ranscurridos trepidantes años de cambios, ¿qué resta en los tres siguientes? Algunos dirán que lo prudente es asegurar lo hecho. Otros pedirán abandonar las pretensiones de continuidad por el mismo camino y modificar, al menos, su intensidad y rapidez con que se ha llevado a cabo el proceso. Pero, sin duda, habrá una mayoría que puje por no cejar, no dar tregua, a la misión emprendida. El beneficio colectivo lo avala. Lo cierto es que la segunda parte del sexenio no se atisba fácil ni rectilínea, sino plagada de presiones y exigencias de cumplimientos.
Entonces, ¿cómo visualizar lo que se tiene por delante? Habrá entonces que recordar varias enseñanzas pasadas. Una dice que detenerse es claudicar. Otras voces dirán que deberán ser días para la concordia si se quiere llegar entero al final. Recapitular puede ser sinónimo de fracaso, de perder impulso y dejar las tareas a medio camino. La verdad es que repensar lo andado se convierte en una suerte de acertijo difícil de clarificar. Pero se tiene que hacer el esfuerzo que puede significar darse la posibilidad de cumplir sueños, de no abandonar tareas y dejarlas inconclusas. La reciedumbre es una de las condicionantes del éxito en la aventura emprendida. El empujón que abra las últimas puertas.
Con lo anterior en mente, bien se pueden ensayar respuestas. Acciones que están en movimiento, puestas ahí, en espera de señales sobre la ruta en marcha. El bagaje que se acarrea puede y contiene lo que a continuación conviene proseguir. Voltear atrás apenas vale para dar el empujón en los tres años restantes.
Como toda materia donde está en juego el poder, se impone siempre la mejor manera de perpetuarlo. Y esa continuidad se amasa con perseverancia y con la fidelidad al propio diseño. Contemporizar con los que se atraviesan, sin razón verdadera, en la ruta marcada entraña peligros y trampas de los que habrá de alejarse. Lo importante es poder tantear los obstáculos, no para detenerse a calibrarlos, sino para encontrar la manera de librarlos. En fin, que no es ni será una travesía fácil y predicha, menos aún escrita en algún sabio tratado de éxitos seguros.
La segunda mitad de este sexenio empezó con algunas pérdidas que ya se extrañan: el dominio del Congreso es algo distinto ahora. Frente a esta nueva realidad se habrá de imponer la política como negociación constante. El convencimiento para lograr mayorías tendrá que provenir, en primer lugar, de las bondades de lo propuesto. El cambio que se introdujo en el Senado, con la vuelta de Sánchez Cordero a su escaño, puede ayudar en tales asuntos. Esquivar, por tanto, precipitaciones y, más aún, pleitos o divisiones.
Las mayores dificultades para lograr las indispensables mayorías para los cambios de calado radica entre los diputados. Ahí hará falta maniobrar con solvente talento para no provocar rupturas que tornen imposibles los acuerdos. Aun si se tiene la soltura asegurada para aprobar el presupuesto anual, mucho ayudará la participación opositora en su contenido y también en su ejecución.
El pronóstico reservado estriba en la eficacia que desplieguen las agencias del Ejecutivo federal, al mismo tiempo que se ensamblen los empeños locales de los estados y municipios. Para este fin, escuchar alternativas y tomar el pulso correcto está el nuevo secretario de Gobernación. Tendrá que ser un confiable correo del Ejecutivo, su mera voz, para la tranquilidad o para la presión. El año entrante habrá elecciones cruciales por varias gubernaturas, cruciales para una mejor consolidación de la gobernanza. La gobernanza es la piedra angular de la continuidad del proyecto en marcha. Para pulirla y acrecentarla se debe emplear el tiempo y los recursos necesarios. El pivote, hasta ahora faltante, será delicada misión de Augusto López. La base social con que hasta ahora se cuenta deberá tratársele con esmero, con obligada sensibilidad. Una merma en este sostén dejará inconclusa la ambición transformadora. Los satisfactores de sectores urbanos –clases medias– que vienen solicitando becas, empleo digno, salario mejorado, siembra de oportunidades, respetos y seguridad, salud aún en medio de la pandemia, son algunos de ellos a cuidar.
Para la consolidación de los grandes proyectos en construcción se requiere la misma perseverancia observada en el primer tramo. Su conclusión en el tiempo predicho fijará la confianza, tanto en el liderazgo como en el equipo de apoyo. Pero el meollo de esta trayectoria faltante estriba en el manejo de la sucesión ya adelantada. Ahí se condensan los apuros, las tensiones, la meticulosa puesta en escena de la transmisión del poder. El cuidado y la conciliación de los actores de este verdadero drama político será la misión permanente a ejecutar.
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