López Obrador, el candidato de Dios
Bernardo Barranco
E
n un sistema presidencialista, la figura del líder, del conductor, del caudillo, es sublimado. El intento por remasterizar el presidencialismo por Peña Nieto ha sido contraproducente para el político mexiquense, quien en su entidad, como gobernador, llegó a gozar niveles de aceptación épicos, apoyado por la poderosa maquinaria de gobierno local y por las televisoras nacionales. También en los procesos electorales, las casas de campaña aspiran a la construcción de personajes
gnósticos, diría Hegel, personas con dotes especiales para gobernar y conducir por sí solos al país. Los candidatos se convierten en mercancías. Las estrategias de los asesores de campaña exaltan a los aspirantes por sus dones y cualidades para cautivar al electorado. Se resaltan las virtudes y magnificencias de los presidenciables que son encumbrados por medios, analistas y periodistas. Los dones como gracia sagrada que deben ser determinantes en el ánimo del votante.
En el siglo pasado, la cargada sobre el candidato designado por el presidente saliente tenía la calidad de
ungido, es decir, era
el elegido, porque el presidente era políticamente equivalente a Dios. Por ello los demás, incluso sus adversarios, debían rendirle inmediatamente pleitesía y lealtad. El ritual priísta del siglo pasado era una rancia colección de grotescas extravagancias. Los medios derramaban miel ante la opinión pública, se exaltaban las probidades excelsas, la heroicidad del candidato y los articulistas de la época, llenaban páginas colmadas de adjetivos gloriosos de quien debería conducir los destinos de la patria. Con evidentes variantes, las actuales casas de campañas de los candidatos hacen lo mismo. Quieren vender al electorado un personaje fabricado y lo defienden con furia ante las críticas de sus malquerientes. Más: en la era mediática es más importante el relato y los tributos que proyecta el personaje que el programa de gobierno.
En los comicios recientes la impostura religiosa de los candidatos y actores políticos ha venido creciendo. Ante una población mayoritariamente creyente y cristiana, tal simulación tiene dividendos. En diciembre de 2009 Peña llevó a su futura esposa a presentarla al papa Benedicto XVI en Roma; de hecho, ahí arranca su precampaña para conquistar la Presidencia. Las suntuosas y patéticas ceremonias religiosas en que por separado los dos gobernadores Duarte –el de Veracruz y el de Chihuahua– entregaban su gestión al Sagrado Corazón de Jesús y a la Inmaculada Virgen María. Ambos, por separado, enfrentan serios cargos por peculado. La panista Margarita Arellano, en Monterrey, entregando su gestión como alcaldesa ante líderes evangélicos en un acto más mediático que religioso. Es tal el nivel de repudio y rechazo de la población por la clase política que ésta encuentra en la religión y en Dios un nivel de legitimidad que el pueblo les rechaza. Hay una regresión a la Edad Media. Durante este proceso electoral –hemos señalado en otras colaboraciones– lo religioso aparece en el discurso y gestos de los candidatos como ninguna otra elección del México moderno.
En este proceso electoral, sin duda, el candidato que más ha utilizado las metáforas religiosas, tanto en sus discursos como en sus gestos, ha sido Andrés Manuel López Obrador, quien de manera reiterada sostiene:
Cuando me preguntan de qué religión soy, digo que soy cristiano, en el sentido más amplio de la palabra, porque Cristo es amor y la justicia es amor. Atención, no dice católico, que procede del griego,
a través de todo, es decir,
universal. AMLO podría ser formalmente el primer presidente evangélico de México. Sin embargo, ha cuidado de guardar una deliberada ambigüedad en su identidad religiosa. Su movimiento se llama Morena en alusión a la Virgen de Guadalupe y la promulgación de su candidatura presidencial la inicia precisamente el 12 de diciembre. Al mismo tiempo, establece una alianza electoral con el PES, partido integrado por evangélicos pentecostales. ¿Una alianza pragmática coyuntural?, o ¿comunión de agendas conservadoras en materia moral? Es una estrategia nueva o hay rastros en su larga trayectoria como político; recordemos su lema como jefe de Gobierno del DF:
Un rayo de luzo la
República amorosa, de la campaña de 2012. Muchos de sus discursos actuales aluden a cuestiones religiosas, como convocar a encuentros ecuménicos, encuentros con los no creyentes. Frente a la crisis ética de la clase política, propone elaborar una
constitución moral, criticada y ridiculizada por muchos. Propone, que ante el evidente divorcio entre la política y la moral es necesario repensar un nuevo pacto entre sociedad, poder y quehacer político. En el pensamiento católico la política es la forma más elevada del amor y de la caridad. Retoma la concepción kantiana de la moral social como búsqueda del bien supremo. Paulo VI, seguidor del filósofo francés Jackes Maritain, sostiene la acción política como servicio sublime a los demás. En el campo académico, en su texto La política como vocación, Max Weber aborda la cuestión definiendo dos vectores éticos de la política. Por un lado, lo que llamó la ética de la convicción y, la otra, la ética de la responsabilidad, esto es, las perspectivas en que se asumen las consecuencias de las decisiones políticas. ¿Moral o política? Parecieran dos campos irreconciliables en las que al parecer AMLO quiere incorporar los valores religiosos como alternativa o nueva mediación.
Hay dos cuestiones preocupantes aquí. El polémico texto de Enrique Krauze en 2006,
El mesías tropical, acentúa la dimensión secular del concepto mesías como el salvador de una nación dañada. A 12 años de distancia la pregunta es: ¿será que AMLO se sienta no sólo el elegido por el pueblo, sino designado por Dios para salvar y traer la salvación, así como la prosperidad para la patria? El Mesías en el sentido bíblico. La segunda preocupación radica en que la polarizante figura de AMLO ha provocado detractores feroces y al mismo tiempo devotos defensores radicales, los llamados chairos o pejezombies. Sin embargo, hay varios registros de adhesiones que van más allá del debate político e ideológico. Nos referimos a actitudes de devoción casi religiosa de un número importante de sus seguidores bajo connotaciones religiosas. En los mítines lo quieren tocar, si no pueden, tocan los objetos con los que tuvo contacto, como el auto en que se desplaza. Hay veladoras con su imagen y otros objetos de veneración en algunos mercados. ¿AMLO para ciertos sectores se está convirtiendo en objeto de culto? ¿Culto a la personalidad que de lo político pasa a la devoción cuasi religiosa? La gente puede creer en lo que quiera, la Constitución y el Estado laico lo avalan. Pero no deja de sorprender.
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