miércoles, 30 de junio de 2010

Camacho traicionó en 1993 y traiciona en 2010...Federico Arreola

Conocí a Manuel Camacho Solís en 1992. Si no recuerdo mal, me lo presentó en El Norte de Monterrey el señor Alejandro Junco de la Vega, principal accionista de ese diario que, un año más tarde, llegó a la Ciudad de México con el nombre de "Reforma".


En aquella ocasión solo lo saludé en la oficina de Junco, es decir, hablé muy poco con Camacho. Fue a mediados de 1993 cuando conversé por primera vez más o menos largamente con el mencionado político. El tema de nuestra charla fue Luis Donaldo Colosio, que era mi amigo.


Colosio y Camacho competían por la candidatura presidencial del PRI. Camacho sabía de mi amistad con Colosio, así que me había convocado nada más para decirme que Luis Donaldo no tenía ninguna posibilidad de ser el elegido. Tan mal informado estaba.


Vi a Camacho como un tipo penosamente ingenuo y extremadamente ambicioso. En la plática se negó a aceptar la menor posibilidad de que Colosio lo derrotara."Imposible", repitió hasta volverme loco. Como todos sabemos, Colosio y Camacho compitieron bajo las reglas de aquel PRI. Los dos las aceptaron, no intentaron cambiarlas y se comprometieron a respetar el resultado del juego. Perdió Camacho, ganó Colosio.


Mal perdedor, Manuel Camacho se negó a acepar en noviembre de 1993 su derrota. Y desde ese momento trabajó exclusivamente para perjudicar a Luis Donaldo Colosio. Fue tan desleal la actuación de Camacho durante varios meses que, cuando asesinaron a Luis Donaldo, en el funeral, Diana Laura Riojas de Colosio ordenó que lo echaran. Fui testigo de cómo Alfonso Durazo le dijo: "La señora le pide respetuosamente que se retire".


Volví a hablar con Camacho en 1997. El que me pidió verlo fue Óscar Argüelles, actual director de Comunicación de Marcelo Ebrard. En este nuevo encuentro Manuel Camacho solo quería preguntarme qué era lo que verdaderamente opinaba Diana Laura de él, porque no podía creer que esta maravillosa mujer se hubiese ido a la tumba sin perdonarlo. "Lo siento, Manuel", le dije, "la última vez que hablé con Diana ella seguía despreciándote".


La tercera vez que hablé con Camacho ocurrió en 2004, en la época del proceso de desafuero de Andrés Manuel López Obrador. Camacho le había pedido a Carlos Marín, a la sazón mi subordinado en Milenio, que me convenciera de hablar con él. Acepté. Camacho me pidió que convocara a Manlio Fabio Beltrones a la casa de Javier Moreno Valle para pedirle a ese político priista que actuara con sensatez e impidiera que le quitaran rápidamente el fuero a AMLO. Manlio aceptó y el desafuero se dio muchos meses después, lo que le dio a López Obrador tiempo para organizar una defensa política y aun jurídica.


Cuando dejé la dirección de Milenio y fui invitado por López Obrador a su campaña electoral presidencial, Andrés Manuel me dijo que uno de mis compañeros en el equipo iba a ser Camacho. Le dije a AMLO que aceptaba colaborar aunque yo no confiaba en el tipo que tanto daño le había hecho a Colosio.


Decidí trabajar al lado de Camacho porque, evidentemente, el jefe del grupo era AMLO y este tenía el derecho de invitar a quien se le pegara la gana. En la campaña no me llevé bien con Camacho. Lo intenté, pero el recuerdo de su traición a Luis Donaldo siempre fue más fuerte que mi disciplina.


Ahora, Camacho, como el alacrán, fiel a su naturaleza ha traicionado a López Obrador. Varias veces, solo por molestar, le he dicho a AMLO: "Te lo dije". Y es que, perro que come huevo, aunque le quemen el hocico.


La traición de Camacho no consiste en preferir a Marcelo Ebrard como candidato presidencial del PRD para 2012, lo que es su derecho. Nada de eso. Manuel Camacho es un traidor a todo un movimiento político por otra cosa: ser en la actualidad uno de los principales operadores políticos de Felipe Calderón Hinojosa, el panista que en 2006 recurrió al fraude electoral para llegar al poder.


Ayer martes, por la tarde, vi a Andrés Manuel y le dije: "Por algo Diana Laura ordenó que echaran a Camacho del funeral de Donaldo". Por falso, por chueco, por inmoralmente ambicioso.


El caso es que no desprecio en 2010, a ese grillito menor, más de lo que le despreciaba en 1994. Pero tampoco le desprecio menos.

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