Ciudad confiada y confudida
Bernardo Bátiz V.
La ciudad de ciudades, la de todos los mexicanos, no sólo de los capitalinos o chilangos (aquí la hospitalidad abre las puertas a todos) está confiada y feliz, pero a veces confundida; sus problemas son muchos: tránsito, congestionamiento de vehículos ya no a ciertas horas, sino todo el tiempo; inseguridad creciente, contaminación del aire, escasez de agua. Sin embargo, a pesar de todo, la confiada urbe está siempre de fiesta.
No hay día en que alguno de sus múltiples barrios, pueblos o colonias celebre al santo patrono; se sabe de riesgos y carencias de todo tipo, sin embargo, parece que lo que prevalece es la fiesta y la convivencia; pase lo que pase la función debe continuar. De pronto, en una plaza o una avenida aparecen excelentes ejecutores de instrumentos musicales que, con su sombrero o el estuche del violín abierto para lo que guste dar el respetable, deleitan a los transeúntes que se detienen unos momentos contentos y asombrados.
En el Metro alguien canta con voz bien educada una melodía romántica que arranca suspiros a los pasajeros de más edad y, tal vez, una sonrisa emocionada a la oficinista que va camino a su trabajo. En las madrugadas, los cohetes de las fiestas de las iglesias interrumpen el silencio relativo con su estruendo seco e inconfundible; no son balazos, verdad, alguien comenta y todo queda en un susto para algunas mascotas y en el refunfuñar molesto de los que no quieren entender las costumbres y creencias populares. No faltan aguafiestas. Las cosas cambian, las serenatas se escuchan menos, pero una nueva música se esparce de las modernas bocinas de los reventones de los jóvenes y de los antros que proliferan.
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