incendio del Reichs-tag, aunque parezca insensato puede considerarse también la tesis del autoataque, como la que no sin rubor porque parecía un exceso se blandió en Estados Unidos ante los atentados del 11 de septiembre de 2001. De ese trágico episodio emergió fortalecido un presidente de la república disminuido desde el momento mismo de su dudosa elección y que, dada su impopularidad creciente, tenía cada vez más remota la posibilidad de un nuevo período en la Casa Blanca. De paso, como resultado objetivo, deseado o no, el conservadurismo antidemocrático y mercantil encontró en el terror causado por el abatimiento de las Torres Gemelas el clima ideal para inhibir y aun cancelar derechos humanos y libertades públicas. En México, las tendencias al endurecimiento, la denuncia de la polarización política como si equivaliera a traicionar a la patria, sacarían provecho de un demencial acto de autoagresión después del cual sea punible no atender el llamado presidencial a la unidad.
Abrí esta columna con una metáfora. Seguramente es necesario, para la comprensión de nuestro momento histórico, abandonar las fáciles imágenes de que nos provee la antropología usada por aficionados con destrezas no más que caseras. La violencia que además de intimidar confunde sólo puede ser eficazmente enfrentada si es convenientemente conocida, si el diagnóstico para actuar sobre ella es certero. Quizá no podamos esperar de las autoridades tal claridad de pensamiento y certidumbre en la acción. Toca a los ciudadanos (en la cavilación personal, en los medios, en las universidades) esforzarnos por entender los nuevos rasgos de nuestro entorno. Así contribuiremos a que no sea inexorable nuestro deslizamiento a la nada. l
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