lunes, 26 de octubre de 2020

 La hora cero

E

ste 2020 será marcado por tres grandes factores interrelacionados: la pandemia de Covid-19, la crisis económica que atrajo y la elección presidencial de Estados Unidos. A una semana de los comicios, vale la pena analizar la fotografía del momento tras el segundo y último debate entre Joe Biden y Donald Trump, y cómo la personalidad del presidente estadunidense ha movido los linderos de la política y modificado la manera en la que entendemos.

Nos guste o no el estilo de Trump, su irrupción en la política significó un terremoto para las formas y tradiciones entre demócratas y republicanos. Su mayor cualidad ha sido la de presentarse como un no político en tiempos en los que los ciudadanos desconfían de los políticos profesionales, aglomerados en eso que llamamos el establishment. En el más reciente debate, Trump se lo dijo a Biden en repetidas ocasiones: hablas como un político, Joe, por eso gané hace cuatro años. Es cierto, los 47 años de experiencia política y legislativa de Biden –algo que hace una década parecería un gran activo– es su principal debilidad.

Como observadores y ciudadanos de un país que se ve afectado directamente por lo que suceda en Washington, no deja de sorprender cómo un hombre tan polémico, tan provocador, tan agresivo en su estilo de hacer política, puede mantener un apoyo de más de 40 por ciento de los electores potenciales. Me atrevo a pensar que Trump lo ha logrado posicionando dos cosas: que, independientemente de su estilo, él es eficaz, y que la “grandeza americana” no puede reconstruirse teniendo una posición frágil, suave, cordial, con el resto del mundo. Esa idea ha atrapado a una buena parte de la población, al grado que, gane o pierda, el magnate ya corrió a la derecha la narrativa con la que se hace política en Estados Unidos. Su idea de una economía más cerrada, protegida de la amenaza de China, su idea de privilegiar empleos en lo que fueron los grandes corredores industriales de la posguerra, frente a la amenaza globalizadora que lleva empleos fuera del país (es decir, a México), han sido interiorizadas por demócratas y republicanos.

El propio Biden ha tenido que adoptar una posición mucho menos global en términos económicos que lo que pudo defender Hillary Clinton hace cuatro años. Además, Trump movió varios grados a la derecha lo que consideramos derecha, y varios grados a la izquierda, lo que entendemos por izquierda, vilipendiando a los liberales con un discurso propio del macartismo anticomunista. Insisto, gane o pierda, el legado de Trump en términos políticos estará ahí: una sociedad más polarizada, dividida, ávida de medidas antiglobales, que añora con nostalgia las condiciones de vida de la posguerra.

¿Qué pasará dentro de unos días? Todas las encuestas colocan a Biden como puntero. La probabilidad de que el demócrata triunfe es mayor que un repunte de Trump. Sin embargo, como nos enseñaron las elecciones de 2000 y 2016, los estados columpio donde se definen los votos del colegio electoral en la elección indirecta, pueden cerrar los resultados o inclinar la balanza: Ohio, Florida, Carolina del Norte, Pensilvania y Nueva Hampshire, se han convertido en el fiel de esa balanza electoral en Estados Unidos.

Joe Biden cierra la semana con una enorme ventaja: acudió a la cita más peligrosa de la contienda (un debate donde Trump no tenía nada qué perder) y salió bien librado. Cuando empatas y vas a la cabeza, esa igualada es un triunfo, y es lo que le pasó a Biden, quien se vio ligeramente más agresivo y confrontativo que en el primer debate.

En este escenario en el que Biden mantiene una ventaja de entre 9 y 12 puntos dependiendo la encuesta, pero con estados importantes sin una definición clara, la elección corre el riesgo de tener un ganador por menor margen del que indican las encuestas, y llevar la decisión a la esfera judicial; algo por lo que Trump debe estar luchando cada segundo. En otras palabras, la única manera de evitar ese escenario poselectoral sería un amplio e irrebatible triunfo de Biden. Todo lo demás será el preámbulo de una guerra poselectoral donde veremos si Donald Trump es capaz de llevar al límite el andamiaje de la democracia estadunidense. Es la hora cero.

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