martes, 26 de marzo de 2019

Ciudad perdida
Caos citadino en materia de tránsito
N
ada mejor para los jóvenes académicos instalados en algunos puestos de decisión en el gabinete del gobierno de la ciudad que salir a las calles y confrontar las teorías con la muy difícil situación de esta capital.
Y uno de esos funcionarios a los que les urge salir de las oficinas y caminar las calles, con todos sus problemas, y claro, con sus virtudes también, es Andrés Lajous, tan cerca de las modas clasemedieras y tan lejos de las necesidades de la población de la ciudad que pide a gritos acuerdos que generen tranquilidad y paz y no reglamentos que engendren odios.
Hoy, sin necesidad de reglamentos ni cosa que se le parezca, los usuarios de motopatines, bicicletas y lo que se le ocurra a alguna otra empresa privada circulan casi por donde les da la gana; nada hay que se los impida, pero para el secretario de Movilidad lo importante no era permitir legalmente la peligrosa circulación de esos artefactos.
No, como en el sexenio que acabó, lo importante era dar certeza a las empresas de que sus artefactos puedan rodar por las banquetas, como lo hacen con toda impunidad, dado que el nuevo reglamento, incluso con las correcciones que se han hecho, no sanciona a quienes circulen por el espacio peatonal.
Así, los ciclistas sin placas en sus unidades, los manejadores de patines del diablo – scooter en el lenguaje fifí– y hasta los motociclistas estarán muy ajenos a las demandas de la Secretaría de Movilidad porque, a decir verdad, ni hay sanciones ni tampoco hay quien las aplique.
Pero por lo pronto, las calles se han vuelto un caos. Prácticamente no hay quien haga caso de los ordenamientos de tránsito y cada quien se menea para donde mejor le conviene. Sólo en las noches, entre las ocho y la media noche, se mira a algunos motociclistas de tránsito pidiendo identificaciones a quienes manejan autos o camionetas, y algunas veces hasta motocicletas.
Pero hay algo más, seguramente más profundo, más complicado, que crea la impunidad: el conflicto social que empieza a provocar y el odio que eso acarrea. Para nadie es desconocido el enfrentamiento que ya existe entre los peatones por un lado y los conductores de vehículos motorizados por el otro, contra los usuarios de bicicletas y los artefactos de alquiler que están de moda.
El asunto es que algo se tiene que hacer, y rápido, para evitar que el conflicto que ya existe escale en sus demostraciones. De alguna manera se tiene que evitar que esos usuarios sigan usando las banquetas como pista, para que no circulen en sentido contrario, para que sometan a los vehículos a regímenes de identificación claros; en fin, para evitar que las cosas sigan alimentando el caos.
Todo esto debería contenerse desde alguna acción concertada entre la SSC, la Procu y la Secretaría de Movilidad, pero parece que de acuerdo entre ellos, mejor ni hablamos.
El señor Lajous fracasó al tratar de ejercer la política en lo que fue su primera vocación y se alió y trabajó para Patricia Mercado cuando la mujer se convirtió en factor en contra de Andrés Manuel López Obrador. Hoy el señor Lajous tratará de que su segundo título académico, este referido a la movilidad y expedido por el glamoroso MIT, le dé resultados positivos, pero no se ve cómo.
De pasadita
Hay muchas verdades en el Metro que no porque vaya bajo tierra están enterradas. En el sexenio pasado se convirtió en un instrumento de venganza política y hoy, por su importancia, debería ser considerado de interés público y ventilarse frente a los millones de usuarios que día con día sufren la problemática en que está metido ese sistema de transporte.
La titular del Metro, Florencia Serranía, sí sabe qué le duele al monstruo. Ojalá no busque aliviarlo ella sola, u ocultarlo, que sería peor.

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