Ciudad perdida
Ser o no ser: la disyuntiva de Morena
Miguel Ángel Velázquez
L
a disyuntiva no está en quién puede presidir Morena. Más bien, lo que se tiene que decidir es si se busca que se convierta en partido o lo dejan como está.
Durante el último año, cuando menos, la señora Yeidckol Polevnsky ha dedicado todo su esfuerzo en impedir que Morena se organice como partido político, y sin duda lo ha logrado. Ella está segura de que ese era su cometido, su tarea, por increíble que parezca.
Y es que mantener a la militancia lo suficientemente compartimentada no parece, de ninguna manera, tarea fácil, sobre todo si se piensa que las ambiciones de líderes y grupos han estado tejiendo redes de complicidad a la espera del momento propicio para asaltar la cúpula del organismo.
Pero la actual presidenta lo ha logrado. Para nadie es un secreto que Morena, como se dice en muchos lados, más que un partido político es un estado de ánimo, y que su aparente desorganización no es más que parte de una estrategia que ahora beneficia al poder presidencial, que sin oposición partidista seria hace y deshace sin mayor problema.
Si en una de esas Morena se convierte en partido, tendrá que seguir las directrices que marquen sus documentos fundacionales, que no siempre estarán de acuerdo con el pragmatismo de la misma Presidencia de la República, lo que convertiría al instituto en la oposición de la que hoy carece el país: la oposición a su creador.
Frente a ese panorama, la actual presidenta de Morena debería seguir en el mismo cargo si los estatutos partidarios lo permiten, porque si hay algo que requiere en este momento la Presidencia de la República es el apoyo de su militancia, por más que esto no le guste a muchos grupos que quieren hacer del ataque a López Obrador su mejor virtud.
Para las próximas elecciones, como en el pasado reciente, el voto podría orientarse no hacia Morena, pero sí a López Obrador, y eso es lo que se quiere preservar sin problemas internos, aseguran algunos militantes de Morena, quienes advierten que para construir una estrategia de triunfo no requieren de las luchas intestinas que acarrean las candidaturas, sino fortalecer la figura presidencial como el motivo del voto y como el mensaje que se pretende enviar a la población. Ya veremos.
De pasadita
Por fin fue derrotado. Pasaron cuando menos dos años de lucha diaria, que si bien no lo hicieron mucho más grande sí lo convirtieron en muy peligroso, tanto así que todas las mañanas al salir a la calle era necesario no olvidar su presencia para prevenir cualquier mal.
La mañana del domingo pasado por fin fue derrotado. Una cuadrilla de hombres tomaron la calle. El operativo era escandaloso. No había paso vehicular. Los hombres, con sus uniformes bastante llamativos estudiaban la estrategia de ataque.
Descubrieron que no estaba solo. Observaron que no muy lejos, otro, menos peligroso, pero en plena expansión, más que actuar como cómplice coexistía sin mayores problemas. Cada uno hacía caer a sus víctimas sin celo del otro.
Pero llego el día, detrás de la llegada y la observación de los primeros, llegó otro piquete de hombres decididos. Llegaron en un pequeño camión, se colocaron sus cascos, protegieron sus manos con guantes y calzaron botas aparentemente fuertes como indestructibles.
Después todo sucedió en apenas unos minutos. A la calle llegó una aplanadora chica y la pasó sobre los baches que previamente habían sido rellenados con asfalto. Hoy, al salir de casa, casi en automático, los autos tuercen el camino para evitar los baches que por fin fueron derrotados. Ya no existen.
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