martes, 27 de noviembre de 2018

Ciudad perdida
Fracasó la guerra // La paz, necesaria
D
icen que sólo el que se para al borde del abismo sabe con certeza la profundidad del desfiladero, porque lo que se diga antes de ese momento, el de estar frente al precipicio, no alcanza a medir hasta dónde llega la sima.
Esto podría aplicarse perfectamente a la política. La voluntad no alcanza, la mayoría de las veces, para vencer la realidad que se oculta entre la bruma de la demagogia, en el entramado de la corrupción, pero al final, cuando se atisba la inmensidad de la fosa, las decisiones no deben nacer distorsionadas por falsas circunstancias.
Hallar la respuesta correcta al problema de violencia como el que vive el país no es nada fácil porque no existen muchas opciones, y aunque los métodos puedan parecerse, las diferencias son muy grandes. Para el panismo y Felipe Calderón combatir al crimen organizado significó la guerra, así se dijo.
La diferencia, la contradicción, la da el gobierno entrante. Se busca pacificar al país; la guerra ha terminado. Para las administraciones pasadas se trataba, como en la guerra, de eliminar al enemigo, condición única para abandonar el campo de batalla. El proyecto fracasó.
Hoy el uso de la fuerza letal no se ha descartado, pero aquellos que sólo tenían como horizonte eliminar al contrario deberán recibir las lecciones que les permitan respetar los derechos humanos. Reconvertirlos no es sencillo, pero es parte del proyecto que también combate el hambre, la desocupación, la falta de un plan de educación para la mayoría. La paz, entonces, no se alcanza a balazos. Eso ya está demostrado.
La creación de una Guardia Nacional no parece haber caído mal entre la gente. Por el contrario, se le ha visto como parte de la solución. Soldados instruidos para la prevención y el respeto a los derechos humanos serán el componente mayoritario de esa guardia, pero no es todo.
Es claro que el presidente electo, Andrés Manuel López Obrador, no sabía de las profundidades del abismo. Mirar de cerca el tamaño de la corrupción, por ejemplo, debe haberle llevado a reflexiones que empiezan a crear respuestas, pero esas respuestas tal vez no resulten en soluciones que modifiquen la realidad.
Formar soldados respetuosos de los derechos humanos no parece un mal movimiento, así lo percibe la sociedad, pero dejar el mando de las acciones de pacificación a un señor de la guerra parece un despropósito que sólo promete la perfección de los errores.
El gobierno de López Obrador aún no empieza, así que las posibilidades de enmendar el camino por el momento tampoco son posibles, y a eso, recomponer la ruta, no se le debe tener miedo.
De pasadita
Ayer, en el Museo de la Ciudad de México el informe de labores de la presidenta del Tribunal de Justicia Administrativa, Yasmín Esquivel Mossa, convocó a un muy compacto grupo de personajes del poder. Lo mismo estuvo el mandatario capitalino, el doctor José Ramón Amieva Gálvez, que la jefa de Gobierno electa, Claudia Sheinbaum Pardo, y con ella el líder de la mayoría en el Congreso de la capital, y hasta Marcelo Ebrard, que llegó tarde por exceso de trabajo o porque tenía la intención de hacer notoria su presencia.
Yasmín rindió su informe y fue clara en la defensa del quehacer de los jueces, aunque advirtió de su desprestigio y abogó por mayor autonomía de los tribunales de justicia en los estados de la República, pero sobre todo se le miró como una muy próxima ministra de la Suprema Corte de Justicia, lugar por el que ahora lucha. Suerte.

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