domingo, 22 de septiembre de 2019

Los valientes no asesinan

  
Pedro Salmerón
Pedro SalmerónDiego Simón Sánchez / Cuartoscuro

La cobardía es un acto que nadie celebra y la valentía es un rasgo que todo mundo respeta.


A la memoria de mi madre, en el segundo aniversario de su fallecimiento.
Todo mundo o casi todo mundo conoce la anécdota. En el marco de la guerra civil desatada por las Leyes de Reforma, el presidente Benito Juárez y su comitiva, se habían desplazado a Guadalajara, estando en el palacio de gobierno, un piquete de soldados recibió la orden de asesinarlos. Guillermo Prieto, el liberal y poeta, sostiene él mismo que ni recuerda cuántas cosas dijo, pero habló y habló y lo hizo con tal elocuencia que, a pesar de que la comitiva y el presidente Juárez estaban desarmados, logró que los soldados no los ejecutaran. De todo su discurso, lo que quedó para la historia fue la frase: “Los valientes no asesinan”.
Dudo mucho que aquellos soldados pensaran en ese momento en su honor y que el pasar a la historia como cobardes, los haya movido a detener la ejecución. Lo que es un hecho, es que la elocuencia de Guillermo Prieto salvó la vida de los dirigentes liberales en tan difícil trance. Esto acaeció a mediados del siglo XIX.
La cobardía es un acto que nadie celebra y la valentía es un rasgo que todo mundo respeta.
Quizás por eso, el artículo escrito por Pedro Salmerón recordando la ejecución de Eugenio Garza Sada, ha generado tan intenso debate.
No hay duda que existen personas que de buena fe, consideran un rasgo repugnante el asesinato del líder empresarial regiomontano y que no pueden ver un solo rasgo de valor en esa tragedia. Llegan a esa conclusión por sacar de contexto lo ocurrido, por desconocer la historia misma de nuestra patria; por rechazo a la violencia y por equipararlo a los lamentables hechos delictivos que vivimos cotidianamente.
Sin embargo el comando de jóvenes que buscaba secuestrar a Eugenio Garza Sada, no era un grupo delictivo y no era un puñado de cobardes.
Era, como lo hace ver Salmerón, un grupo de valientes, y voy más lejos, era un puñado de revolucionarios.
Jóvenes que habían vivido de cerca el poderoso movimiento estudiantil de 1968 y que habían sufrido con impotencia, la brutal y cobarde represión del 2 de octubre de 1968.
Jóvenes que entre la disyuntiva de seguir empujando y luchando por los cambios del país desde vías no violentas, se decantaron por tomar las armas para transformar nuestra patria. Jóvenes que decidieron poner en riesgo lo más valioso que se tiene: la vida, no por un interés personal o familiar, sino por un sueño superior de justicia y libertad.
Uno puede estar, en pleno siglo XXI, y en la marcha de una revolución sin violencia en el país, en absoluto desacuerdo con los métodos utilizados, pero no podrá acusar de cobardes o de criminales a quienes tomaron las armas buscando realizar una profunda transformación del país en busca de justicia.
Porque además buscaron alzarse en armas en absoluta desventaja, en franca minoría, sin un respaldo popular que los acompañara. Acorralados y desesperados, enfrentando una brutal e inmisericorde represión, que imponía torturas, desapariciones forzadas, asesinatos a mansalva, ejecuciones y masacres a sangre fría desde el poder del Estado. Algunos de esos jóvenes decidieron ciertamente, robar bancos y realizar secuestros, para poder financiar la lucha armada. Se les puede juzgar moralmente lo que se quiera, pero esa fue la determinación que tomaron y para la cual se necesitan agallas.
En ese marco, se dio el intento de secuestro de Eugenio Garza Sada, cuando este empresario regiomontano se trasladaba hacia su oficina en Monterrey. El empresario valientemente opuso resistencia y no permitió que lo introdujeran en el vehículo en que querían llevárselo. El comando decidió ejecutarlo y todo ese episodio terminó en tragedia.
No sé si se conoce los nombres de quienes integraban dicho comando, pero se presume que uno de ellos era Jesús Piedra Ibarra, hijo de Rosario Ibarra de Piedra, quien desde esa fecha se encuentra desaparecido.
Yo no reivindico lo que Eugenio Garza Sada representaba, y no por ello dejó de reconocer la enorme aportación de su tarea empresarial al país.
Hay una biografía muy buena sobre él escrita por Gabriela Recio Cavazos, que da cuenta de la magnitud de su obra, de la enorme huella que dejó, entre las muchas de sus obras la creación del Tecnológico de Monterrey. ¿El que yo reconozca el valor de Garza Sada es una apología de los empresarios? Ciertamente, no. Es simplemente el reconocimiento a una figura grande del empresariado nacional.
El Consejo Coordinador Empresarial, hipócritamente se indigna frente a la aseveración sacada de contexto de Pedro Salmerón, pero en nada imita la obra realizada por Eugenio Garza Sada. Contrario a lo que este empresario realizaba, otorgan salarios miserables, escamotean hasta la menor prestación, no pocos de ellos son empresas buitre de subcontratación; han apoyado a gobiernos genocidas, corruptos, traidores al pueblo y, son ciertamente corresponsables de que hayamos recibido un país en que cinco de cada diez niños comen una vez al día y, ocho de cada diez si son indígenas. Literalmente esos niños se mueren de hambre, debido a las políticas que el Consejo Coordinador Empresarial ha apoyado y de las cuales los citados empresarios, se han beneficiado hasta la náusea. Condenar a niños y niñas mexicanas, por millones, a la miseria más brutal, es un crimen injustificable y, a pesar de ello, hay quien admira profundamente a los 16 oligarcas que concentran 143,000 millones de dólares y ¡ni siquiera pagan sus impuestos! Nadie puede dejar de lado que detrás de esa majadera concentración de riqueza, está la condena a la inanición de esos niños y niñas mexicanas.
Por otra parte, nunca oí a los que hoy están escandalizados por la aseveración de Salmerón, condenar el asesinato de los once jóvenes que en Nochixtlán defendían la educación pública, laica y gratuita. No he percibido un solo comentario frente al crimen monstruoso de la desaparición forzada de los 43 normalistas de Ayotzinapa. Muy por el contrario, he escuchado justificaciones atroces sobre esas monstruosidades. No he visto que condenen la masacre a sangre fría de Tlatlaya, de Tanhuato, Michoacán o de Calera, Zacatecas, donde fueron asesinados a sangre fría 22 jóvenes en el primer caso; 41 personas incluidos niños en el segundo; y siete jóvenes, dos mujeres, una menor de edad de entre ellos, en el último caso.
Bueno, ni siquiera los he oído condenar el crimen de avaricia que llevó a que 49 niños murieran quemados vivos en la guardería ABC, muchos de los cuales siguen con vida con secuelas terribles por ese incendio. Podría seguir enumerando brutalidades contra nuestro pueblo que ellos han justificado abiertamente o apoyado con su cómplice silencio.
Bueno, voy más allá, recientemente han validado expresiones racistas y clasistas infames como las de Ximena y Gabriela García, copilotos de Interjet que promueven actitudes clasistas y racistas en contra del pueblo y de dirigentes de nuestro movimiento -que he vivido en carne propia-, pero hoy, hipócritamente, se desgarran las vestiduras por un artículo de Pedro Salmerón.
Ellos, igual que el Comandante Borolas, son una partida de hipócritas como institución. No dudo que en su seno haya empresarios nacionalistas, comprometidos, trabajadores y sensibles a la problemática social, pero como institución han sido cómplices de lo que he expuesto anteriormente.
Alguien me puede decir que en pleno siglo XXI ya no es posible instrumentar las políticas empresariales realizadas por Eugenio Garza Sada y que sacó de contexto la competencia mundial y la interrelación entre las economías del planeta. No lo comparto, pero pongamos que así fuera; es justo lo que hacen al analizar fuera de contexto un trágico episodio de la guerra sucia desatada por el Estado mexicano y sus gobiernos en turno, en contra de jóvenes que buscaban un cambio profundo en el país y que pagaron con su vida sus sueños de libertad.
Cierro comentando, para mí, Miguel Miramón era un valiente y era un patriota ¿Cómo, reivindicas al líder principal de los conservadores? No lo hago, sus actos hablan por sí mismos: era un valiente y un brillante general. Era un patriota, que trágicamente, murió fusilado por traidor a la patria, porque al término de sus días, apoyó una intervención extranjera contra nuestra país, contra nuestro pueblo y su gobierno legalmente constituido -a tal condición lo llevó su visión conservadora-, perdiéndose el patriotismo en el camino. Los procesos históricos son mucho más complejos para ser juzgados como buenos o malos. Los juicios morales se los puede guardar cada quien para su particular visión; los juicios históricos generan siempre polémica, abren debate y definen posiciones políticas en el contexto en que se realizan.
Gerardo Fernández Noroña.
“El pueblo tiene derecho a vivir y a ser feliz”.

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