En efecto, el sexenio de Enrique Peña Nieto ha concluido. Concluyó quizá desde el momento de su ascenso. “El que consigue la soberanía con el auxilio de los grandes, se mantiene en ella con más dificultad que el que la consigue con el pueblo, porque, desde que es príncipe, se ve cercado de muchas personas que se tienen por iguales a él”; este es el pecado original del sexenio peñanietista que dibuja con claridad Nicolás Maquiavelo.
El ascenso al poder a través de un pragmatismo ramplón que es capaz de empeñar las decisiones presidenciales mismas, fue también la falla de origen con la que se gestó el mandato de Felipe Calderón. Por ello es que el destino manifiesto de la indiferencia y de la incapacidad de cambiar el rumbo del país son el sello característico de ambas gestiones, y el punto de arranque de la actual crisis en ciernes de convertirse en colapso.
Si el colofón de la administración calderonista fue la estrepitosa derrota de su partido en la elección presidencial del 2012, el del desgobierno de Enrique Peña Nieto se antoja que también traerá el viento de la alternancia a Los Pinos.
Pese a que hay un claro puntero en la adelantadísima carrera por la sucesión, el nefasto resultado del regreso del PRI al gobierno de la república ha despertado al demonio del marasmo y la desmemoria, colocando a Margarita Zavala en la posibilidad de una reedición del calderonato en el 2018. Por ello es que resulta conveniente utilizar un hilo de Ariadna para transitar por un puñado de decisiones que sin duda enlazan al gobierno de Calderón con la actual crisis del país.
Ya se ha dicho que la ola de violencia que mantiene a México bañado en sangre, inició durante el gobierno del michoacano, dejando entre 100 y 300 mil víctimas directas e indirectas del 2006 al 2012, según datos del Centro de Análisis de Políticas Públicas México Evalúa.
También se sabe que las reformas estructurales del país comenzaron a gestarse con la reforma laboral, aprobada y promulgada al final del sexenio de Felipe Calderón, por lo que el fracaso de las mismas bien podría ser un quite al alimón entre su administración y la de Enrique Peña Nieto.
Ni que decir de la conducción de la economía que ha recaído en el mismo grupo de economistas ortodoxos como José Antonio Meade, Secretario de Hacienda en las dos últimas administraciones federales; Miguel Messmacher, cerebro del Plan Nacional de Desarrollo en el gobierno de Calderón y Subsecretario de Ingresos en el gobierno peñanietista; o la recientemente designada Subsecretaria de Planeación, Vanessa Rubio Márquez, cuya trayectoria dentro de la administración pública se construyó fundamentalmente durante los gobiernos panistas.
La línea de conducción de las políticas económicas de los sexenios calderonista y peñanietista tiene además el resultado común del endeudamiento, el paupérrimo crecimiento económico y la elevación de la pobreza.
El fenómeno del crecimiento de la deuda pública, que hoy equivale prácticamente al 50 por ciento del PIB, tuvo en el gobierno de Calderón un punto crucial al elevarse en una tasa del 207 por ciento en todo el sexenio. El Producto Interno Bruto, reiteradamente revisado a la baja en términos de sus expectativas de crecimiento en cada año de la actual administración, creció apenas en 1.93 por ciento durante la administración calderonista. Por su parte la pobreza, cuyas cifras resultan ahora inequiparables en su serie histórica debido al “cambio de metodología” realizado por el INEGI, sumó a 15.9 millones de personas con Calderón al frente del país.
La conexión entre Calderón y Peña está más allá de las especulaciones sobre pactos entre ambos. Los resultados para el país de ambos sexenios están a la vista y son parte de los pendientes que tiene la ex primera dama, Margarita Zavala, ante la opinión pública de cara a sus aspiraciones presidenciales.