viernes, 26 de julio de 2013

¿De qué futuro hablamos?

Epigmenio Ibarra

¿Qué futuro nos espera en este país que marcha hacia el pasado?
¿Qué podemos esperar las y los mexicanos si, mientras en América Latina se abre paso la democracia, aquí avanzamos aceleradamente hacia la restauración del viejo régimen autoritario?
De un régimen que ha hecho de la ilegalidad una forma de vida,
de la corrupción el valor supremo, de la impunidad la regla, de la justicia la excepción.
¿De qué futuro hablamos en un país que ha perdido la capacidad de conectar la corrupción y la impunidad con la violencia, que tolera impávido los más grandes agravios, que languidece adormecido frente a la tv mientras los mismos de siempre continúan ensangrentándolo, saqueándolo, engañándolo?
¿De qué futuro hablamos en un país inmerso en una guerra sangrienta, inútil, sin perspectiva alguna de victoria?
Aquí lo que urge es establecer fronteras entre política y delito, disputar al narco base social. Y urge socavar su capacidad financiera. Solo que eso no se hace porque ahí precisamente es donde elnarco y el poder económico y político se rozan, se vuelven la misma cosa.
Sin corrupción no habría guerra.
Aquí lo que urge es crecimiento económico, educación, empleo, servicios de salud, vivienda digna, cultura. Poner en movimiento el poder sanador del arte. Hacer que la poesía, el poder de la palabra, calle la voz de los fusiles.
Aquí lo que urge es destinar recursos, los miles de millones de pesos que se malgastan en la imagen pública de funcionarios e instituciones para llevar la cultura a las zonas donde los capos reclutan sus ejércitos.
Aquí lo que urge es frenar el saqueo. Aquí lo que urge es plantarse firme y dignamente frente a los EU; negarse a hacer el trabajo sucio.
En vez de todo esto, Felipe Calderón declaró una guerra que Peña Nieto continúa. El régimen ha renunciado al deber de someter a los criminales ante la justicia y ha optado por su exterminio.
Por eso en esta guerra la cifra de heridos siempre es menor a la cifra de muertos, porque soldados, marinos y policías no hacen prisioneros.
Por eso los narcos que tienen armas y dinero de sobra, que reponen de inmediato sus bajas y son desalmados y brutales, combaten hasta la muerte.
Por eso los 100 mil muertos, los 30 mil desaparecidos, los 250 mil desplazados.
¿De qué futuro hablamos en un país donde los jóvenes, sin educación, sin empleo, son carne de cañón? Cuando el consumo de droga se ha triplicado y la cultura del narco, la idea de emular la suerte “heroica”, el destino trágico del capo domina mentes y corazones.
¿De qué futuro hablamos si basta vernos en el espejo para descubrir que ante un asesinato pensamos “en algo andaría” (versión íntima del “se matan entre ellos”) convirtiendo a la víctima en el culpable de su propio asesinato?
¿De qué futuro hablamos en un país donde de la guerra se habla con la enfermiza banalidad de Felipe Calderón o si simplemente, en torno a ella, se produce el ominoso silencio de Enrique Peña Nieto?
La guerra y corrupción van tan de la mano que abiertas las arcas ninguno de los involucrados, viendo la facilidad con la que puede enriquecerse, se interesa en detener el derramamiento de sangre.
Con Enrique Peña Nieto cesó la histeria bélica de Calderón, no así la violencia. Más allá de este bombardeo de mensajes “motivacionales” está sin embargo la realidad que se niega a ser silenciada; están Michoacán, Coahuila, Tamaulipas, Guerrero. Está la guerra.
Una guerra que un día la tv y los grandes medios nacionales decidieron simplemente y en un primer Pacto por México dejar de contar.
Una guerra que en cualquier otro país, con otra tv, hace mucho se hubiera terminado sin que salieran impunes un Calderón, un García Luna y muchos de esos jefes policiacos y militares que han operado escuadrones de la muerte y que tienen las manos tan manchadas de sangre como los capos.
Cuando los norteamericanos vieron en su pantalla lo que sucedía en los campos de batalla de Vietnam perdió Washington la batalla política. Si aquí la gente viera lo que realmente sucede poco o ningún futuro tendría el régimen.
Nada que inquiete al “televidente”, lo perturbe, lo despierte tiene cabida en la tv. Adormecido se le quiere tener; desinformado, desalentado, separado de la realidad y por tanto incapaz de pronunciarse sobre la misma, de hacer un esfuerzo por transformarla.
¿Qué futuro espera a un país donde los grandes concesionarios de la tv han dejado de actuar como fiel de la balanza para convertirse en la balanza misma y son la mano que mueve la mano de los que votan?
Adormecido y con miedo no hay ciudadanas y ciudadanos libres capaces de construir un futuro de paz, justicia, libertad y democracia.
¿De qué futuro hablamos entonces?

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