lunes, 12 de noviembre de 2018



COLUMNAS

Sobre una columna de El Heraldo o cuándo Narro pidió a Meade cambiar de nombre para derrotar a AMLO

@FedericoArreolalun 12 nov 2018 06:48
 
  
 
Los mercados juegan a favor y en contra de todos, de plano
Los mercados juegan a favor y en contra de todos, de plano
Foto propiedad de: internet

La columna la firma Carlos Mota: “Los mercados ya no confían en Urzúa”. No es mala columna, desde luego que no. Si careciera de calidad lo que escribe el señor Mota, no lo publicarían en un medio tan cuidadosamente editado como El Heraldo de México, periódico que apenas vive sus primeros años —nada tiene que ver con el viejo diario del mismo nombre ya desaparecido. El problema del artículo de Carlos no es su calidad, sino su fuente de inspiración: la religión de la derecha que adora al Dios Mercado.
Por ignorar a los mercados, dice Mota en resumidas cuentas, el equipo económico del presidente electo está viviendo serios problemas. El que tiene la tarea más complicada es el futuro secretario de Hacienda, Carlos Urzúa —si leemos también a Pablo Hiriart de El Financiero, habría que añadir a otra víctima, Alfonso Romo, de la ira de la implacable divinidad que es el Dios Mercado. Lo que suponen tales analistas y otros muchos es que Urzúa y Romo no podrán hacer su trabajo en el próximo gobierno, o no con eficacia, porque los mercados dejaron de confiar en ellos: no les creen porque ambos colaboradores de AMLO son incapaces de controlar a las estructuras de Morena que con suma facilidad retan o de plano no toman en cuenta al Dios Mercadoque, cuando se siente despreciado, reacciona rápidamente depreciando el peso y tirando la bolsa de valores. Ya pasó dos veces, cuando se canceló el aeropuerto en Texcoco y cuando el senador Ricardo Monreal, sin consultar al presidente López Obrador, decidió ir contra el abuso en las comisiones que cobran los bancos por sus servicios.
¿En serio los mercados son tan poderosos? Por lo visto, sí. Pero, al mismo tiempo, son instrumentos que no benefician necesariamente a la sociedad y cuyos designios terminan por destruir a sus más leales feligreses.
Andrés Manuel ha vivido y vivirá momentos difíciles cuando enfrente al Dios Mercado. Procurará no hacerlo sin contar con planes para mitigar las reacciones de los operadores financieros, supongo, o solo lo hará cuando sienta que es absolutamente necesario, como en el caso del NAIM en Texcoco, un proyecto que al paso que llevaba sin duda iba a provocar una crisis en México: sus costos económicos, por no mencionar los ambientales, no paraban de crecer e iban a seguir aumentando tanto que terminarían por hacer inviable al gobierno.
Por cierto, el peor momento del presidente Enrique Peña Nieto llegó no por ignorar al Dios Mercado, sino por adorarlo tal como lo exigen los libros sagrados del neoliberalismo. Cuando se liberó el precio de la gasolina la inconformidad de la gente casi provocó una revuelta violenta. Pienso que la cosa no llegó a mayores porque la sociedad mexicana sabía que pronto se celebrarían elecciones presidenciales y, por lo tanto, en las urnas iba a poder vengarse tanto del gobierno adorador de los mercadoscomo del mismísimo Dios Mercado. Y así ocurrió.
Uno de los aspirantes presidenciales priistas, del equipo del gobierno que tanto se entregó al mercado, el doctor José Narro Robles, pensó que el grupo político de Peña Nieto perdería las elecciones si seguía montado en el fanatismo neoliberal. Así, le propuso al entonces secretario de Hacienda, José Antonio Meade, que por favor hiciera cualquier cosa que tuviera que hacer para bajar el precio de la gasolina. Meade le dijo a Narro que los precios solo los podía bajar el mercado.  Narro replicó: “Entonces, José Antonio, por el bien de México, del PRI y del gobierno del presidente Peña, cámbiate el nombre: que te bauticen ahora como Señor Mercado y actúa antes de que todos nos arrepintamos”. Si Meade hubiera moderado al mercado, hoy quizá sería presidente electo de México. No lo hizo, entonces perdió, y por mucho.
El Dios Mercado causó la derrota de los partidos que lo idolatran, no solo el PRI, también el PAN, dos institutos políticos actualmente en crisis, absolutamente incapaces de representar nada en términos de la agenda del nuevo gobierno.
En resumidas cuentas, al Dios Mercado, porque es vengativo, hay que tomarlo en cuenta, pero sin llegar al fanatismo. Después de todo, los mercados solo benefician a unos pocos operadores financieros y empresarios habilidosos, pero cuánto perjudican a la mayoría de la población. La gasolina cara no es algo que agradezca la gente, ni tampoco resulta digno de aplauso entre las clases medias el abuso indudable en las comisiones bancarias. 
El presidente Andrés Manuel López Obrador y sus operadores económicos Carlos Urzúa y Alfonso Romo, al margen de si los mercados confían en ellos o no, tendrán que ser inteligentes para tener más o menos contento al Dios Mercado, pero deberán hacerlo sin ceder a todos sus caprichos. Afortunadamente el poder se llama poderporque, precisamente, puede: y el gobierno podrá, si se lo propone, poner en orden no al Dios Mercado, que está en los cielos, sino a sus representantes terrenales en México, que quizá no se han portado tan bien y que, por lo demás, se la viven en las oficinas públicas pidiendo favores. ¿De qué estoy hablando? De que las presiones  son de ida y vuelta y de que el gobierno no tiene por qué soportar sin responder todas las agresiones. La ley autorizará a los nuevos funcionarios a dar algunos manotazos y, si fuera necesario, a dar muchos más. Gobernar también trata de eso.

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