sábado, 8 de julio de 2017

COLUMNAS

Carmen en Roma y el embajador mexicano en Italia como censor operístico de EPN y Videgaray

@NietzscheAristovie 07 jul 2017 14:18
 
  
 
El documento con el sello de la oficina de Luis Videgaray, la secretaría de relaciones exteriores, la dejó “boquiabierta”.
El documento con el sello de la oficina de Luis Videgaray, la secretaría de relaciones exteriores, la dejó “boquiabierta”.
Foto propiedad de: Internet
La política exterior del gobierno actual pasa de una tontería a otra con facilidad. De entrometerse con un país soberano como Venezuela en el marco de la reunión de la OEA, a pretender la censura de una producción operística internacional en Italia; sin olvidar el trato de jefe de estado al candidato Trump, entre tantas otras “ocurrencias”.
El embajador de México en Italia, el “verde-ecologista” Juan José Guerra Abud, ha pretendido, por un lado, una absurda censura a la puesta en escena de lo ópera Carmen de Georges Bizet en las Termas de Caracalla, en Roma. Por otro, ha sugerido intervenir en la producción para que la visión de México que se presente en escena sea adecuada a la idea que el gobierno tiene o quiere de sí. Y por si faltara, se le ha ocurrido decir una tontería mayor, que con lo anterior no está pretendiendo suspender la obra o cambiar su contenido.
O el embajador ha querido llamar la atención o ignora todo en relación al mundo de la ópera y las puestas en escena modernas en general. De hecho, tanto el comunicado oficial de la embajada al respecto como la entrevista que le hiciera José Cárdenas, revelan su candor; ¡y en Roma!
La producción veraniega 2017 de la Ópera de Roma en las Termas de Caracalla presenta Carmen, de Georges Bizet, en una puesta en escena de la directora argentina Valentina Carrasco quien ha decidido trasladar el escenario operístico de Sevilla a un pueblo de la frontera de México con Estados Unidos. Considera del todo adaptable la historia de pasión, odio, tráfico, contrabando, crimen, venganza, brutalidad y feminicidio a la realidad de la frontera mexicana. Planteamiento de lo más normal, tanto la libre adaptación escenográfica como la costumbre “moderna” de los directores de escena de teatro, ballet y ópera de recurrir a ello con menor o mayor éxito no exentos de críticas. Y entre mayor escándalo, mejor para su reputación de polémicos.
De acuerdo a las notas periodísticas, el comunicado oficial de la embajada (que ya ha sido eliminado; ¿reconocimiento silencioso del error?) y la entrevista radiofónica de José Cárdenas al embajador Guerra, cuando poco antes del estreno éste supo por una fotografía que la producción tenía “planes de proyectar una imagen desfigurada de la Virgen de Guadalupe, ligándola al culto de la Santa Muerte… La embajada comunicó su extrañamiento a la Superintendencia de la Fundación del Teatro de la Ópera de Roma, la cual decidió modificar el retrato de esta figura central de México” (imagen, por otro lado, no inventada sino tomada por la producción a partir de una procesión del día de muertos en México).  
Satisfecho con censurar la ofensa que, según Guerra, podría haber afectado la sensibilidad de los millones de guadalupanos (como si los devotos estuvieran al pendiente de las producciones operísticas en el mundo; más bien, con el ánimo alterado del embajador, algunos de ellos alcanzaron a enterarse), decidió no asistir al estreno de la puesta en escena. Pero tres personas que sí estuvieron en la premier y fungieron como espías, le entregaron alarmantes reportes. Se eliminó el asunto de la virgen (la directora ha dicho que como el escándalo diplomático explotó en día de estreno por la mañana, horario en que nadie trabaja, ella misma tuvo que ir a quitar la imagen pues decidió no ofender a nadie; es decir, ni siquiera se trató de una oficialidad), pero se encontraron con una desagradabilísima sorpresa: la “burda y simplista representación de México y sus tradiciones; caricaturesca; basada en estereotipos que no representan ni a los mexicanos ni a su cultura”. Entre las irregularidades que “nada” tienen que ver con México, al embajador le reportaron: “Imágenes muy burdas de nuestro país, niños en la calle drogándose, mujeres de la mala vida por todos lados, corrupción, algo verdaderamente desagradable, lamentable”; imágenes lejos de “reproducir el contexto social” mexicano. Alarmado, Cárdenas repitió cada una de las palabras del embajador, alterado por semejantes falsedades de la directora de escena y la producción. Así que decidió armar el alboroto, dirigir en un comunicado oficial su “sorpresa e indignación” a la bella alcaldesa de Roma, Virginia Raggi, y a la intendente de la Ópera de la ciudad, al tiempo de salir a escandalizar a los medios; y de oídas, sin haber visto la puesta en escena.
Hecho el numerito y ante las reacciones que lo calificaron de censura artística, que ratificaron a Carrasco en el hecho de que esas imágenes sí retratan en gran parte la sociedad mexicana en crisis, Guerra se atrevería aún a más. Entrevistada sobre el asunto, Carrasco calificó como surrealista la reacción de la embajada mexicana. Y claro, acostumbrada a las puestas en escena “modernas” (gusten o no), quedó sorprendida ante el descabellado embajador argumentando que nunca le había pasado que una legación diplomática “pusiera el grito en el cielo” por el honor y la pureza de su país a causa de una producción operística: “Me imagino que en México tienen muchos problemas más importantes de los cuales hablar que de una ópera que se hace en una ciudad de Europa”. Ni cuando habló de homosexualidad y transexualidad en Rusia o quemó una bandera española en escena la molestó algún gobierno o diplomático. El documento con el sello de la oficina de Luis Videgaray, la secretaría de relaciones exteriores, la dejó “boquiabierta”.
En México la reacción fue sobre todo mediática, pues se reprodujo masivamente el escandalito del embajador. Dentro del medio operístico la puesta fue vista no sólo como algo normal, aun se burlaron esgrimiendo que perores cosas y de la más baja calidad se hacen en las producciones mexicanas. La historia presenta evidencias, por ejemplo, una Cavallería rusticana de Bellas Artes en 1993, ubicada entre cantinas, charros y pistoleros poblanos (todavía no explotaba el “huachicoleo”, que si no). Por otro lado, Giacomo Puccini en La Fanciulla del West, en 1910, había pintado ya a los mexicanos como ladrones y delincuentes (Ramerrez hereda de su padre “una masnada messicana di banditi da strada). Y en 2010 se estrenó en México (ya se había hecho antes en una producción escolar en Estados Unidos), con patrocinio oficial del Festival de México y de Bellas Artes, Únicamente la verdad conocida también como Camelia la Texana, ópera de Gabriela Ortiz que se ubica no sólo como puesta escenográfica sino como realidad violenta de la frontera norte en argumento y música. Ópera en la que al final, entre muchas muertes, el coro termina ejecutado en escena. Y las puestas escénicas internacionales en las que los alemanes son nazis y los italianos mafiosos, ya aburren, pues han llegado a ser una suerte de filmes anticuados, donde los gringos eran muy buenos y los japoneses muy malos.
El embajador Guerra Abud anda atrasado de noticias. De allí que ofrezca sus servicios y el de la embajada a la producción. Están “en la mejor disposición de colaborar con ellos para que no se presente una imagen distorsionada”. Y de allí que diga que no pretende que la puesta se suspenda o que quiera ¡cambiar el tema y el contenido de la ópera! ¡¿Cómo podría haberlo hecho?!
Para desgracia del embajador y sus auxiliares que quisieran revivir a Bizet de entre los muertos, este tuvo una muerte prematura en 1875 con el fracaso a cuestas, pues el estreno de su gloriosa ópera en París no fue otra cosa. Y si en un absurdo pensamiento se le cruzó la idea de la modificación de la obra (como revela su reacción) no le habría quedado más que recurrir a un procedimiento a la Homero o Aristófanes: descender al Hades junto con José Cárdenas, encontrar a Bizet y plantearle si consentiría en los cambios que acomodaran y complacieran al gobierno de Peña Nieto.

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