viernes, 27 de marzo de 2020

El polvo es más antiguo
¿De dónde sale el polvo de las casas? La respuesta a esta pregunta no suele ser evidente, salvo para los que viven junto a una fábrica de cemento. Da la impresión de que son las propias viviendas las que lo fabrican porque por cerradas que se mantengan puertas y ventanas, la capa blanquecina de finísimas partículas se depositará de manera inexorable sobre todas las cosas e invadirá todos los rincones. Sea, pues: las casas producen polvo y su fuente de energía es el tiempo.
¿Pero de dónde procede la materia prima?
Hace unos años leí en algún sitio que el polvo de las viviendas no es principalmente tierra traída por el viento ni desprendimientos infinitesimales de la propia construcción sino que está compuesto en 80 por ciento por piel humana, por entrañable y odiosa piel desechada: ocurre que en el fondo seguimos siendo bastante serpientes (del Paraíso, o no) y que al igual que esas prójimas, mudamos de piel en forma periódica. La diferencia es que ellas lo hacen en un momento preciso y de una sola pieza, en tanto que nosotras y nosotros lo hacemos en forma permanente y en fragmentos pequeñísimos. Para decirlo en términos contemporáneos, hacemos en streaming lo que ellas hacen en podcast.
Lo cierto es que al sentarnos, al dormir, al amar, al rascarnos, al trabajar y al tocarnos, nuestra piel se regenera y soltamos pedacitos de pellejo. Al igual que los barcos y los cometas, vamos dejamos una cauda detrás de nosotros.
No estoy seguro de la cientificidad de esos asertos pero me permiten entender de manera nítida por qué ciertos muebles siguen conservando los olores infalsificables de mi abuela y de mi abuelo muchas décadas después de que murieron. Y eso explicaría tanto la raíz de los apegos como el nacimiento de las alergias.
De modo que, de acuerdo con las emociones de la persona en cuestión, estos días de recogimiento necesario podrían servir tanto para llevar a cabo un exorcismo como para efectuar una comunión, dependiendo de los amores y las aversiones de cada quien. Si se trata de lo primero, el ritual consistirá en una limpieza profunda de muros, muebles y objetos para eliminar las almas en pena; si es lo segundo, el procedimiento consistirá en impregnarse de esa sustancia tan cotidiana como misteriosa que abunda en las casas. Y para dar rienda a pasiones muy intensas, se puede juntar el polvo ancestral en rayitas y aspirarlo como si fuera cocaína. Dice la leyenda que eso hizo el atascado de Keith Richards, fundador de los Rolling Stones, con las cenizas de su papá, aunque el sujeto nunca ha querido compartir los pormenores de esa experiencia.
Una salida intermedia y razonable es aceptar el polvo como parte irrenunciable de la vida y no ser tan fóbicos como para pretender suprimirlo ni tan marranos como para sofocarnos en él. En todo caso, podemos tener la certeza razonable de que podrá ser refugio de ácaros pero no de coronavirus, porque casi todo el polvo que hay en el mundo es más antiguo que ese bicho de nueva generación que ahora nos trae de cabeza.

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