domingo, 30 de septiembre de 2007

CHEQUEN ESTO, !!!!

Calderón: las palabras y los hechos
Miguel Ángel Granados Chapa30 Sep. 07Como en el pasado, Felipe Calderón impulsará a un miembro de su gabinete para encabezar su partido, el movimiento obedece al objetivo de que el mandatario pueda contar, en el futuro, con el apoyo de su partidoCada vez más se practica la creencia de que gobernar es hablar, o de que es posible suplir la ausencia de gobierno con palabras. Casi no hay día en que el presidente de la República guarde silencio. Donde quiera que va pronuncia un discurso. En la multitud de palabras que escriben los redactores de sus textos, o que él improvisa, por necesidad, por razones estadísticas, aparecen conceptos interesantes, llamativos, entre la prosa parda que inevitablemente abunda en las alocuciones oficiales.Es difícil atribuir valor significativo a todos los dichos presidenciales, ya que muchos corresponden a circunstancias formales. De creer en el elogio que Calderón hizo el jueves no de la pintura de Diego Rivera, sino de sus ideas y su conducta política, supondríamos que ha abandonado su credo socialcatólico y abrazado a destiempo el del marxismo revolucionario del que el gran muralista fue militante. La obra del artista guanajuatense, según el político michoacano, "tenía una función didáctica, una función política, una función de divulgación de valores y, sobre todo, de construcción de identidad".Por su juventud y por su marginalidad al arte revolucionario Calderón acaso ignora que la pintura de Rivera fue maldita y repudiada por el conservadurismo de cuyo seno brotó el PAN, que tuvo la fuerza para hacer que el pintor se autocensurara y eliminara de su mural del hotel Del Prado la síntesis de la convicción liberal de Ignacio Ramírez, El Nigromante: "Dios no existe". En cambio, porque se trataba de un acto protocolario -la inauguración de la exposición Epopeya mural, comienzo del homenaje a Rivera, por el cincuentenario de su muerte- a Calderón le parecía laudable que el pintor "no sólo se atrevió a soñar con fuerza y a creer en sus sueños, sino a militar activamente para llevarlos adelante".En una suerte de prolongación de su multicitado discurso del viernes anterior, el Presidente dijo que "Diego Rivera fue un líder de su tiempo que se atrevió a imaginar un México mejor, denunciando a través de su obra los atropellos de la historia pasada y del presente, las injusticias, formando a nuevas generaciones de artistas también comprometidos con su realidad social y arriesgando también su propia vida". Calderón hablaba en el Palacio de Bellas Artes, rodeado por miembros del Estado Mayor y de la Policía Federal Preventiva, como es ya regla observada dondequiera que va, por el asedio sonoro con que lo impugnan pequeñas multitudes más próximas al homenajeado que al homenajeador. Difícilmente alguno de los participantes en la fiesta, amenizada con música grabada de Juan Gabriel, tenía presente que a ese recinto había sido llevado el féretro de Frida Kahlo, la querida mujer de Rivera, que Arturo García Bustos, discípulo de la pintora, cubrió con un estandarte del Partido Comunista Mexicano, al que pertenecía casi toda la grey reunida allí. Ni que ese mínimo acto serviría para que la intolerancia de la época provocara el despido de Andrés Iduarte de la dirección del INBA.El viernes anterior, en efecto, Calderón dijo un discurso sobre liderazgo que ha llamado la atención no sólo de quienes lo oyeron directamente sino de quienes han conocido retazos difundidos por los medios de información. Se ha querido ver en esas palabras un golpe de timón y en el colmo de la exageración hasta la verdadera toma de posesión presidencial, algo tardía. Desde la casa presidencial se ha alentado la sobrevaluación del discurso y se ha favorecido una interpretación que no surge de su contenido. Un escribano ignorante, sordo y pedante, que escuchó mal la sugerencia de referir el origen de las palabras presidenciales, las comparó con la literatura de Leon Blois, a quien citó como si conociera, siendo que ni siquiera pudo escribir a derechas el nombre de Léon Bloy, el escritor francés predicador del pobrismo, cuya asendereada existencia fue una permanente denuncia de los ricos como servidores de Satanás.Calderón se mantuvo bien lejos de ese extremo. Citó a Ortega y Gasset, a Elliot, a Gandhi y, de su ámbito mental más cercano, a Herrera y Lazo. Ciertamente hizo afirmaciones contundentes, una especie de mea culpa emparentado con el discurso de asunción presidencial de López Portillo en 1976. Pero distó de abrir una brecha con la clase pudiente, con los poderes fácticos. Y es que lo imposibilitaba la naturaleza de la reunión donde se produjo su desahogo contra la inequidad.Los hermanos Jorge y Raúl Ferráez publican desde 1992 la revista Líderes Mexicanos, de aparición mensual (11 números al año, en realidad). Graduados en las escuelas de comunicación, uno de la Universidad Anáhuac y otro de la Intercontinental, son además directores de la Barra Mexicana de Comunicación en Crisis. Cada edición contiene entrevistas y semblanzas con una media docena de personas públicas, y algunos números son monográficos, dedicados a un grupo o a un personaje. Cada año, desde 2001, dedican una edición a enlistar a Los 300 líderes más influyentes de México, de cada uno de los cuales ofrecen una ficha biográfica. Más que dirigentes, como ha dicho la ingeniera Xóchitl Gálvez, alguna vez huésped de esas páginas, son en realidad figuras conocidas, por su aparición frecuente o permanente en los medios de comunicación. La revista los agrupa en 13 rubros (ciencia, cultura, deportes, empresarios, espectáculos, líderes de opinión, medios, organizaciones civiles, Poder Ejecutivo, Poder Judicial, Poder Legislativo, política y profesionales).Este año la lista apareció en el número de julio, y sus editores convocaron a los incluidos a una comida efectuada el 21 de septiembre, en la que Calderón fue uno de los oradores. Estableció varios contrastes: entre los allí presentes (que no eran todos los 300 mencionados), dotados de más oportunidades que "una niña que ni siquiera llegó a los dos años de edad en la Montaña de Guerrero", o que "un tarahumara en la Barranca del Cobre", o que "una joven en las orillas de Chimalhuacán que ha sido prostituida a sus 13 años en la Merced". O con "los que están ahora levantando su puesto ambulante en uno de los ejes de la Ciudad de México" o "una cosecha que no les dejará siquiera para comer los próximos dos meses". Deploró que en el pasado las minorías selectas no se hayan asumido "corresponsables de su tiempo" y que, al contrario, hayan sacado provecho de las crisis: "cuántas veces hemos perdido, cuantas crisis económicas en nuestro México reciente han mandado a más de la mitad de los mexicanos a la miseria otra vez. Cuántas fortunas se han construido sobre la sangre y el dolor de esa mitad de mexicanos".No reprendió, como se ha dicho, a los asistentes, a los que reconoció ser diferentes a las generaciones que se opacan y se achican. Los instó, citando a Gandhi, a no "hacer política sin principios, comercio sin moral y oración sin sacrificio". Los llamó a responder a los "ciento y pico millones de mexicanos" que "allá afuera" esperan "a ver a qué horas hay una fuerza nacional capaz de entenderse y hablar", que hay "una minoría selecta... capaz de mover a este país en una dirección distinta al lamento eterno que nos han enseñado a ser". Invitó a los presentes "a ser lo que se dice que somos, a soñar con fuerza, a creer en lo que soñamos, a ser congruentes entre lo que soñamos, decimos y hacemos y sobre todo a creer, y a creer firmemente, en México a transformarlo, a hacerlo...".En la semana siguiente a ese viernes de palabras, Calderón tropezó con los hechos: aplazó la entrada en vigor del incremento al precio de algunos combustibles y congeló por tres meses los de otros. Con alto costo fiscal no pudo, sin embargo, hacer que la carestía a la que quiso responder volviera atrás, pues al contrario de la ley física, en economía no todo lo que sube tiene que caer. Lo hizo en prenda de confianza a los legisladores priistas, que se lo pidieron. No en función siquiera de su propio partido, con el que cuenta menos de lo necesario, razón por la cual afectó la integración de su gabinete para impulsar, desde Los Pinos, como en los viejos tiempos, a su amigo -como en los viejos tiempos- Germán Martínez. Diestro político, éste dejó la Secretaría de la Función Pública no para ganar una elección, sino el partido mismo, a "los meones de agua bendita" que dijera Adolfo Christlieb Ibarrola. Correo electrónico: miguelangel@granadoschapa.com .

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