jueves, 28 de diciembre de 2017

Una reflexión electoral de fin de año
Octavio Rodríguez Araujo
M
i amigo David Fernández Dávalos, rector de la Universidad Iberoamericana y sacerdote jesuita, ha señalado (Reforma, 24/12/17) que en las próximas elecciones se presenta “la posibilidad de iniciar un cambio de fondo en un sistema que –indicó– ha generado corrupción, depredación, inseguridad, violencia, pobreza y desigualdad. La elección también es […] la posibilidad de que ese sistema permanezca”. Y añadió que se va a jugar la posibilidad de iniciar un cambio paulatino, positivo, o bien la reafirmación y la continuidad del modelo de los últimos 30 años, que nos ha traído a este momento complicado del mundo y de la nación.
Por otro lado, mi estimado Enrique Calderón Alzati escribió en estas páginas (23/12/17) que, estando de acuerdo con las críticas que hemos hecho a la campaña de López Obrador (y citó a Luis Hernández Navarro, Pedro Miguel y al que esto escribe), consideró que, sin embargo, el candidato de Morena-PT-PES es el único que nos ofrece la posibilidad de terminar con los gobiernos neoliberales, caracterizados por sus niveles de corrupción, de desprecio al pueblo y al país que gobiernan y de entrega de los recursos que conforman nuestro patrimonio nacional, como características principales de esos gobiernos. Y luego sugirió, en el siguiente párrafo, que tenemos [que] votar por él, considerando que luego vendrán tiempos de discusión en los que podamos todos ponernos de acuerdo, en relación con lo que nos parezca equivocado o perfectible. Esta ha sido y es parte de la lucha que debe existir en los países democráticos, pero primero tenemos que convertirnos en uno de ellos y eso es imposible de lograr mientras el PRI y el PAN con sus partidos satélites sigan manteniéndose en el poder; 36 años de esto debieran sernos suficientes para entender lo que podemos esperar de ellos.
Al final de mi artículo del jueves pasado señalé que, por mi desacuerdo con la coalición de Morena con el Partido Encuentro Social (y con determinadas personas de dudosos antecedentes), no sabría si votar por ella, abstenerme o anular mi voto. Dije también que lo pensaría y en eso estoy. Sigo pensando en el tema, y al leer los textos citados anteriormente me surgen nuevas dudas, pero no se resuelven del todo las que me provocó la conformación de la coalición encabezada por Morena, ni siquiera con las enriquecedoras explicaciones y sugerencias de mi querido Pepe Blanco en su artículo del martes pasado.
Me queda claro que tanto Anaya como Meade garantizan, sin temor a equivocarme, la continuidad de lo que vivimos en la actualidad, mientras que AMLO puede ser, si le creemos sus intenciones (críticas aparte), que logre algunos cambios que le urgen al país y que no se compadecen con las políticas neoliberales de las décadas recientes. Gran diferencia con la alternancia partidaria de 2000. Si bien es cierto que la candidatura de Vicente Fox y su sacaremos al PRI de Los Pinos como principal consigna, produjeron renovadas esperanzas en muchos mexicanos, en esta ocasión, de ganar Morena, la alternancia tendría un sentido muy distinto. El por fin nos libraremos del PRI, que seguramente pensó mucha gente al emitir su voto hace 17 años, no cambió gran cosa la situación del país. En mi opinión nos fue peor con la alternancia de partidos en la Presidencia, entre otras razones porque dicho cambio sólo fue de partido pero no se alteró, en lo fundamental, la continuidad del sistema neoliberal que habían inaugurado los priístas de formación tecnocrática que antecedieron al panista. Esto, me parece, lo entendió muy bien Ernesto Zedillo al apresurarse a reconocer a Fox como el triunfador, incluso interrumpiendo en cadena nacional de televisión el discurso del candidato del PRI, Francisco Labastida.
Zedillo sabía que el cambio de partido (como también lo supo Salinas al cooptar al PAN para sus reformas constitucionales de corte neoliberal) sólo era eso: un cambio de partido, pero continuidad del modelo económico y social con la supuesta legitimidad de que tal continuidad estaría a cargo de un partido de oposición y de un nuevo presidente supuestamente antipriísta. Algo así como lo que quieren hacer ahora los aliados en la coalición Por México al Frente (PAN-PRD-MC).
El gran dilema en que me encuentro, como ciudadano y analista político, es que AMLO, aunque se ha expresado contrario al neoliberalismo, ha hecho alianza con partidos y personas que definitivamente no me parecen dignas de crédito ni consistentes con un proyecto de cambio verdadero (como le gusta decir a Andrés Manuel).
Sé que en política, sobre todo electoral, hay que ser un tanto pragmático, pues de lo que se trata es de obtener la mayor cantidad de votos posible, pero en mi opinión los principios y la coherencia ideológica deben prevalecer sobre el pragmatismo (aunque éste sea necesario). Aun así persisten dos dilemas, que probablemente no son sólo míos: 1. ¿Más de lo mismo o un cambio aunque no sea de fondo ni como quisiéramos algunos? , y 2. ¿Voto o no voto por AMLO y su cuestionable coalición? Sobre esta segunda pregunta me viene también a la memoria la expresión atribuida a un famoso crítico teatral (George J. Nathan): Los malos dirigentes son elegidos por buenos ciudadanos que no votan, y no quisiera ser uno de éstos.
Seguiré meditando y observando los próximos acontecimientos del año que viene aunque, desde luego, no tengo dudas en votar en contra de quienes seguro representan la continuidad del sistema que vivimos.

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