COLUMNAS
Sobre los güeyes Trump y su yerno, y la manera de escribir este adjetivo que alcanza a muchos más
Federico Arreola acaba de publicar un texto que tuiteé con un comentario:
FA: “Del buey gigante de Australia al pinche güey del yerno de Trump” (SDPnoticias; 28-11-18).
HP: Vaya, hasta que alguien más escribe bien el adjetivo “güey”, con “G”.
FA: También se usa “we”.
HP: Lo sé, pero originalmente es güey, por uso y sonoridad, y ahora ha derivado, por “güeva” de las nuevas generaciones, en “we”, “wey” o “huey”, como bien señala el texto. Además, con “G” suena más fuerte, más definitivo. Sl2.
Tiene razón Arreola, la RAE atribuye el adjetivo a las “personas tontas”, pero en México tiene muchos más significados, a veces contradictorios. Como indica en su columna, “tonto, amigo, camarada, compañero, incondicional, enemigo, inteligente, trastornado, valiente, hijo de la chingada, pendejo, mierda”.
También cierto que hoy se escribe de distintas maneras: güey, wey, we, huey. Y aunque el brillante lingüista Antonio Alatorre haya dicho que el lenguaje se construye en la calle (ahora en las redes sociales también), en el habla cotidiana y no en la academia, resulta interesante el registro del progreso y la mutación de las palabras. En este caso, siendo original y más mexicana la fonación con “G”, se entiende que, por influencia del lenguaje norteamericano, el inglés, y el habla desgarbada que modifica la fonación al oído, para describirla se use la “W” en dos variantes más “suaves”. Con “H” es menos común, y podría ser una “deformación” de la escritura “uey”, ya que hoy suele prevalecer en esta una ortografía errónea o descuidada; pero asimismo siguen existiendo personas a quienes les encanta corregir. En este caso, “corrigen” una mala escritura derivada de un mal oído y mala fonación o fonación deformada del original, güey.
A lo anterior hay que agregar que “güey” ya no tiene sexo, es decir, género. Lo tuvo, era masculino. Ahora es unisex y acaso algún día acabe en el neutro “güeye”, como está de moda, para no discriminar al decir güey o güeya. De hecho, las chicas mexicanas acaso ya usen más este adjetivo que los propios hombres; una verdadera conquista del movimiento feminista mexicano o de las mexicanas; más propiamente.
Como quiera que sea, de vuelta a lo sustancial del texto de Arreola, que se refiere a la entrega de la Orden del Águila Azteca a Jared Kushner -asesor de la Casa Blanca y yerno del presidente de Estados Unidos, Donald Trump-, justificada por la Oficina de la Presidencia de México ante la crítica “argumentando que el gobierno reconoce sus significativas contribuciones en la renegociación del renovado Tratado Comercial entre México, EE.UU. y Canadá” (CNN; 27-11-18), no queda más que esperar que sea el último gran desbarre de la administración de Peña Nieto, que ya termina en pocas horas (para reír o llorar; hace recordar un texto de Celestino Gorostiza, al que me referiré pronto, sobre el fin de gobierno de Pascual Ortiz Rubio).
Señala Arreola, “no calcularon EPN y Videgaray que si para ellos el señor Kushner es un güey a toda madre con el que se llevan de pocas tuercas, para el resto de los mexicanos —y para prácticamente toda la población mundial— ese hombre y su suegro son unos pinches güeyes absolutamente despreciables.”. Y agrega, “alguien se pasó de güey al convencer a Luis Videgaray y a Enrique Peña Nieto de que era buena idea entregar al yerno de Donald Trump el Águila Azteca”.
¿Pero quién podría ser ese “alguien” o por qué especular que existe alguien?; ¿no son acaso ellos mismos los que se han colocado el adjetivo, los otorgantes del supuesto alto reconocimiento? (que de seguro tirará al olvido en pocos minutos el yerno de Trump, como bien sugiere el director de SDPnoticias).
Ante la justificación pública del disparate de Peña Nieto y Videgaray Caso -otorgar la Orden a uno de los artífices del gobierno, más que güey, gorila, que ha insultado a los mexicanos-, ¿qué hacer?; no mucho. Lo bueno es que ya se van. Mejor será suponer que los que llegan no los cometan, o no tantos, porque como hemos dicho aquí anteriormente, güeyes hay por todas partes.
Y hablando del buey australiano Knickers que refiere Arreola en su columna, por mi lado, en Animales y otros bichos raros (Praxis, 2013), he hecho una interpretación del buey mexicano, del curioso proceso de trasmutación del buey en güey. Se las comparto:
Buey
Pseudotoro capado o castrado y por tanto lo contrario al mismo (ver toro). Al estar malsanamente inutilizado para cogérselas, el buey es explotado para arrear y guiar a las vacas (o peor, jalar la yunta o la carreta). Desarrolla facciones femeninas como todo castrado; y a cambio de giba, curva o larga y llana cornamenta. Entre los mexicanos y por perversa transmutación de significado, existe asimismo el güey. Aunque éste lo es por voluntad propia o por ausencia de ella, producto de una suerte de castración psicológica, a diferencia del otro, que es resultado del insaciable poderío y la insensible violencia masculina.
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