COLUMNAS
#MarchaFifí y cuando la derecha sale a marchar
Dividir a la sociedad entre buenos y malos, ricos y pobres, liberales y conservadores, derechas y ellos “progresistas” no llevará a ningún lado.
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El ambiente político previo a la oferta de la Cuarta Transformación está polarizándose inexplicablemente, porque Andrés Manuel López Obrador al tener la certeza de un triunfo arrodallor del pasado julio tendió los puentes con los candidatos derrotados, llamó a la conciliación, prometió tolerancia a la disidencia y apertura con los sectores productivos.
Pero en las últimas semanas anda enojado, incómodo con la crítica y molesto porque se le caricaturice, se le cuestione el aislamiento y se le critique por sus contradictorias posiciones de política económica y oferta de seguridad pública.
El punto de inflexión fue el método, la forma y el fondo para cancelar el NAIM. Ante las críticas ha dicho que se trata de una lucha entre liberales (o sea él) y conservadores (los otros, sus opositores). Así de simplón, se ha colocado en la época de la Reforma; él, encabezando un ejército republicano en defensa del país contra los conservadores. Dícese muy lector y muy conocedor de la historia nacional, pero evade o engaña, pues los liberales, según Edmundo O’Gorman, eran los que buscaban transformar la sociedad, afirmar las libertades individuales oponiéndose a los privilegios, secularizar la sociedad y limitar el poder del gobierno mediante la representación política y el constitucionalismo. Por eso luchó Juárez: una sociedad liberal.
En contrasentido, los conservadores representaban un Estado que intervenía en todas las actividades humanas y "cuyo principio era el orden" según las viejas costumbres. Eran conservadores los monarquistas o reaccionarios tipo Lucas Alamán. Los grupos de la Iglesia, fortalecida, aunque mantenían viejos contrastes, ahora se alineaban con el monarquismo al igual que muchos militares de alta graduación. Nada qué ver el esquema geométrico ideológico de AMLO en la lucha de liberales (que él no lo es del todo) con los conservadores (del que sí tiene mucho).
Pero dejemos de lado este debate ideológico y regresemos al tiempo actual, porque la polarización que impulsa AMLO en la sociedad no parece la más sana. Dividir a la sociedad entre buenos y malos, ricos y pobres, liberales y conservadores, derechas y ellos “progresistas” no llevará a ningún lado.
Sus seguidores, envueltos en el entusiasmo y la esperanza de un cambio, difícilmente analizan que la confrontación de la clase política con las élites del poder económico no llegan a ningún lado positivo para los más pobres.
Olvidan, por ejemplo, que los empresarios han operado duramente contra el sistema. Largas fueron las confrontaciones de Echeverría con el Grupo Alfa de Monterrey. Cuando estalló la nacionalización de la banca en 1982 fue el acabose y los empresarios se metieron de lleno a la política.
Agrupados en la Coparmex se aliaron al PAN en los 80s del siglo pasado para darle forma a un movimiento de derecha muy importante, que se llamaban “Los Bravos del Norte”, que llevó a Manuel J. Clouthier a la candidatura presidencial y que a través del PAN ganó las gubernaturas de Chihuahua, Nuevo León, Guanajuato, Jalisco, Baja California, Puebla y Nayarit, ganando para Vicente Fox la presidencia de la República en el 2000.
Empresarios o directivos de corporativos se han metido a la política por distintas vías partidistas. Durante los últimos sexenios, por medio de la acción política de las organizaciones empresariales de representación corporativa y en interacción con otros actores sociales y políticos, contribuyó al cambio del orden político-institucional que define la relación entre Estado, sociedad y economía.
Los empresarios han jugado un papel de negociador endógeno con el régimen. Ya sea para que se impulsara la “renovación moral de la sociedad” a partir del conflicto con José López Portillo o para que se dieran los primeros pasos en la reforma del Estado, durante el salinismo-zedillismo. En el triunfo de Vicente Fox, ese papel entraría de manera más directa y consistente, pues el empresariado apostó al poder político a través de la obtención de varias posiciones en el gabinete presidencial.
Sin embargo, la oferta foxista a las cúpulas de la iniciativa privada y el mismo manejo de los empresarios de la política pública, se toparían con pared ante la mayoría opositora que negó sistemáticamente el apoyo a sus propuestas, en gran parte, porque estaban dirigidas unilateralmente y no establecían bases de negociación. El saldo del foxismo fue más negativo que positivo. Los empresarios se sintieron abandonados, olvidados y poco representados en la administración que creyeron era su mejor aliada.
Ignoramos si la mano que meció la marcha fifí de este domingo fue movida por los empresarios. Si es así, no deberían estar muy tranquilos los dirigentes de MORENA ni el propio presidente electo Andrés Manuel López Obrador, porque cuando los empresarios comienzan a salir a las calles suelen ser más peligrosos que cuando la izquierda hace plantones. Si el próximo mandatario se auto asignó un papel en la historia, la victimización no es la mejor señal para un México que espera un mejor futuro.
Ahí está la experiencia de los cacerolazos en Chile de Allende, que de 1971 a 1973 no dejaron de protestar, hasta que llegó el golpe de Estado de mano de la intervención estadounidense. Pero las injerencias ya no son así de burdas y están los canales de la democracia. Así que será mejor ponerle agua fría a la cabeza de más de un morenistas que anda disparando fuego a donde apenas hay chispas preencendidas.
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