lunes, 3 de julio de 2017

Izquierda pro-capitalista
Gustavo Esteva
L
a postura abiertamente anticapitalista de la iniciativa del CNI ha provocado muy diversas reacciones. Es útil examinarlas al reflexionar sobre lo que significa hoy estar contra lo que hace y dice el capital.
La reacción más general a la iniciativa la considera irrelevante. No se le ve como amenaza real. Provoca indiferencia teñida de desprecio y rechazo. Se da por sentado que la mayoría de la gente seguirá encerrada en la prisión capitalista, tanto por las dependencias cotidianas del sistema como por sus sueños, formulados aún en su seno. Prevalecería la convicción de que, a pesar de todos sus defectos, el capitalismo está para quedarse y no se ha encontrado todavía nada mejor; o bien, a la convicción de que la fuerza y características del régimen dominante hace insensato enfrentarlo abiertamente. Se tenga o no una posición crítica respecto del capitalismo, esta indiferencia conduce a buscar alguna forma de acomodamiento con fuerzas que parecen imbatibles. La lucha abierta contra el capital, como la del CNI, carecería de viabilidad y sería mera retórica ilusoria y hasta demagógica.
Quienes pretenden estar colocados a la izquierda del espectro ideológico adoptan a menudo esa postura. Su cinismo se esconde apenas bajo la sombrilla del realismo. Pablo Iglesias, de Podemos, lo señaló sin matices: Que se queden con la bandera roja y nos dejen en paz. Yo quiero ganar (Público, 26/06/15). Su posición no está lejos de la que adoptan los gobiernos llamados progresistas de América Latina. El marxista García Linera celebra el capitalismo dependiente, desarrollista y extractivista de Bolivia porque, según él, el fruto de la explotación se distribuye ahí entre la gente. Mujica, en Uruguay, habría cambiado su sueño de transformar el mundo por la buena administración del capitalismo. Para Lula, sus políticas eran todo lo que la izquierda soñaba que se hiciera (La Jornada, 3/10/10). “Un obrero metalúrgico –decía con orgullo– está haciendo la mayor capitalización de la historia del capitalismo...” (Proceso, 1770, 3/10/10). La izquierda de Brasil apoyó su alianza con empresarios y corporaciones, como hace la izquierda de México al apoyar alianzas semejantes de AMLO, que sólo buscaría, según sus propios dichos, limar las aristas más agudas del capitalismo neoliberal.
Un argumento en la misma línea que pretende ser más sutil considera que, a menos que el anticapitalismo logre mayoría mundial, lo que parece imposible en el futuro previsible, implicaría renunciar a todos los frutos de los avances científicos y tecnológicos de la historia humana, que el capitalismo habría absorbido en su producción y determinaría ya necesidades y deseos generales.
En la postura anticapitalista hay ante todo una conciencia clara del peligro actual. El deslizamiento a la barbarie no es ya una disyuntiva teórica, como la que planteaba hace cien años Rosa Luxemburgo: es una amenaza inmediata, cumplida ya en muchas partes. Luchar contra el capital es hoy asunto de supervivencia, porque lo que hace al ambiente pone en peligro la de la especie humana y lo que hace a la sociedad y la cultura destruye las bases de nuestra convivencia e intensifica todas las formas de la violencia reinante.
La lucha contra el capital exige ante todo reconocer que nuestras necesidades no son ya imposición de la naturaleza, sino fruto del despojo. El que hoy padecemos es semejante al de los comuneros que necesitaron techo, comida y empleo cuando en los inicios del capitalismo se les expropiaron sus medios de subsistencia. Nuestros deseos tienen ya forma de mercancías. Haber conquistado el primer lugar mundial en el consumo por persona de refrescos de cola significa que se ha dado forma capitalista a la sed de un amplísimo sector de la sociedad mexicana.
Recuperar deseos y necesidades es paso necesario en la lucha contra el capital. Es el paso que dio Vía Campesina, una de las organizaciones más grandes de la historia humana, cuando sostuvo que debemos definir por nosotros mismos lo que comemos... y producirlo. Recuperar el deseo de la propia comida, cultivándola en una tierra recuperada o en el patio trasero de una casa rentada en la ciudad, implica romper con relaciones sociales propias del capitalismo, recuperando simultáneamente medios de producción y capacidad autónoma de decisión en una dimensión central de la subsistencia.
Los zapatistas tienen un altísimo grado de autosuficiencia en todos los aspectos de la vida cotidiana, sin caer en relaciones capitalistas de producción. No por ello renunciaron a comprar machetes, bicicletas o computadoras en el mercado capitalista, en el que también colocan productos para satisfacer necesidades y deseos que definen en forma cada vez más autónoma. Se trata de un realismo muy diferente al que se practica arriba.
Su lucha abierta y decidida contra el capital reconoce sin matices ni reservas que falta lo que falta. Sin prescribir recetas para todos o refugiarse en cualquier doctrina universal, insisten en la necesidad de organizarnos, lo que en la práctica significa que cada quien, en su tiempo y su geografía, ha de aprender a gobernarse y a construir su mundo más allá de la prisión capitalista.
Sólo así, no con acomodamientos cómplices, podemos evitar la barbarie a que se nos está conduciendo. Y esta posición, contra lo que piensa la izquierda pro capitalista, se extiende continuamente entre personas comunes, unas veces por la mera lucha por la supervivencia bajo la tormenta actual, y otras veces en nombre de antiguos ideales.


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