Y llegan las condenas arrasadoras a lo que señaló la ahora comisionada de Energía Norma Leticia Campos Aragón acerca de la inevitabilidad de cierto grado de destrucción de la naturaleza. El problema es que sus críticos no viven encuerados en medio de la jungla amazónica, la estepa rusa o la sabana africana, ¿verdad?
Pues no: usan electricidad, gas y agua potable (¡el cloro, Virgen santísima!), transitan por caminos asfaltados, tragan carne y/o verduras que crecen en campos arrancados a los bosques y/o a las selvas, se visten con telas sintéticas o de algodón o de lana o con cuero o con plumas, ponen sus muy ambientalistas nalgas sobre sillas de madera (y deforestan), hierro, aluminio o plástico (y contribuyen a la industria extractiva depredadora) y viven en grandes costras de cemento llamadas ciudades que son como una lepra planetaria.
Miren, la existencia humana no puede abstenerse de algún grado de destrucción ambiental, así que dejen de jugar al fundamentalismo verde, sean menos hipócritas y más consecuentes: péguense un tiro y regálenle a la Pachamama unos buenos kilos de abono como mínimo desagravio por toda la destrucción que le causaron.
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