Tuvo que venir el vicepresidente demócrata de Estados Unidos, Joe Biden, a ofrecer una disculpa por el discurso “antimigrante” del republicano Donald Trump, para que el gobierno mexicano se animara por fin a salir en defensa de sí mismo y de los mexicanos asentados en Estados Unidos.
Después de esta visita relámpago, la cancillería mexicana, que había guardado silencio y distancia durante varios meses, viró hacia una actitud de mayor firmeza y rechazo a las posturas de Trump. “Ignorante y racista” lo llamó la canciller Ruiz Massieu en una entrevista con el Washington Post.
Amparado en una postura diplomática ortodoxa, el gobierno mexicano había dejado pasar todos y cada uno de los ataques del millonario republicano (que amenaza con deportar a 11 millones de mexicanos indocumentados, cancelar el TLC y levantar el muro fronterizo más alto del mundo en caso de ganar la presidencia), hasta que Joe Biden vino a México a modificar esa postura pasiva y elusiva.
El giro va más allá de lo anecdótico y coyuntural. La embestida del aspirante republicano contra México y la visita del funcionario demócrata a nuestro país para disculparse es una demostración clara de que México estará de manera visible en la próxima contienda electoral norteamericana y no siempre por buenas razones.
Detrás de esta saga entre republicanos y demócratas está la disputa por el voto hispano (predominantemente de origen mexicano), que en una contienda altamente competida será decisivo en el desenlace electoral de noviembre próximo. Los demócratas en el poder estarían buscando alinear el voto de origen mexicano contra Trump, y para ello están acudiendo al gobierno mexicano, a fin de alimentar la percepción de que este político outsider representa un peligro para los migrantes mexicanos y un retroceso para la relación México-Estados Unidos.
Es el voto del miedo lo que se está buscando fomentar entre los hispanos para detener a Trump, quien no solo tiene motivaciones ideológicas para cuestionar al gobierno mexicano, sino razones económicas constantes y sonantes al perder un juicio millonario en tribunales mexicanos por la cancelación de un desarrollo inmobiliario en Tijuana, Baja California, en 2008, del que juró vengarse, exhibir la corrupción judicial y bloquear inversiones hacia nuestro país.
La respuesta de la cancillería mexicana podría ser tardía e inútil, sobre todo si hoy martes Donald Trump gana la mayoría de las primarias republicanas en juego, convirtiéndose no solo en el seguro candidato de su partido, sino en el aspirante más fuerte a la presidencia estadunidense.
De ser así, la amenaza no solo sería para la comunidad hispana en Estados Unidos o para el gobierno mexicano, que sería vilipendiado desde la Casa Blanca un día sí y otro también, sino que México padecería la mayor sombra injerencista e intervencionista desde el siglo 19, cuando el presidente James K. Polk ofreció 20 millones de dólares por los territorios de Nuevo México y California y, al no proceder su impronta, terminó anexándolos mediante una guerra.
Los polkistas de hoy tienen métodos diferentes, aunque el fin sigue siendo el mismo. No buscan territorios, sino recursos naturales; antes de invadir militarmente, bloquean comercialmente, y levantan muros en lugar de construir puentes. Para enfrentar este eventual escenario se requerirá algo más que retórica nacionalista y una diplomacia ortodoxa. El próximo noviembre sabremos la magnitud del desafío.
Después de esta visita relámpago, la cancillería mexicana, que había guardado silencio y distancia durante varios meses, viró hacia una actitud de mayor firmeza y rechazo a las posturas de Trump. “Ignorante y racista” lo llamó la canciller Ruiz Massieu en una entrevista con el Washington Post.
Amparado en una postura diplomática ortodoxa, el gobierno mexicano había dejado pasar todos y cada uno de los ataques del millonario republicano (que amenaza con deportar a 11 millones de mexicanos indocumentados, cancelar el TLC y levantar el muro fronterizo más alto del mundo en caso de ganar la presidencia), hasta que Joe Biden vino a México a modificar esa postura pasiva y elusiva.
El giro va más allá de lo anecdótico y coyuntural. La embestida del aspirante republicano contra México y la visita del funcionario demócrata a nuestro país para disculparse es una demostración clara de que México estará de manera visible en la próxima contienda electoral norteamericana y no siempre por buenas razones.
Detrás de esta saga entre republicanos y demócratas está la disputa por el voto hispano (predominantemente de origen mexicano), que en una contienda altamente competida será decisivo en el desenlace electoral de noviembre próximo. Los demócratas en el poder estarían buscando alinear el voto de origen mexicano contra Trump, y para ello están acudiendo al gobierno mexicano, a fin de alimentar la percepción de que este político outsider representa un peligro para los migrantes mexicanos y un retroceso para la relación México-Estados Unidos.
Es el voto del miedo lo que se está buscando fomentar entre los hispanos para detener a Trump, quien no solo tiene motivaciones ideológicas para cuestionar al gobierno mexicano, sino razones económicas constantes y sonantes al perder un juicio millonario en tribunales mexicanos por la cancelación de un desarrollo inmobiliario en Tijuana, Baja California, en 2008, del que juró vengarse, exhibir la corrupción judicial y bloquear inversiones hacia nuestro país.
La respuesta de la cancillería mexicana podría ser tardía e inútil, sobre todo si hoy martes Donald Trump gana la mayoría de las primarias republicanas en juego, convirtiéndose no solo en el seguro candidato de su partido, sino en el aspirante más fuerte a la presidencia estadunidense.
De ser así, la amenaza no solo sería para la comunidad hispana en Estados Unidos o para el gobierno mexicano, que sería vilipendiado desde la Casa Blanca un día sí y otro también, sino que México padecería la mayor sombra injerencista e intervencionista desde el siglo 19, cuando el presidente James K. Polk ofreció 20 millones de dólares por los territorios de Nuevo México y California y, al no proceder su impronta, terminó anexándolos mediante una guerra.
Los polkistas de hoy tienen métodos diferentes, aunque el fin sigue siendo el mismo. No buscan territorios, sino recursos naturales; antes de invadir militarmente, bloquean comercialmente, y levantan muros en lugar de construir puentes. Para enfrentar este eventual escenario se requerirá algo más que retórica nacionalista y una diplomacia ortodoxa. El próximo noviembre sabremos la magnitud del desafío.
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