Despertar en la IV República
Pax priísta
odemos dudar de los logros del régimen priísta después de 80 años en el gobierno. Si los comparamos con las metas, más o menos claras de la Revolución Mexicana, el saldo es muy negativo. El país no avanzó en su modernización democrática, no se redujo la desigualdad social ni aumentó el margen de autonomía y dejó crecer la corrupción hasta límites extremos.
Sin embargo, me atrevería a reconocer un logro. Si observamos la historia de México, desde la Guerra de Independencia, hasta la rebelión de Francisco I. Madero, tendremos que aceptar, que salvo el periodo de paz porfiriana
, todo el curso, de más de 100 años, se caracterizó por violencia y desorden intensos.
No deja de asombrar la habilidad de los presidentes, a partir de Lázaro Cárdenas, para lograr un pacto en la clase política triunfante y disciplinarla, al punto de que a partir de 1936 las insurrecciones se reducen y el país emergió como potencia mediana que vivió en paz durante 10 sexenios. Es cierto que Cárdenas logró imponer al régimen con un fraude electoral y que ninguno de los demás presidentes, hasta Ernesto Zedillo, se destacaron por una vocación democrática o un reformismo social, aunque todos ellos se caracterizaron por mantener la estabilidad política y, a querer o no, rechazaron la tentación de relegirse o prolongar su mandato.
Puede dudarse si la paz y la estabilidad condujeron a la modernización del país o perpetuaron un sistema autoritario e injusto, pero no hay duda de que se logró meter en cintura a la clase política y obligarla a aceptar nuevas reglas que condujeron a que los sexenios pudieran sucederse sin violencia. Es de dudarse si fue un logro del PRI que el cambio de régimen que empezó en 2018 se hubiera logrado sin la secuela de violencia que caracterizó a todos los cambios de régimen que hubo en México hasta 1936. Como sea, la resistencia del régimen priísta fue mínima y el cambio de poder se dio en condiciones tranquilas.
He sido crítico del sistema político, pero creo que no podemos evitar el reconocimiento de “la pax priísta” aunque tenga resultados dudosos; tendrá que ser evaluada por los historiadores y críticos y situada en su verdadero contexto.
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