viernes, 2 de septiembre de 2016

La destitución de un presidente que no sirve

vie 02 sep 2016 12:29
 
  
 
Foto propiedad de: Internet

Vivimos en la perenne disyuntiva de averiguar cuál es la opinión acertada, quién o qué versión se acerca más a la realidad para que aplique el balance de la justicia. Persiste, no obstante, la incuestionable obviedad del testimonio de hechos.
El Presidente de una nación que hace lo que quiere, cuando y como lo quiere, sin consulta popular, acaba comprometiendo su liderazgo ante la población, que paulatinamente le pierde el respeto. Si además comete actos que lastiman la sensibilidad de la sociedad mayoritaria, hechos indebidos consumados ante los ojos del pueblo—o por debajo de la mesa-- sin ningún arrepentimiento y en el mayor de los casos al margen de la ley, se encuentra en peligro de ser destituido de su cargo.  
La presidenta brasileña lo experimentó. El presidente venezolano lo está experimentando ahora.
Ya existe la madurez carente de temor en los ciudadanos de América Latina, para expresarse como masa homogénea afectada.
Cuando México esté listo para llevar a cabo la justa acción de quitar el mando a un presidente indigno, si así lo demuestra la evidencia, lo hará.
Aparentemente, no hemos tenido una razón de peso convincente para juntarnos millones de ciudadanos en el Zócalo, en las calles del país, para pedir el cese de labores de un presidente. Lo hemos aguantado todo y más. Armamos el despotrique por las redes sociales pero se hace poco por organizarse sin violencia en pos de la defensa de nuestros derechos. Cuando algún sector toma acción ante la injusticia, se le critica, se le reprueba, se le repudia.
Aceptamos las mentiras, las manipulaciones demagógicas, las imposiciones sin acuerdos democráticos. Efímera se ha vuelto la exigencia verbal, la inconformidad, la molestia que se esfuma en una nebulosa permanente. Por causa de ello, por ejemplo, estamos ahora padeciendo, lo que significó la reforma energética para el grueso de los mexicanos concretada este sexenio, a quienes ya nos da miedo ir a comprar gasolina o revisar el recibo de luz.
Nos engañaron, como de costumbre. Nos distraen constantemente para perpetrar golpes bajos.
¿Se moderará una vez más el descontento en espera de la próxima explosión de descontento ante otros episodios venideros de la máxima autoridad que de fondo no nos representa?
Optimista por naturaleza, mantengo la esperanza de la unión de todos los Méxicos en pos de un cambio verdadero.
Porque ese ha sido nuestro gran problema para poder avanzar como nación: la profunda desunión que padecemos como pueblo, la desintegración de los núcleos socioeconómicos. El ignorarnos los unos a los otros. Hemos levantado muros internos que nos separan, que nos han tornado insensibles al padecimiento ajeno.
Contamos en el territorio con hombres y mujeres de gran valía, capaces, honrados, dispuestos a realmente servir a la nación, sin duda. Falta que no sólo se vean o se oigan, sino que se desplacen de su centro, de su zona de confort, para lograr la unión ciudadana y el urgente despertar que necesita México.     

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