Sobre el plagio académico y la responsabilidad ética
No existe plagio involuntario: los plagios de la tesis de Enrique Peña Nieto revelan, efectivamente, mucho sobre su perfil ético como político.
Elisa Godínez | Corrupción
El domingo pasado, el sitio de noticias de la periodista Carmen Aristegui publicó un reportaje sobre los plagios hallados en la tesis de licenciatura del presidente Enrique Peña Nieto, afirmando que el 28.8 por ciento del contenido de ese trabajo académico es producto del plagio. No voy aquí a repetir los detalles de la investigación, ni voy a hablar de la aprobación o la descalificación del trabajo periodístico y su presentación, ni sobre la reacción –o el silencio– que ha habido en los espacios noticiosos mexicanos, ni a atender las opiniones expuestas en redes sociales sobre el asunto. Más bien, quiero centrarme en la dimensión intelectual-académica del hecho y en el significado ético de que Enrique Peña Nieto sea un plagiario.
Peña Nieto se tituló de licenciado en derecho con una tesis acerca del presidencialismo mexicano y Álvaro Obregón en el año 1991. Que un muchacho militante del Partido Revolucionario Institucional, quien ya entonces trabajaba en diversos espacios de su partido en el Estado de México, de donde es originario, escogiera este tema no extraña. Sí intriga, sin embargo, conocer cuál era el horizonte intelectual del joven político, especialmente si consideramos su historia político-familiar, es decir, su trayectoria y las relaciones que marcaron su destino como alguien perfilado a ser parte de una élite determinada para gobernar. Uno se pregunta, por ejemplo, si es que efectivamente, amén de sus plagios y sus inconsistencias metodológicas, comprendía las singularidades o la importancia histórica del proyecto de Obregón que está ligado a la construcción y consolidación del Estado mexicano posrevolucionario –más todavía considerando que 25 años después él, Peña Nieto, encabezaría el aniquilamiento de los vestigios de ese Estado, a partir de la aprobación de un conjunto de “reformas” constitucionales que pretenden romper precisamente con el pasado.
Pero volvamos al asunto principal: el plagio. En términos académico-intelectuales, una persona que plagia no lo hace sin saber. No es la ignorancia o la falta de pericia o de formación metodológica la que explica que una, dos o tres citas estén mal hechas –ni que la tercera parte de una tesis de licenciatura sea producto del plagio. Quien plagia lo sabe, está consciente de ello y, como hemos visto en otros escandalosos casos de plagio académico, quien comete el robo apuesta a que nadie lo descubra. Pero, más allá de eso, quien plagia en el ámbito académico demuestra fehaciente incapacidad de investigación, falta de voluntad e ineptitud para la labor intelectual pues una tesis de licenciatura es, en teoría, la síntesis de los conocimientos, las habilidades y las actitudes que el estudiante adquirió durante su paso por la universidad. La labor de una universidad seria consiste en afianzar en el estudiante esos tres aspectos, y el plagio de Peña Nieto revela el rotundo fracaso, tanto de la capacidad intelectual de él como de la competencia de su alma mater, la Universidad Panamericana. ¿Para qué estudia un abogado? ¿Cuál es la labor fundamental de un licenciado en derecho sino el estudio de la legalidad? ¿Qué clase de abogado es uno que comienza su carrera profesional engañando?
Esto último me conduce al significado ético de tener un presidente plagiador. Peña Nieto juró cuando se tituló de abogado y cuando fue investido como presidente. Habría que recordar que un juramento no es un mero requisito, un mero trámite. Peña Nieto presentó su tesis años después de haber egresado, siendo todavía joven pero ya instalado en una estructura laboral-partidista. Todo indica que cuando el joven político se tituló, ya tenía un rato trabajando en espacios del PRI en su estado natal y faltaba poco tiempo para que se integrara plenamente como todo un funcionario, como un miembro de la élite gobernante que lo condujo hasta el más alto puesto del Poder Ejecutivo. No es que un funcionario no pueda titularse mientras ejerce, por favor. Recordemos que Carlos Salinas de Gortari obtuvo el grado de doctor siendo secretario y que incluso su tesis doctoral fue no solo ampliamente discutida, sino que constituyó la base de Solidaridad, el proyecto social más importante de su sexenio. No traigo a colación este detalle porque sea admirable, sino para señalar la diferencia: la tesis mal hecha y con plagios de Peña Nieto parece más un trámite que la culminación de su etapa académica y el inicio de una carrera de un profesionista decente. Repito: un plagiario sabe que plagia, está consciente de que está engañando, que está mintiéndole a la universidad, a sus profesores, su sínodo, sus padres y parientes y especialmente a su profesión y su gremio. ¿O acaso él no hizo su tesis? Peor aún si eso resultara. Condenar un plagio no es un asunto moral, tanto como un hecho que nos obliga a afirmar nuestros propios estándares éticos o a disimular la carencia de ellos. Quien plagia, engaña. Enrique Peña Nieto se burló, porque sabía que estaba plagiando, no solo de la Universidad Panamericana, de su familia y de sus padrinos y protectores de la élite política. El presidente de México ha engañado a toda la sociedad desde el comienzo de su carrera profesional. Un abogado, que es un profesional que se supone debe defender y velar por la justicia, comienza su trayectoria profesional y pública engañando. Lo hizo hace 25 años y lo sigue haciendo ahora.
No es éste el primer escándalo en el que se ve inmiscuido el presidente. Antes fue responsable de un episodio represivo ominoso en San Salvador Atenco mientras fungía como gobernador del Estado de México. Salió raspado pero victorioso de una campaña presidencial donde constató su incapacidad intelectual al no poder articular frases sin un teleprompter, una campaña sumergida en dineros mal habidos y en complicidades afianzadas con muchos negocios publicitarios con Televisa. Y ya durante su presidencia, Peña Nieto ha dado suficientes muestras no solo de su talante autoritario, sino de trapacerías, corrupción, conflictos de interés, que lo han traído de escándalo en escándalo. Es por eso que el asunto del plagio no es menor. La estrategia de su equipo ha sido la misma que veces anteriores: la de apostar por el olvido. Hoy Peña Nieto está en picada y quitarle peso a este tema, convertirlo en un asunto “sin trascendencia”, es lo que él y su equipo más quisieran. Pero el plagio solo ha venido a corroborar la debilidad de sus bases éticas y morales como personaje público, así como de su muy endeble formación intelectual. Y aunque esto no sea nuevo, sí prueba que hay un comportamiento sistemáticamente delincuencial, que muestra a un hombre –y a un equipo– totalmente falto de escrúpulos. Un hombre que miente a sabiendas, con dolo, con alevosía. Un presidente que pretendía modernizar el país pero que ha terminado siendo el más elocuente retrato de las prácticas del pasado.
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