lunes, 7 de agosto de 2017

La ilusión no viaja en metrobús

@NietzscheAristodom 06 ago 2017 20:05
 
  
 
Le voló la cresta o el copete del segundo piso.
Le voló la cresta o el copete del segundo piso.
Foto propiedad de: Internet
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Como si viéramos una mala recreación o una versión alrevesada de La ilusión viaja en tranvía (Luis Buñuel, 1953), el chofer y el supervisor de uno de los nuevos metrobuses de dos pisos que recorrerán Paseo de la Reforma, salieron a dar una vuelta (como el Tarrajas y el Caireles de la película, que borrachos y entristecidos porque el tranvía número 133 no circulará más, será desmantelado, sustituido por un trolebús y sus operadores probablemente despedidos, lo sacan de “servicio piloto” a tomar “el fresco” durante una jornada que se convertirá en una experiencia surrealista). Partieron del patio de encierro “Maravillas”, en Vallejo, se les vio pasar por las líneas 3, 4 y 5 del metrobús hasta llegar a otro patio de encierro, “El Coyol”, y terminar chocados al fin en la estación La Villa, de la línea 6.
El primer error que condujo al accidente consistió en que -como el español del chiste o el vivillo de Roberto Madrazo en el maratón de Berlín- los operadores quisieron ahorrarse 13 kilómetros de regreso y, ¡hallazgo!, descubrieron un atajo de sólo 2 kilómetros para regresar al punto de partida (los atajos en la película llevan a los maquinistas a enfrentar a contrabandistas de maíz; ¿serían narcos de hoy?). El segundo error consistió en el mal cálculo del conductor. Como si en efecto estuviera borracho a la par que Caireles (por hacer que los pasajeros “se cayeran” con la tarifa y por envidia a su aspecto: “¿qué tiene uno la culpa de haber venido al mundo con su pelo ondulado o facciones decentes?”) o el Tarrajas (Te-rajas; por su padre dedicado a manejar la tarraja), o como los operadores briagos del metro que han sido sorprendidos tomando cervezas y se delatan por dejar puertas abiertas en pleno movimiento o dar de frenos violentos, no calculó que el techo de la estación La Villa del atajo tomado mide 4 centímetros menos que el autobús, de 4.14 metros. Le voló la cresta o el copete del segundo piso; justo la parte donde, en una fotografía de la presumida del transporte tipo londinense o berlinés, se ve sentado a un sonriente Miguel Mancera (faltaron las “cervatanas” para inaugurarlos, como a los trolebuses del filme).
Pero acaso existe un error mayor. Como en la serie de confusiones de la película, el director del metrobús, Guillermo Calderón, responsabilizó del incidente al conductor -“un profesional certificado local y federalmente” que había trasladado 6 unidades desde Veracruz a México-, por violar el protocolo de vía y haber decidido, “temerariamente”, el atajo; ruta que no estaba aún probada para el uso de las nuevas unidades. Sin embargo, según El Universal (03-08-17), Calderón quiso hacerla de Poncio Pilatos y lavarse las manos, pues como el borracho e irresponsable velador de La ilusión…, que no da parte a la compañía de la sustracción del 133, “él tampoco avisó que la flamante unidad saldría del encierro y mucho menos para el traslado de personas con discapacidad” (ciegos, perros guías, sillas de ruedas,…). ¡Casi como en el filme!, que entre la serie de sucesos, de pronto el 133 tiene que transportar perros, personajes extraños, músicos, venteros, carniceros (con trozos y extremidades descuartizadas, cabezas de cerdo y res colgando de los tubos y embistiendo a los pasajeros; entre ellos, al “Duque de Otranto”), gringas, ancianos acaudalados, escolares insoportables que van de excursión a Xochimilco y que los operadores logran abandonar por Churubusco. Muy profesional y certificado, mas careció de pericia; contrario al par de borrachos de la cinta, que son advertidos: “el exceso suele ser perjudicial en todo, hasta en la eficiencia”.
Como siempre, el chofer ha sido declarado único responsable, ¿un “chivo expiatorio” más?, y en consecuencia, despedido. Calderón sigue en su puesto. Y mientras Mancera se encuentra de gira por el país, en desangelada campaña presidencial repartiendo, señalan sus críticos, el dinero de la Ciudad de México, eventos en apariencia nimios o incluso graves, suceden con frecuencia: problemas de transporte en metro y microbuses, contaminación alarmante, crecimiento del narcomenudeo, daño a monumentos como El Caballito, teatros vedados o negados a ciertas expresiones de la cultura, cierre del zócalo a las manifestaciones, etcétera. “En estos tiempos, desde el gerente hasta los empleados, pasando por el velador y el último de los obreros, se tapan sus pillerías y su incompetencia”, denuncia airado Papá Pinillos en la película.
Ha cambiado mucho la ciudad, aunque en ciertos rasgos pareciera estar atrapada en el tiempo. No obstante, en la chocarrería de agosto de 2017 no hay ilusión; el metrobús ha sido abollado sin haber estrenado su ruta aún; el chofer, despedido; las autoridades del transporte citadino como si nada; Mancera sin levantar ilusión; la ciudadanía como víctima o espectadora de desfiguros y ridículos. ¿Qué futuro aguarda a la línea 7 del metrobús que pronto recorrerá el Paseo de la Reforma?
“México, gran ciudad como tantas del mundo, es teatro de los más variados y desconcertantes sucesos que no son sino las pulsaciones de su diario vivir…” dice una voz al iniciar el filme (adaptación cinematográfica de Mauricio de la Serna, José Revueltas, Luis Alcoriza y Juan de la Cabada). Pero, ¿cuál es la ilusión que viaja en tranvía, en el 133? No parece claro.
¿La ilusión del Tarrajas y el Caireles de que la unidad no sea desechada pues quieren demostrar que aún es funcional? ¿La ilusión de que no serán despedidos? ¿La ilusión del Caireles (Carlos Navarro) por obtener los favores de Lupita (Lilia Prado), la hermana del Tarrajas (Fernando Soto, “Mantequilla”)? ¿La ilusión de Papá Pinillos (Agustín Isunza), el soplón jubilado, oficioso e insatisfecho que busca el reconocimiento de la empresa y sus exjefes? ¿La ilusión oculta o manifiesta de los pasajeros fortuitos? ¿La ilusión de Buñuel por la encarnación del objeto del deseo, la gracia, la inteligencia, la sensualidad y el erotismo en el rostro, la sonrisa, el talle y las piernas de Lilia Prado como se percibe en La ilusión viaja en tranvía y en Subida al cielo?

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