domingo, 27 de noviembre de 2016

¿Qué se trae Trump?
Jorge Durand
H
ace unas semanas la pregunta que nos hacíamos era: ¿qué se cree Trump para descalificar a personas, minorías y países? Sus arrebatos eran atribuidos a un bufón, alguien sin experiencia en política, a un conductor de programas televisivos capaz de despedir, en público y con prepotencia, a un concursante y acusarlo de ser un perdedor, un loser.
Ahora tenemos que preguntarnos: ¿qué se trae Trump?, que empezó su campaña acusando a México y los mexicanos y ha seguido con el mismo tono ahora que es presidente electo. Hay algo personal en este asunto. Por alguna razón México es el blanco de sus fobias y sus ataques.
Se le han atribuido varios fracasos en sus intentos por hacer negocios en México, uno el Trump Ocean Resort México, al sur de Tijuana, Baja California, y una negociación fallida en el Caribe por unos terrenos y una supuesta mordida de 20 millones de dólares a un alcalde panista, para autorizar el cambio de uso del suelo.
Al comienzo de su campaña advirtió y amenazó en un mensaje de Twiter: “Tengo una demanda en el corrupto sistema judicial mexicano que gané y que, hasta ahora, no he podido cobrar. ¡No hagan negocios con México! La denuncia por la organización del concurso Miss Universo en Quintana Roo, donde dice haber perdido dinero, era considerada algo menor en febrero pasado, ahora habrá que ver qué pasó con ella. Como quiera, llama la atención que el negocio particular de un candidato sea parte de una campaña política orquestada para señalar a México como su principal enemigo.
Los conocimientos que tiene Trump de política y relaciones internacionales son escasos, pero sí sabe de negocios a escala internacional. Y ha trabajado exitosamente con sus famosas torres en Estambul, Panamá, Toronto, Punta del Este y Río de Janeiro. Por otra parte, tiene intereses y negocios de todo tipo en muchos países. Es un buen ejemplo de los que sacan el dinero de su país y lo invierten en el extranjero.
En ese sentido, para Trump la ecuación es muy simple: todo se resuelve de manera fácil y ejecutiva, con dinero de por medio. Pero en política el arte de la negociación comercial no es necesariamente el mejor consejero.
En política internacional el lenguaje del dinero no es el único ni el primer argumento. Para Trump los problemas de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), la estructura militar más espectacular que existe y que sirve para el equilibrio mundial de fuerzas y como arma disuasiva, se resuelven si todos pagan sus cuotas.
Es igual con el problema del muro y la frontera con México. No se trata de un asunto de seguridad nacional, de combate al terrorismo internacional, de una nueva política de combate al narcotráfico. Se trata de quién va a pagar el muro.
Es muy posible que el Tratado del Libre Comercio le haya afectado de alguna manera si seguimos la hipótesis de que se maneja desde su perspectiva personal y su peculiar manera de hacer negocios.
Para Trump el juego político se asemeja más bien a una negociación comercial. Por ejemplo, ya dijo que el primer día de su mandato Estados Unidos se sale del negocio del Acuerdo de Asociación Transpacífico (ATP). Sin embargo, en otros campos, los matices han empezado a aflorar. El blanco y negro ha dejado de ser la línea tonal de su retórica. Ya señaló que el sistema de seguro social (Obama Care) tiene algunos elementos positivos y que se deben respetar. También ha retrocedido en su idea original de enjuiciar y encarcelar a Hilary Clinton; ahora ha reconocido que fue una recia contrincante que merece respeto.
Su idea original de deportar a los 11 millones de migrantes irregulares también ha entrado en el campo de los grises. Se supone que ahora va a deportar a 2 o 3 millones de criminales. Luego verá qué hace con los demás. Esperemos que después de haber llevado a cabo su limpieza étnica, reconozca la importancia que tiene para Estados Unidos la mano de obra mexicana, mayoritariamente honesta, esforzada y trabajadora y proceda a hacer una reforma migratoria. No hay otra salida. Incluso para Trump. Aunque en la práctica siempre es más conveniente tener a una clase trabajadora amenazada con la deportación y mantener el status quo.
Por lo pronto habrá que esperar la deportación sistemática de los migrantes calificados de criminales. Y para enfrentar este escenario, ya cercano, hay que tomar medidas concretas y urgentes.
La experiencia pasada de la deportación masiva de pandilleros de la Mara 18 y la Mara Salvatrucha ha sido un problema muy serio para los países centroamericanos. El gobierno mexicano tendrá que examinar con mucho cuidado a quiénes deportan y si son mexicanos de nacimiento. No es lo mismo un migrante calificado de criminal porque se pasó una luz roja que un asesino serial. En cada caso se debe solicitar información precisa y de ser posible los expedientes judiciales.
Se ha documentado, en varias ocasiones, que las bandas criminales reclutan a migrantes deportados. El problema puede ser mayúsculo si no se toman medidas pertinentes.
Entre toda la verborrea de la campaña electoral estadunidense, México y, en mucho menor medida, China han sido los dos únicos países señalados con nombre y apellido.
El recurso de acusar de los problemas domésticos a los extranjeros suele ser común en los populismos y nacionalismos, como plantea el mismo Trump en su lema de campaña.
Pero también hay sobradas razones para pensar que el antimexicanismo de Donald Trump tiene un trasfondo racista y supremacista. Se ha cuidado muy bien de decir algo que ofenda a los negros; en ese sentido tiene el chip que controla los exabruptos raciales muy bien integrado. Pero para el caso de los mexicanos no hay control ni freno, se trata de culpar al extranjero, más aún cuando es calificado de ilegal, ya no se diga cuando son calificados de criminales.

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