domingo, 29 de diciembre de 2019

Felipe sigue siendo Felipe: insoportable y narcisista

  
Felipe Calderón
Felipe Calderón. Fernando Carranza Garcia/Cuartoscuro
Era en la época del 2000, donde se comenzaba a fortalecer la imagen de Andrés Manuel López Obrador como la máxima figura y referente de la izquierda en nuestro país. El malestar social, fue capitalizado por el tabasqueño, sin embargo, los alcances de la guerra sucia, la complicidad del sistema y de las instituciones autónomas electorales, fue escalando en un sobresaliente desaseo para terminar creando un polémico triunfo de Felipe Calderón Hinojosa. Esos actos, hacen reflexionar e ir pensando que la ilegalidad, ha sido lucrada por esa patología mitómana que ha socavado a la democracia.
El temperamento de Calderón, daba la impresión de ser un personaje alzado y vanidoso por sus actitudes y la narrativa que formulaba; su discurso descalificador, desgarraba sin miramientos la fragilidad asociada a nuestro sistema político electoral que, en un sinfín de ocasiones, mantuvo un comportamiento blandengue. Ahí se comenzó a tener testimonios de un expresidente distante, inflexible y acrítico, no solo con la sociedad, sino que generó de igual forma una atmósfera latente del resurgimiento de una figura omnipotente y envanecida con una vestidura de comandante en jefe de las fuerzas armadas mexicanas empoderado e intocable para obtener respeto y admiración. Caso contrario, se evidenció una ingobernabilidad y un esquema de corrupción a mansalva por el continuismo que fue conviviendo a través del legado conservador.
Impulsado por una lingüística para formular un partido de Estado, y las aspiraciones de imponer las reglas en el CEN del PAN, afanosamente fue indolente al abrir la brecha y tender la alfombra a una mezquindad que fue determinante a fin de fraguar una transición con EPN; es factible que eso haya sido la punta de la madeja que no logró capitalizar el tránsito de una Josefina Vázquez Mota que acaparaba más desinterés que elocuencia. Después, vino Gustavo Madero, y el calderonismo sufría la orfandad de un liderazgo que pasó a manos de otros referentes; el costo del desafecto a ciertos cuadros del panismo, cobraba factura y choque entre la nueva dirigencia de Acción Nacional que hizo todo lo posible por excluir al expresidente. El distanciamiento era obvio: los Calderón seguían pensando seriamente en regresar al poder, está vez, de la mano de su cónyuge Margarita Zavala. La lucha interna adquirió un tono que avizoraba un resquebrajamiento interno que se agudizó en un antagonismo de Ricardo Anaya y Felipe, por la pelea encarnizada de la candidatura del 2018.
Calderón quedó atrapado por la ausencia de una candidatura de Margarita que nunca aventajó, ni terminó por despegar. La sensación se veía compleja, ya que Andrés Manuel López Obrador, concretó esa avalancha de malestar y desconfianza por ese andamiaje que respondió a una percepción de la manipulación, el fraude, la corrupción y esos elementos que sobrepasaban el marco democrático de nuestro país. El fracaso de Calderón, se consumaba porque evidenciaba una conducta narcisista, envanecida, soez y fraudulenta que ha quedado en la memoria histórica de todos los mexicanos.
Por esa razón, Calderón ha caído en detrimento, porque ha sido rutinario no solo su comportamiento en la política, sino de igual forma, ese modo tan particular y despectivo que se ha arraigado en su figura; ése es el juicio que nos hace repensar que Felipe sigue siendo Felipe.

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