Marchas y ausencia
Luis Linares Zapata
D
e nueva cuenta, un suceso con fondo destapa fuerte andanada de críticas –certeras algunas y oficiosas las más– sobre la actuación del Presidente de la República. Poco inciden estas en la sustancia histórica, simbólica y política de la protesta femenina sino, sobre todo, encallan en la incomprensión e insensibilidad del mandatario sobre el movimiento femenino. Al emitir comentarios sobre la planeada marcha y el
día de ausenciade mujeres, se dio espacio para mostrar una supuesta incapacidad de juicio sobre dicho fenómeno en proceso. Resaltar uno de los ángulos que matizan el movimiento de protesta se toma, de inmediato, como evidencia de la manifiesta cojera presidencial en todo su accionar. Pasan, en primera línea, una fulgurante y repetitiva revista sobre aspectos neurálgicos de AMLO. Resaltan lo que consideran una marcada renuncia a desprenderse de ataduras conservadoras o, peor aún, de intensos rasgos negativos: el supuesto narcisismo. El golpeteo mediático no obedece a diferencias de criterio, errores atisbados que deben corregirse o las sinrazones y consecuencias malsanas de las posturas adoptadas. Más bien se trata de aprovechar cada uno de los instantes y ocasiones para ir minando la densa legitimidad otorgada por el votante.
Mostrar la injerencia de personas, partidos o grupos de claro tinte conservador en el presente descontento de las mujeres no está de más. Es hasta un deber de la autoridad prevenir sobre la presencia de agentes diversos que, en muchas ocasiones, distorsionan los justos propósitos iniciales. Aprovechar tanto la indignación, ya secular en la discriminación femenina, como el encause de la protesta que se viene generando es, de cierto, parte de la vida organizada y política. No tiene por qué provocarse tamaño extrañamiento como el actual, que raya, una vez más, en la condena terminal tanto de la Presidencia como del gobierno. Mucha de la crítica se asume consustancial, inherente al feminismo y los críticos se presentan, para motivos prácticos, como sus fervientes postulantes. Y, ciertamente, algunos y, sobre todo algunas, lo son; pero no así el batallón restante que aprovecha el viaje.
Lo esencial de este movimiento, es evidenciar el maltrato, la fiera sujeción, las múltiples ataduras, el cierto terror, la fáctica injusticia y hasta el cínico y convenenciero olvido en que vive más de la mitad de la población: las mujeres. Ese es el fondo que impulsa a levantar la voz a esa parte consciente de nuestra actual sociedad. Quieren, en su indignada marcha y ausencia en la calle, representar al conjunto oprimido que busca una salida a su estado de indefensión. No quieren morir y, por tanto, exigen, que se les deje vivir. Hasta ese grado se ha llegado en la degradación que, cotidianamente, mancha la actualidad mexicana. Pero este desequilibrio, por demás reprobable, no puede adherirse, por una crítica pasajera y torpe al actual gobierno. Es y seguirá siendo un fenómeno colectivo que se irá enderezando, tanto con los cambios que han sido planteados, como por el empuje de la base completa de hombres y mujeres. Los valores y las costumbres tendrán que sufrir alteraciones que toman tiempo. Esto no implica que se deberán ir al infinito, sino que, su comprensión y salidas, hay etapas que se desea sean perentorias. Los mexicanos tenemos un profundo trecho por avanzar para situarnos, cuando menos, en el promedio de las mejores prácticas en cuanto a derechos de minorías, y las mujeres son uno de esos grupos.
Este gobierno, y en particular su Presidente, han dado fehacientes pruebas de atender el multifacético caso del feminismo. Sus acuerdos y prácticas para dar cabida a las cuestiones de género en toda la estructura gubernamental son asunto probado. Tal vez quepa estar en desacuerdo con el llamado a guarecerse en las casas, pero eso es sólo una divergencia menor. Lo importante será identificar y alentar los cambios culturales para desterrar el férreo patriarcado que nos caracteriza. Tal rasgo maligno es el sustento de conductas malsanas y hasta criminales que se desarrollan, principalmente, en la privacidad de los hogares. Sacar el problema a la luz pública y provocar su atención o estudio es un objetivo prioritario al que este enfoque movilizador está dedicado. Lo que resta por ver es qué tanto este esfuerzo de las movilizadoras indignadas permea hacia la base. Ese conjunto enorme de mujeres que padecen exclusiones varias y que se mueven en ámbitos por completo distantes de las capas superiores de la sociedad.
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