lunes, 29 de junio de 2015

A Donald Trump sólo le hace falta disparar

@NietzscheAristodom 28 jun 2015 22:11
  
 
Trump y Roof están emparentados, son de la misma familia de la desprestigiada Sarah Palin y de los deshonestos y nada históricamente confiables conservadores texanos.

Y se ve tan estúpido, que no pocos han dejado de observar su potencial para hacerlo. Disparar contra un mexicano, un grupo de ellos o de latinoamericanos en general (“hispanos”, en gringolandia), es lo único que le ha faltado a Donald Trump. O que alguien, inspirado por su discurso racista, lo hiciera por él. Como hizo Dylann Roof en contra de nueve afroamericanos en una iglesia de South Carolina. Un día separó la acción del asesino de Charleston y el discurso criminal de Manhattan.
 
 
 
Porque, ¿cuál es la diferencia entre Trump y Roof? Uno escribe un manifiesto racista en contra de los negros (y los “hispanos” que no sean blancos, pues parece gratamente impresionado por las tara-novelas colombianas, mexicanas y de Miami, con actores “más blancos” que los propios gringos: “Hispanics are obviously a huge problem for Americans. But there are good hispanics and bad hispanics. I remember while watching hispanic television stations, the shows and even the commercials were more White than our own. They have respect for White beauty, and a good portion of hispanics are White. It is a well known fact that White hispanics make up the elite of most hispanics countries. There is good White blood worht saving in Uruguay, Argentina, Chile and even Brasil. But they are still our enemies.”.), lo publica en un blog y sale a la calle a matar nueve de ellos. El otro, al lanzar su candidatura presidencial en Estados Unidos, articula un discurso racista en contra de los mexicanos que no son sus amigos (“they are sending people that have lots of problems, and they are bringing those problems with us. They are bringing drugs, they arebringing crime, their rapists…,”), y deja listo el blanco (no tan blanco, moreno).
Al caminar sobre Manhattan días antes de la elección presidencial de 2008, un colega ítalo-americano me decía confiado que Obama ganaría, pues “América” ya había superado el racismo. Escéptico, no dudé de su triunfo -pues no bastando con levantar un gran ánimo entre los jóvenes y activistas de los derechos humanos, Obama se había asegurado el apoyo de poderosos grupos corporativos y, además, sólo era mitad negro con mamá blanca-, mas por los datos y las conductas se percibía claro aún el conocido y obstinado racismo estadounidense.
Con problemas, Obama ganó una segunda vez y resulta significativo que si bien el racismo pudiera no haber crecido en número (la población blanca va perdiendo proporción frente al resto), no desapareció ni disminuyó con un presidente semi-afro-americano, por el contrario, se acentuó en sus manifestaciones: del Tea Party al acoso policial contra la raza negra pasando por supuesto por el espíritu anti-inmigrante, anti-mexicano (y en este caso, no sólo de parte de los blancos, también de los negros e “hispanos” conservadores que se sienten blancos al menos en la preservación de sus derechos como un privilegio exclusivo de los que ya están allí).
Obama nunca fue serio en intentar una reforma migratoria, se prolongaron los kilómetros de muro (Trump sólo quiere terminar el trabajo iniciado, elevarlo y hacer que los mexicanos lo paguen; ¡qué caga-duro!, pagarlo, sí, si se retrotra en los límites a 1821, debieran de responder los mexicanos), aumentaron los grupos segregacionistas, incrementaron los asesinatos policiacos en la frontera y en general el asesinato de “hispanos” (sobre todo mexicanos y centroamericanos; los más prietos) y de negros.
Bill di Blasio, actual alcalde de la ciudad de Nueva York, hizo campaña señalando el acoso policial en contra de los morenos (otra vez, negros e “hispanos”) y al llegar al poder el conflicto con la organización policiaca de la ciudad ha sido unos de los puntos críticos de su gobierno. Esto, en medio de la violencia creciente en contra de todo lo que no sea blanco ni “patriota” (aunque Roof ha descalificado a éstos por parlanchines y cobardes).
El asesinato de los nueve feligreses es hasta hoy el vórtice de la escalada de violencia racial que se ha dado durante el gobierno de Obama. Ahora que se perfila la elección de 2016, los precandidatos republicanos toman con nuevo vigor la bandera racial que, aunque de manera soterrada, comparte también la élite “demócrata”.
Un conocido republicano se carcajeó cuando hablamos de los comentarios imbéciles de Trump, porque “se atreve a decir lo que otros no”. Claro, lo que otros por corrección política reprimen, pero que allí está, lo sienten, lo piensan. El racial ha de ser uno de los mayores conflictos por venir entre los gringos y tendrán que solventarlo. Y en ello va el odio contra lo que no sea blanco, la exigencia al “derecho” a portar armas, el ánimo anti-inmigrante y anti-mexicano en particular y, muy sensiblemente y como atmósfera que permite y propicia el absurdo, un espíritu irracional, anti-intelectual, que se ceba en la estupidez humana y que es todavía un problema mayor.
Por eso Trump y Roof están emparentados, son de la misma familia de la desprestigiada Sarah Palin y de los deshonestos y nada históricamente confiables conservadores texanos.
Dice Donald que tiene amigos mexicanosentre la élite (¿estos son de “los buenos”, Trump dixit, de los “más blancos que nosotros”, Roof dixit?). A diferencia de Roof, Trump ha equivocado el blanco verbal (¡y que yerre en la posibilidad física de su arenga!), pues a esos amigos tal vez debió de referirse con sus torpes y nada inocentes palabras, no a los laboriosos expatriados por los malos gobiernos mexicanos y el sistema que, en vez de protegerlos, humilla y expulsa, no a esos que, para felicidad de Vicente Fox, le cocinan el guacamole y limpian el estiércol de sus torres neoyorquinas.

P.d. Y claro, no hay que ser hipócritas y dejar de reconocer que Donald Trump tiene muchos seguidores en México, lugar de discriminación, clasismo y racismo…; cuando menos.

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