viernes, 25 de marzo de 2016

Foto propiedad de: Internet

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En espera del día apropiado para sembrar en la Sierra Madre occidental donde aún caen las heladas de madrugada se decidió no iniciar sino hasta medio Abril la primera camada de alcachofa. Este año experimentaremos con diferentes variedades de semillas de este delicioso vegetal que nos envió un amigo desde el valle de San Joaquín en California.
Como condición para la natural agricultura comparto lo que nos trajo hasta aquí hace años curvas y curvas cuesta arriba: El Agua. El bosque apreciado desde el cantil que bordea el arroyo en cascada hacia la poza de jade que quita el aliento, que nos regala sus aromas junto con el oxígeno renovado recién liberado luego de amanecer. Permanecer un rato junto a una bajada de agua serrana ejercita la capacidad de asombro, agita las palpitaciones, aviva las esperanzas, incita a inhalar pulmones, hondo. Flujo tranquilo el de primavera en nuestros arroyos. Cadencia cristalina que comparte su sabiduría si la escuchamos, si no la contaminamos, si no la enfermamos. Agua pasando constante que nos invita al goce de su descubrimiento, a la observación de cómo acaricia, de cómo nutre el entorno su recorrido certero en apariencia sin fin. Cómo beben y se bañan de pronto en los resquicios de su cuenca rocosa, en sus saltos, desde el águila que se expande bajo el chorro refrescando el plumaje hasta los colibríes que enchumban y sacuden aprisa su aterciopelada delicadeza.
Satisfechos los núcleos humanos ante la plenitud de su existencia, gravemente afectados cuando falta. La visita asidua a un arroyo limpio, productor de iones realzadores, expande la vida productiva en el tiempo corriente de la especie humana. Un arroyo bajo el cielo azul añil, un arroyo cantarín que hidrate, que lave, que provoque fluir, que calme, que la paciencia encause. Tierra empinada somos y sin duda los arroyos, son nuestro mayor tesoro. Conservemos con fiereza la foresta que nos queda viva proveedora del agua que aún sierra abajo se desliza. Para que se restablezcan presas, para que no cese de derramarse sobre nosotros el fresco líquido vital surcando las cañadas hasta llegar al mar.

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