19/S: El dolor y la esperanza
Ciudad Perdida
Estragos del terremoto
En Seduvi, el rastro de la tragedia
Explicaciones más que necesarias
Miguel Ángel Velázquez
E
l tema no es simple. Hace algunos días, en un espacio parecido a este, decíamos que el rastro de la tragedia lo marcaban las huellas de la corrupción, y ahora nos advierten que el ADN de esos vestigios está, en buena parte, en la Secretaría de Desarrollo Urbano y Vivienda (Seduvi).
En el gobierno central se dice, fuerte y quedito, que con las técnicas de construcción que se tienen ahora ningún hospital y ninguna escuela debería colapsar, pero si los protocolos de edificación especialmente elaborados para las escuelas de esta ciudad no se cumplen, entonces ocurren desgracias como la del colegio Enrique Rébsamen.
A partir de los documentos que se tienen, es difícil advertir que ese lugar hubiera sido víctima del incumplimiento de las normas legales para su construcción, porque todos parecen estar en orden, pero lo cierto, más allá del papeleo, es que la escuela se vino abajo y que sobre su techo se construyó una casa, de la cual, oficialmente, nunca se supo nada.
Tanto en 2014, como en 2017, la escuela obtuvo el visto bueno de seguridad y operación firmado por un director responsable de obra (DRO), en el primer año Juan Mario Velarde, y en el otro, Juan Apolinar Torales, quienes a su vez debieron contar con la firma de un corresponsable de seguridad estructural, del que se desconoce el nombre.
Y ahí es donde la situación empieza a enrarecerse. Todo parece indicar que la Secretaría de Desarrollo Urbano y Vivienda, que es la que se encarga de hacer el registro de los profesionales dedicados a esos menesteres, no tiene un padrón actualizado de quienes están a cargo de supervisar las obras.
Es esa dependencia la que debe transparentar, desde ya, el nombre de cada uno de los DRO, y de los corresponsables de seguridad estructural que dieron como seguros no sólo la escuela Rébsamen, sino los 500 edificios marcados con rojo por el gobierno de la ciudad, que no son habitables.
Pero hay que ser claros: primero, y antes que nada, el asunto del Rébsamen, y esto porque cuando decimos que en el mismo gobierno se dice que ninguna escuela y ningún hospital debería venirse abajo por un sismo, debido a las medidas de seguridad y las técnicas de construcción que se usan ahora, es porque la ley advierte en su reglamento de construcciones, en el artículo 206, último párrafo, que las escuelas, a las que se llama
grupo A, deberán tener un factor de seguridad 50 por ciento mayor al coeficiente sísmico”, y alguien más o menos versado en el asunto no aseguraba que si en una construcción normal una columna debe tener medio metro de diámetro, en las escuelas eso se debe aumentar una mitad más, y eso igual que todos los elementos de construcción.
El asunto es que en el Rébsamen eso no se cumplía, como tampoco se cumplió, al parecer, en el Tec de Monterrey, cuyas losas también mataron a un grupo de jóvenes, aunque del incidente no se ha dicho demasiado, tal vez porque alguien quiera atribuirlo a un desastre natural en el que no se puede hacer nada.
En fin, es la Secretaría de Desarrollo Urbano y Vivienda la que tendrá que dar las explicaciones al respecto, porque el rumor es que desde allí se repartieron los registros y las certificaciones para que gente que no cumplía con los requisitos que marca la ley obtuvieran esos registros y certificaciones, y luego, sin experiencia, sin conciencia y sin responsabilidad, se dedicaran a certificar, incluso, lo que ellos sabían que era peligroso. La Seduvi tiene la palabra.
De pasadita
Hay quienes ya se preguntan, y con razón, ¿y ahora qué?, pero aún falta mucho por descubrir y por hacer. La destrucción en la ciudad es muy grave y tardarán mucho tiempo autoridades y ciudadanos en volver a la normalidad. No se puede olvidar el pasado hasta que queden saldados sus pendientes. No se vale reconstruir sobre mentiras, porque habrá nuevos derrumbes. Eso debimos aprenderlo desde hace mucho, y ya ven lo que pasó.
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