sábado, 25 de febrero de 2017

AMLO y EPN; políticos ante la prensa y los periodistas

@NietzscheAristovie 24 feb 2017 21:24
 
  
 
AMLO y EPN.. encuentros y desencuentros con la prensa
AMLO y EPN.. encuentros y desencuentros con la prensa
Foto propiedad de: Internet
En México, el periodista promedio y el escritor o intelectual en su papel de hombre de letras o en el de periodista, tienden a sucumbir ante el poder; lo ostente un buen o mal gobernante, es lo de menos (las posibilidades de que sea malo son mayores, por supuesto). Se sienten halagados cuando son llamados, “tomados en cuenta” por el presidente en turno (o por los políticos en general). Y ese sucumbir es una desgracia para la crítica y la independencia periodística. Este fenómeno mexicano lo ha estudiado con detalle Roderic A. Camp y lo ha criticado e ironizado el recién fallecido escritor argentino Ricardo Piglia.
El ejemplo mayor de esa rendición en los años recientes acaso lo ofrezca Salinas de Gortari, quien al parecer ejerció no sólo un influjo sobre intelectuales y periodistas, también el presupuesto. Si sólo citamos algunos nombres, se verá la dimensión del asunto: Octavio Paz, Enrique Krauze y Carlos Fuentes. Y todavía se recuerdan los elogios desbocados de Héctor Aguilar Camín y Ricardo Rocha al padre del fallido y trágico neoliberalismo a la mexicana. Y alguien que ante el fenómeno Trump descalificando a la prensa hace un panegírico de la libertad de la misma, Carreño Carlón, olvida que él ha sido uno de los beneficiarios del poder, de Salinas de Gortari a Peña Nieto –es decir, si ha ejercido algún tipo de libertad es meramente formal-, por ello no tiene margen ético como para decir que la nefasta presencia de Trump favorece en México el “relanzamiento del nacionalismo populista”. O mejor dígase, Carreño no deja de ejercer la tasa de su pluma al servicio de quien ejerce el poder; en este caso, en beneficio y descargo del sistema “víctima” del presidente gringo: el oficialismo mexicano implantado por el salinismo.
Y es que si alguien gana, si es que lo capitaliza, con las recientes reuniones que sostuvo Peña Nieto con periodistas, es quien invita. Porque los periodistas reunidos eran tantos, según han relatado algunos de ellos, que hicieron imposible el diálogo. Y sólo asistieron a lo que hemos leído en los medios: a recibir de parte del encargado del ejecutivo, reprobado por la sociedad, la información sobre Trump o el gasolinazo; por citar dos casos. Fueron a recoger prácticamente un boletín de prensa en mano. Y es natural, pues periodistas críticos auténticos no fueron invitados para evitar que aguaran la fiesta.
No es que no deba de haber comunicación entre la presidencia y los medios y los “líderes de opinión”; pero puede llegar a ser dañino para el periodismo. Porque si se revisa la lista de los invitados, encontraremos a ese personaje promedio del que hablamos antes, el que no ejerce una crítica constante o que la hace como simulación en su papel de “periodista objetivo”; o al que de plano recurre al panegírico por sistema. Es decir, se ha tratado de un muy mal encuentro para el periodismo. Es de suponer que sea muy bueno para Peña, al que le gusta que le aplaudan.
Muy mal también el desencuentro de otra vertiente de esa relación periodista-político, el protagonizado por López Obrador en twitter al referirse con demasiada ligereza, intempestivamente, contra el falsario y calumniador artículo del escritor Francisco Martín Moreno en El Universal. No era necesario que lo hiciera. El texto de Moreno es tan malo, tan lleno de mentiras y reiteraciones mal intencionadas, que se cae solo. Lo que López Obrador hizo fue simplemente darle notoriedad a este escritor en papel de periodista (que si es buen o mal novelista, depende de cada lector; yo no he logrado terminar dos de sus mamotretos). Parece que no tiene asesores que lo contengan de estos arranques. Debe serenar su ánimo y detenerse antes de tuitear algo inadecuado. Como cuando lanzó asimismo un tuit gravoso contra Julio Hernández López, quien había ejercido su labor profesional al criticar en su columna algunas de las acciones del político y su partido (yo mismo escribí un texto en favor de Julio y bastante duro contra AMLO). Si no se contiene seguirá dando pie a que de inmediato lo tachen de intolerante y lo comparen con Trump aunque no representen, porque no, lo mismo. De todas maneras, ya sabemos que no ha habido político más atacado y calumniado que él. Tiene que aguantar o contestar de maneras más sofisticadas a la prensa que lo cuestiona, como en el recientísimo caso de Veracruz (también se sabe que hay prensa al servicio de las nóminas de los gobiernos; pero no  se debe generalizar, libertad ante todo).
El riesgo de las posiciones políticas de esta semana en relación a la prensa y pese a la exhibición de la realidad, es que Peña Nieto resulte ser el bueno de la película (o el sospechoso gobernador de Veracruz).

Por otra parte, no obstante de que existen mecanismos legales de contratación de publicidad entre el gobierno (federal, estatal y municipal) y los medios, el político y el periodista tendrían que estar distantes a menos que la interacción sea la del ejercicio crítico de la profesión (acaso los directivos de los medios requieran de esos encuentros). El político tiene que ser tolerante ante la crítica; tolerarla aunque no sea de su agrado. Esta interacción con distancia que evite el elogio incondicional, la sujeción y su contrario, la intolerancia, es la que debe de prevalecer para que una sociedad se ubique en mejores estadios en relación al ejercicio de la democracia. Es lo que México necesita.

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