mario Delgado, algo que más que raro nos hace suponer un inmensa falta de argumentos políticos para tratar de rebatir un fallo injusto.

Quintana, que tiene la tercera parte del consejo de Morena a su favor, no fue incluido en la encuesta que designaría al candidato a la gubernatura porque a Delgado no le dio la gana o porque tiene que cumplir con compromisos que rebasan todas sus buenas intenciones, si las tiene.

Quintana representaba la posibilidad de sanear lo que el actual gobernador, Javier Corral, ha pervertido, y sabe cómo hacerlo porque conoce la entraña del gobierno al que renunció después de haber creído que Corral respetaría la representación ciudadana que él, Quintana, significaba.

La confianza de que el aparato de Morena, con el solo nombre de Andrés Manuel López Obrador, pueda ganar las elecciones ha ido alimentando la impunidad en las decisiones injustas por las que, más temprano que tarde, habrán de juzgar al gobierno de la 4T. Aún no es tarde para entender que dentro de Morena también debe haber un cambio profundo.

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