Tal vez sea esa seguridad de sentirse imbatible la que lo empiece a llevar por rutas alejadas de los intereses de la gente, de sus electores. Tal vez sea que su interés no va más allá de convertirse en un buen administrador de la ciudad y gobernarla no esté dentro de sus prioridades, pero, sea como fuere, Miguel Ángel Mancera puede estar seguro de que en Azcapotzalco perderá las elecciones.
Este fin de semana, cómodamente sentado, presenció el espectáculo que en la Arena Ciudad de México presentó el grupo financiero dueño del centro de diversión que se instaló en aquella delegación del norte de la ciudad, mientras la policía encapsulaba (término muy usado ahora para evitar el de reprimir) a quienes se manifestaban en contra de la construcción y apertura de ese centro de diversiones.
Pocas son las ideas que se le conocen, y ahora que se lanza a declarar lo hace para ignorar o minimizar la protesta ciudadana, y sin matices, así de directo, concluye que después de cinco horas de encapsulamiento, no hubo abuso de autoridad, y por si fuera poco asegura que el diálogo es el camino para resolver las controversias.
Es posible, digámoslo en su descargo, que el ex procurador no estuviera enterado de cómo actuaron los policías protectores de quienes buscaban protección contra los que exigían seguridad –vaya contradicciones de la vida moderna–, pero a falta de una declaración más conciliadora, más política, recurrió al lugar común para salir del paso. Nada más le faltó decir que se instalaría una mesa de diálogo para solucionar el conflicto que no terminó el fin de semana pasado.
Mancera sabe que no tiene oposición en el DF, que la candidatura de Beatriz Paredes se desinfló y que lo de la señora Wallace, como se le conoce, más que un invento panista es una vacilada.
Pareciera entonces que Mancera ya se contagió del virus de la prepotencia y que siente que nada podrá descarrilar su pretensión de convertirse en el sucesor de Marcelo Ebrard. Pero seguramente hay muchos que siguen paso a paso las tareas del ex procurador y ya se sienten agraviados por ese tipo de declaraciones.
Y sí, es muy probable que llegue a las oficinas del Antiguo Palacio del Ayuntamiento como jefe máximo, pero de nada le servirá si la votación es escasa, si la gente no ve en él al hombre que vaya en busca de justicia y gobierne.
La abstención será su verdadero oponente. Si la gente que no sufrague en las elecciones que vienen es mayor al número de abstenciones de otros comicios, el ex procurador no podrá contar con el respaldo de la gente para bien gobernar, y la historia habrá de contar que su paso por el Zócalo no pasó del ejercicio de la administración.
Es muy probable que construya más puentes y caminos rápidos; también es probable que los negocios de unos cuantos sigan floreciendo, pero no podrá hacer nada para evitar las marchas justas ni las protestas ciudadanas en contra de los males de la ciudad, cada vez más frecuentes; pero, eso sí, será ejemplo de administrador. Nada más.
De pasadita
En una mesa interesada por el futuro político inmediato de México, la pregunta era: Y después de las elecciones, pase lo que pase, ¿cuál será el destino de Morena? La respuesta más rápida era la que apostaba por su desintegración, pero lo que no parece bien explícito es que ese movimiento va para largo, y que busca articular formas alternativas de gobierno. El proceso ya se inició, pero apenas es el principio. Lo importante es que las tareas ya están asignadas y no tienen que ver con el resultado de la elección –se pierda o se gane–, sino con la construcción de una salida justa para el horror de país que nos hereda el panismo, y que busca continuidad con Josefina Vázquez Mota o con Enrique Peña Nieto.
Por eso ahora, más que nunca, el método del doctor Boaventura de Sousa Santos, el de democratizar la democracia, nos acerca a esa puerta de salida, hoy tapiada por intereses que buscan asestar el golpe final a las conciencias que no aceptan la hegemonía del mercado por encima de la justicia social, y de todas las justicias. ¡Bienvenido siempre, doctor!
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