jueves, 27 de julio de 2017

Doctrina Estrada en la relación entre México y Venezuela

@NietzscheAristomié 26 jul 2017 14:49
 
  
 
Cometen error quienes invocan esta doctrina en favor de Venezuela como un freno al acoso proveniente del gobierno mexicano.
Cometen error quienes invocan esta doctrina en favor de Venezuela como un freno al acoso proveniente del gobierno mexicano.
Foto propiedad de: Internet

De origen conocida como doctrina Ortiz Rubio -por ser este el presidente de México cuando fue dada a conocer el 27 de septiembre de 1930- terminó por llamarse internacionalmente con el apellido del secretario de relaciones de exteriores de entonces, Genaro Estrada. Y hoy que tanto se menciona este instrumento de política exterior con respecto a Venezuela, se hace necesario precisar dos puntos. Uno sobre la naturaleza e instrumentación de la doctrina Estrada. Otro sobre la política exterior mexicana actual.
1. Comentaristas han mezclado indistintamente y/o confundido la afamada doctrina Estrada con dos principios de política exterior universal, la no intervención y la autodeterminación de los pueblos. Aunque con vínculos estrechos, se trata de tres líneas de política internacional diferenciadas.
En tanto que la autodeterminación es un derecho insustituible de los pueblos para decidir sus pautas de ser y de desarrollo económico, político y cultural, y la no intervención frena la ambición del gobierno de esos pueblos para inmiscuirse en los asuntos de otros pueblos (o Estados o naciones) que tienen su propio derecho a la autodeterminación, la doctrina Estrada es un instrumento pragmático para el proceder entre unos gobiernos y otros.
Con base en la experiencia histórica mexicana y en contraposición a la cuestionada fórmula de otorgar o no reconocimientos a los gobiernos constituidos de otras naciones, la doctrina Estrada se pronuncia por no establecer juicios sobre ellos ni calificarlos, simplemente se reduce al acto del gobierno mexicano de mantener o retirar, “cuando lo crea procedente”, a sus instancias diplomáticas de los mismos. Es decir, se trata de un principio que quiere el respeto para el país emisor y para los demás a través de una actitud más bien de cierta pasividad en el discurso, y de una acción clara pero discreta.
2. Así pues, cometen error quienes invocan esta doctrina en favor de Venezuela como un freno al acoso proveniente del gobierno mexicano. La confunden o mezclan acríticamente con los principios de autodeterminación y no intervención, que son los que propiamente ha violado México a través la acción de la secretaría de relaciones exteriores y su titular, Luis Videgaray Caso. ¿Cómo tendría que haber actuado el gobierno de Peña Nieto en este asunto para hacer efectiva la doctrina Estrada? Si tanto le molesta, incomoda o perturba el gobierno de Nicolás Maduro, tendría que haber retirado al embajador y su legación de Venezuela desde hace un buen tiempo. Sólo eso. En cambio, se ha constituido como infamante brazo de la política de Estados Unidos (acaso más bien de Donald Trump) contra el país latinoamericano, para intervenirlo a través de la Organización de Estados Americanos (OEA) y para inmiscuirse en su capacidad para la autodeterminación al hacer un exhorto demandando la cancelación de la asamblea constituyente a que ha convocado su presidente.
3. La doctrina Estrada ha sido muy criticada, pues se piensa que es del todo pasiva en los tiempos de la globalización. No obstante, hay que subrayarlo: pasiva en el discurso, activa en su realización con sentido negativo, cuando decide el retiro de agentes diplomáticos. Tal vez su crítico más puntual e irónico, además, sea Daniel Cosío Villegas. En “Vida azarosa de la doctrina Estrada” (ensayo presentado en el Colegio Nacional el 10 y 17 de agosto de 1965 y recogido en Ensayos y Notas II; Editorial Hermes, 1966), el historiador reprocha sus debilidades conceptuales, revisa con lupa su contexto y los antecedentes históricos, analiza la naturaleza de su concepto y aplicación para al fin rescatar lo positivo de la misma, como es el hecho de que haya sido concebida contra la política imperial de Estados Unidos. No obstante, la considera mal pensada y mal escrita, con pobreza y torpeza de lenguaje. De hecho plantea (no sin ironía) que no fue redactada ni revisada por Genaro Estrada, quien era buen lector, escritor profesional, “un hombre incuestionablemente inteligente”. Y esto significaría que acaso no le haya atribuido la importancia que llegaría a tener: “resulta una amarga ironía… el nombre de Genaro Estrada está mucho más vinculado a esta doctrina que a las mil cosas buenas que hizo en la secretaría de relaciones, muy pocas de las cuales, por otra parte, han sido superadas después y hasta el día de hoy” (págs. 176-177).
4. Lo que importa de todas maneras es que la doctrina Estrada es un instrumento de respeto sumándose así a los principios de no intervención y autodeterminación. Su importancia radica, sobre todo, en su intención de frenar la ambición y la perversión política de potencias como Estados Unidos, en particular frente a Latinoamérica.
En La victoria sin alas, tercer volumen de sus Memorias (Porrúa, 1981), Jaime Torres Bodet, que participó activamente en la creación de la OEA durante la Conferencia de Bogotá en 1948, señala con orgullo que la doctrina mexicana fue implícitamente aceptada en el Acta Constitutiva de la Organización: “En lo concerniente al ‘reconocimiento’ de gobiernos, obtuvimos que se adoptara una declaración –la número XXXV- que, en el fondo, implicaba una aceptación de la ‘Doctrina Estrada’, pues sostenía ‘que el derecho de mantener, suspender o reanudar relaciones diplomáticas con otro gobierno no podrá ejercerse como instrumento para obtener individualmente ventajas injustificadas’ y que ‘el establecimiento o mantenimiento de relaciones diplomáticas con un gobierno no envuelve juicio acerca de la política interna de ese gobierno’” (ob. cit., pág. 640).
5. No obstante el acoso y su propia impericia política, el gobierno de Maduro ha actuado hasta ahora con más astucia que su contraparte mexicana y estadounidense. Teniendo a ambos países aliados y a muchos otros socios a través de la OEA en su contra, ha rechazado la intromisión en los asuntos venezolanos criticando con verdad que gobiernos de países como México carecen de autoridad moral, ya que el respeto a la democracia y los derechos humanos y temas como la corrupción y la violencia, están o podrían estar peor que en Venezuela; y ha presentado ejemplos claros, como se vio en la pasada reunión de la OEA en Cancún.
Y no deja de ser curioso e irónico que la doctrina Estrada, concebida por México para sumarla a los principios de no intervención y autodeterminación y en contra sobre todo de Estados Unidos, ahora pudiera darle mayor provecho a Venezuela. De facto, los aliados no sólo están interviniendo en asuntos internos de este país, están desconociendo el gobierno electo de Maduro. ¿Qué tendría que hacer éste para hacer efectiva la doctrina mexicana de 1930? Sin dejar de medir las consecuencias, retirar a sus representantes diplomáticos de México y solicitar el retiro respectivo de Caracas del embajador mexicano, tal como lo hiciera en 2016 con el Estados Unidos de Obama. Y para ello no necesita invocar siquiera a la célebre doctrina.

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