miércoles, 23 de agosto de 2017

El quebranta huesos

@rasocasmié 23 ago 2017 08:04
 
  
 
Es un ave observadora que no se acorrienta comiendo carne putrefacta.
Es un ave observadora que no se acorrienta comiendo carne putrefacta.
Foto propiedad de: Internet
En la región  aledaña entre Guerrero, Puebla y Oaxaca,  hay una parte donde se asentó en 1486 la cultura tlapaneca. Después de más de  quinientos años esa cultura multiplica sus esfuerzos por conservar sus valores, hoy tan carcomidos por la insustancialidad de la cultura burguesa.  Conozco la región porque en una parte de esas agrestes montañas, mis padres le cortaron el ombligo a este añoso  amerindio. Podría decirse, que a pesar de las distancias geográficas y de los tiempos, sigo pegado al conocimiento de las pasiones, cultura y tradiciones de mis viejos ancestros. Me consta, en consecuencia, que estos pueblos originarios se resisten a perder su cultura que por más de cinco siglos han venido cuidando como la niña de sus ojos.
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Una de esas formas de protección a sus creatividades se ve físicamente en cómo han mantenido su arte culinario, sus costumbres y su lengua. El colorido de sus fiestas, la hermandad y el respeto entre los ancianos y los niños, entre las mujeres y los jóvenes, es algo que ha contribuido a llenar el riachuelo que lleva a la acequia todas sus expresiones culturales. El respeto a los animales  al medio ambiente, a sus valles y montañas, son siempre la expresión de un pueblo que ha entendido el sentido y el significado de la vida. No hablaré hoy de las demás cosas que han parido estos pueblos que viven en las montañas del sur y del nudo mixteco. Hablaré de un hermoso animal cuyo plumaje lo va cambiando al paso de los años hasta llegar a la adultez con el cuello blanco, alas tornasoladas y plumas en las patas. El cambio de colores de una edad a otra se parece mucho al cambio de piel de los políticos mexicanos que, salvando las diferencias, Paco Ignacio Taibo II describiera con brillantez en el hermoso pasaje de su libro “Temporada de Zopilotes”.
El ave de la que hablo se la conoce como “El quebranta huesos”. Es un ave observadora que no se acorrienta comiendo carne putrefacta. Ese manjar se lo deja a los buitres y a las demás bestias carroñeras. Este animal va por los huesos. Desde grandes alturas avizora el momento para bajar por ellos. Una vez identificado el objetivo, vuela en picada y se lleva el esqueleto que le hayan dejado los zopilotes. Hay quien afirma que cuando su hambre es  harta y no tiene que comer, el quebranta huesos es capaz de levantar cerdos o cabras dejándolos caer desde grandes alturas para después bajar por los huesos que hayan quedado  una vez que se ha dado el aventón. Lo que a mí me consta es que es un ave osteópata por excelencia. Lo demás se lo deja a los buitres y a las demás bestias que se alimentan de miserias ajenas.
Los que han seguido de cerca el comportamiento del quebranta huesos afirman que es, también, un ave oportunista, calculadora, sensiblemente perspicaz para aprovecharse de  las debilidades de las demás bestias  montaraces y carnívoras. Pareciera que de  esta ave han sido copiados los comportamientos casi salvajes de los actuales hombres de la política. Estos, persecutores   contumaces de lo que ha creado la naturaleza, se empiezan a parecer a esta ave  carroñera. Poco a poco han ido perdiendo su humanidad, la solidaridad, el apoyo mutuo para convertirse en tempranos buscadores de huesos. Sólo hay que seguirle los pasos a la política para darse cuenta de cuanto ha crecido la ambición por el poder y por hacerse de un hueso político. Todo mundo anda en la carrera de colgarse de alguien o de algo para darle “sentido” a sus ambiciones personales. Unos van al crimen organizado y otros disque a servirle a la patria.  Es patético ver como miles de jóvenes tienen en este quehacer, tan corrupto y tan buscado, el cárcamo en el que están depositando tan caóticamente su interés por los huesos que los partidos han dispuesto para atraerlos al trabajo electoral.
Sufrimos una “clase política” crecientemente alejada de los problemas de la sociedad. Ha encontrado que una vez promovida a los puestos públicos, su poder ya no tiene que ver con sus electores sino con los dineros que le proporcionan los causantes al través de sus impuestos. Recoge en bandeja de plata recursos y poder. Esta es la razón que ha dado vida a los chapulines y a los quebrantahuesos, al descrédito de los políticos y de la política. Hoy el futuro de la nación ya no está en manos de la inteligencia, de la cultura, del conocimiento de los problemas nacionales.
Está en el inexplicable crecimiento de los grillos, de los oportunistas, de los saltimbanquis. ¡Mal se perciben las cosas para el futuro! Tenemos que prepararnos para vivir una catástrofe o imponer la rebeldía para saltar las trancas que nos estorban para construir una fuerza que acabe con la pasividad, el conformismo y la sumisión. Si dejamos que la lucha por los puestos nos devore, este país no saldrá del socavón. Pues mientras más pasa el tiempo, aumenta el número de jóvenes sin escuela, sin trabajo y sin futuro. Y cuando este destino nos alcance no habrán espacios suficientes para que los partidos sigan repartiendo huesos como si se tratara de cacahuates. ¡O paramos esto o que “Dios” nos agarre confesados! 

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