miércoles, 22 de febrero de 2017

Astillero
 La sillita de Peña
 Aguantar, mientras Trump golpea
 ¡Hasta inmigrantes no mexicanos!
 Calderón y sus lances facciosos
Julio Hernández López
Foto
EMBAJADOR EN EU. El Senado ratificó ayer a Gerónimo Gutiérrez Fernández como embajador de México en Estados Unidos. Ante comisiones, el dignatario sostuvo que los memorados del Departamento de Seguridad Interior del vecino país son motivo de preocupación, pero México hará uso de todos los mecanismos legales, políticos y de comunicación para defender los derechos de nuestros connacionalesFoto María Luisa Severiano
S
entado en la enclenque silla de lo pusilánime, Enrique Peña Nieto espera ver pasar frente a su ventana gubernamental, meses más adelante, el cuerpo político recompuesto de Donald Trump, vivo y fuerte pero supuestamente zaherido por la realidad, reajustado en sus locuras actuales por el peso de una circunstancial prudencia a fuerzas.
Al menos eso es lo que Peña Nieto hizo entender este lunes a las rondas de periodistas a los que presentó algunos rasgos de sus políticas, en especial la referida a los zarpazos del presidente de Estados Unidos: esperar, aguantar a que Donald vaya agarrando su nivel y se modere. Carlos Loret de Mola, uno de los invitados especiales de Los Pinos para las confidencias de Peña, resumió así la estrategia planteada por el mexiquense: Ganar tiempo, esperar a que Donald Trump se asiente en la Casa Blanca, resistir la incertidumbre y alistarse para empezar en junio las negociaciones de un nuevo TLC que hasta el nombre va a perder, son las perspectivas del presidente Enrique Peña Nieto en la relación México-Estados Unidos. Muy resistente y sin causar ampollas ha de ser la silla mencionada al inicio de este párrafo.
El espécimen a madurar, mientras tanto, se dedica impunemente a vapulear la mentada sillita, al ocupante de tal asentadero y al país al que el impávido mexiquense dice representar y gobernar. Ayer, la rubia maldición vecina se dejó caer nuevamente sobre los intereses mexicanos al anunciar una serie de medidas abiertamente persecutorias de la masa de migrantes con documentación irregular o con incidentes infractores, aunque su situación migratoria estuviese en regla.
Trump ha formalizado la guerra indirecta contra México (no va directamente contra territorio mexicano, pero sí contra los connacionales que se han asentado pacíficamente en las tierras que históricamente les pertenecieron), con más agentes, más presupuesto y directrices beligerantes (eso sí: exenta a los jóvenes soñadores, los dreamers) frente a una franja de personas de las que la economía estadunidense se ha servido, y a las que con hipocresía macroeconómica habían tolerado sin mayor disimulo durante décadas, a las que ahora pretenden botar de regreso a su devastada tierra de origen, México, para replantear los términos migratorios y laborales que permitan a esa potencia seguirse beneficiando de la mano de obra barata, pero con orden, el orden pretoriano del césar enloquecido (se habla de Trump).
En el colmo del desprecio lesivo para México, la administración Trump ha dado un paso más en el proceso de endilgar a nuestro país el costo de decisiones que toma Washington. En verdadera consonancia con la hipótesis de que México es una especie de patio trasero, el Departamento de Seguridad Interior de Estados Unidos analiza los detalles operativos para enviar a México a no mexicanos que estén en EU en situación migratoria irregular. La explicación es absolutamente grosera: No significa que esas personas sean deportadas a México, sino que lo que se le permite al Departamento de Seguridad Interior es hacer que esa persona espere en México. Han atravesado México, así que tienen permiso de alguna forma para llegar hasta EU. Esa pretensión gringa va en la línea de que su tercera frontera sea la del sur mexicano, castigando a México si permite el paso de centroamericanos hacia Estados Unidos.
Aun así, sentado en su sillita (mecedora, ha de ser), Peña Nieto casi ni parpadea, como si supiera que un leve movimiento en falso pudiera desatar el enojo de un superior, cual lo haría alguien que sabe que su adversario tiene armas o argumentos que le exterminarían (en lo personal, familiar, grupal o político) apenas iniciada una contienda en forma (¡Santa corrupción nos ampare!). Rollo blandengue, de vez en cuando. Discursos descafeinados y proclamas repletas de lugares comunes. Inocuos mensajes a la nación, solemnidad escénica y retórica en términos de tragicomedia. México inerme, mientras el ofensor en serie sigue en su tarea, con vía libre. Los peores políticos en el poder, en el peor momento de México.
En todo caso, los aires oficiales de dignidad nacional en oferta han sido utilizados para lamentar que al ex ocupante de Los Pinos, Felipe Calderón Hinojosa, le haya sido vetado el ingreso a Cuba, donde pretendía participar en actos políticos opositores al régimen castrista. La Secretaría de Relaciones Exteriores y su titular, Luis Videgaray Caso, emitieron un pálido, pero significativo lamento por la postura asumida por La Habana.
Más allá de las consideraciones específicas sobre Cuba y su gobierno, y de la valoración respecto del tipo de visita que deseaba realizar Calderón, el incidente internacional se suma a una serie de conductas que realiza el político panista en función de sus intereses personales, familiares y partidistas, arrastrando en esos lances la figura formal que detenta, de ex presidente de la República.
Debería haber mesura en las actividades públicas de Calderón (aunque las normas al respecto no le impongan tales obligaciones de prudencia) por respeto a la investidura de la que se hizo años atrás y por respeto básico a los ciudadanos de pluralidad ideológica y política que con sus impuestos pagan el costoso aparato de acompañamiento a Calderón y sus familiares, además de la pensión y demás gastos desbordados que arbitraria y tramposamente se han adjudicado tanto Calderón como varios de quienes antes de él residieron en Los Pinos. El ciudadano Calderón tiene derecho a hacer campañas electorales conyugales, a promover activamente al que aún es su partido (el PAN) y a arriesgarse a menosprecios internacionales como el sucedido ahora con Cuba, pero con sus recursos propios y sin embarrar el nombre de México en andanzas facciosas.
Y, mientras al Bronco se le ocurre, en defensa propia, acusar a Jaime Heliodoro Rodríguez Calderón de los actos de corrupción, impunidad, demagogia y nepotismo en el gobierno de Nuevo León (lo más reciente, el caso de su procurador de justicia, que ya renunció), ¡hasta mañana!
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