martes, 29 de noviembre de 2016

Fidel y el dueño del yate Granma
Teresa del Conde
D
esde el fallecimiento del gran líder que volvió oscura la noche del viernes 25 de noviembre, empecé a recibir telefonemas que buscaban a mi primo hermano doble (llevamos exacamente los mismos apellidos: Antonio del Conde Pontones, El Cuate), quien fue partícipe en la revolución cubana, y yo recuerdo perfectamente el Año Nuevo de 1959, en que familiarmente festejamos el triunfo de la revolución.
Tan pronto recibió la mala nueva, El Cuate se trasladó a la embajada de Cuba, después de algunas logradas y otras infructuosas visitas de periodistas y amigos a su domicilio en el rumbo de Río Chico. Viajó ya a La Habana, ayer, donde dijo habrá de permanecer unos 20 días.
Lo que quiero decir aquí, pues algunos lectores no lo saben, en este recordatorio unánime de Fidel, es que El Cuate es autor de un libro que fue auspiciado por el entonces embajador de Cuba en México, Jorge Alberto Bolaños Suárez.
Desde aquí mis afectuosos saludos al actual embajador de México en Cuba, Juan José Bremer, y a mi primo Antonio, quien por teléfono expresó el siguiente mensaje: Nadie puede saber lo que siento aquí. Sí, le respondí, ya lo creo, entregaste tu vida a una gran causa y tu héroe, en verdad uno de los grandes de ese siglo tanto por su carisma como por los resultados que logró en cuanto a la relevancia que tiene y que tuvieron sus acciones, acaba de terminar su presencia en el planeta.
El 2 de diciembre de 2013, o sea hace tres años, el presidente de la 62 Legislatura de Cámara de Diputados, Guillermo Sánchez Torres, auspició un nuevo tiraje de la edición de tu libro por parte del Grupo Amistad México-Cuba.
Por más que el volumen, de discretas dimensiones, funciona muy bien como fuente de datos verificables, personalmente he visto, gracias a ti y a que han sido exhibidas en la Casa de la Cultura de Coyoacán, decenas y decenas de fotografías que podrían ilustrarlo y no sería mala la idea de reditarlo, sometiéndolo a una nueva revisión, dado que no sólo hasta se verificó esa exposición, sino que hasta expusiste el proyecto, aún lejos de concretarse, de hacer una película con ese tema.
El libro contiene, aparte de jirones de un material invaluable que registra la historia inicial e intermedia de la embarcación, y los momentos en los que zarpa el yate, previamente entregando a Fidel el pasavante que recibiste, como anotas en tus memorias, habiéndote hecho responsable del embarque de todos los expedicionarios; él no formó parte de la brigada y es natural que así fuera, le dolió mucho el hecho, pero resultaba más útil seguir los acontecimientos desde la costa mexicana, algo que le ordenó Alejandro, como se hacía llamar Fidel entonces) “una vez más, él me desmostró su autoridad, su entereza, respeto, seguridad, respecto de lo que me había dispensado y sobre todo confianza en el desarrollo de mi trabajo hasta al último momento, responsabilizándome de todo en cuanto al Granma se refería” (incluso del hecho de que había temporal que hacía por lo menos difícil la navegación para un barco del calado del Granma”).
Según un mapa, el Granma no costeó sino hasta navegar relativamente cerca de las inmediaciones de la península de Yucatán, hasta donde se trasladó El Cuate en automóvil para seguir el trayecto.
Anota lo siguiente, en fase posterior de su propio periplo: “pasé Tecolutla a la orilla del mar y sin querer verlo buscaba al Granma (es decir, buscaba sus restos náufragos, se entiende). Realmente no tenía que buscar al Granma, porque sin duda estaba navegando…”
El libro de Antonio tiene ciertas características de road film, pero tiene lugar siempre en el asunto, acosado por el temor de encontrar a quienes él mismo se encargó de ayudar a embarcar, aunque a la vez anota con cierta autoridad muy juvenil: el yate sabía hacer muy bien lo que estaba haciendo (es decir, navegar).
El Cuate no causaba daño alguno a su país, que, dicho sea de paso, aclara que no es el suyo porque él “nació en Nueva York, of all places”. Eso es absolutamente cierto, yo todavía no estaba en el mundo cuando él, su hermana y sus padres llegaron a México en el coche en el que hicieron la travesía desde aquella metrópoli, pero Antonio declara que él tenía siete años, no hablaba español.
Yo siempre me he preguntado acerca de la razones por las cuales ocurrió ese traslado, que deben ser más complejas de las que se manejaron en su momento.
Declaro que yo me llevo estupendamente bien con mi primo, lo único que le objeto es su horario, pues se levanta a las seis de la mañana, va a la iglesia del Carmen, toca las campanas y hace deporte; se traslada siempre a pie o en motocicleta. Es apenas un poco menor que Fidel Castro, el héroe de su existencia.

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