jueves, 18 de mayo de 2017

¿Populista yo?
Soledad Loaeza
E
l discurso del presidente del PRI, Enrique Ochoa Reza, ante la XXXIX Sesión Extraordinaria del Consejo Político Nacional es un ejemplo perfecto de un discurso de corte populista. Se mueve en la imprecisión ideológica, pretende responder a todas las demandas, satisfacer a todos sus militantes. No se reconoce más que en la negación de una sombra oscura, informe, que –nos advierte Ochoa– amenaza el crecimiento económico, los derechos humanos, y  el ejercicio de nuestras libertades, y que él llama arbitrariamente populismo. Esta definición poco o nada tiene que ver con lo que los demás entendemos cuando escuchamos un término que en nuestra experiencia mexicana se refiere más a una forma de relación entre el Estado y las clases populares, que a la violación de los derechos humanos, o a la pérdida de nuestras libertades, como pretende el actual presidente del PRI.
No obstante, me pregunto si Ochoa es consciente de que entre su definición de populismo y el fenómeno político que así se denomina normalmente hay algunas coincidencias, por ejemplo, decir que sí a todos. Por eso los populistas rechazan la idea de partido y se acogen a la de movimiento. El populismo también denuncia una sombra oscura, pero se refiere a las élites como adversarios del pueblo; y, un líder populista podría retomar la desafortunada metáfora del doctor Ochoa y decir que su responsabilidad es sacar a México de la oscura caverna del neoliberalismo. La verdad es que su descripción de todo aquello que puede precipitar sobre nuestras cabezas esa sombra oscura es exactamente lo que ha sido hipotecado por los últimos tres gobiernos no populistas, encabezados por su partido.
El presidente Ochoa parece creer que las palabras cambian la realidad, y que basta que él empiece a denominar algo –que no sabemos bien qué es– con un término que es para él peyorativo, populismo, para que los demás veamos con desconfianza una política económica de crecimiento, o el intervencionismo estatal. La verdad es que, no me explico porqué Enrique Ochoa dice que se enorgullece de los cambios que ha impulsado el PRI en los últimos años ante los resultados de esas transformaciones. Tendría que ser más específico, o ¿de veras se siente orgulloso de que ya no haya un gran banco mexicano? ¿Está feliz de que sean empresas privadas las que dicten las políticas gubernamentales? ¿Se ufana de que ante las majaderías de Trump bajemos la cerviz y extendamos la mano? ¿Se despierta en las mañanas para festejar el desmantelamiento de las empresas públicas? ¿Brinda porque los obreros mexicanos ganan menos que los chinos?
Vale la pena que leamos este discurso para calibrar la profundidad de la crisis del PRI. Revela que en el seno de la dirigencia priva la confusión. Nada más peligroso para un partido que la diversidad de opiniones y de visiones que según Ochoa Reza hoy caracteriza a su partido. Cuando eso ocurre, cuando los miembros de un partido no se reconocen en un conjunto de ideas, de medios de acción y de propósitos, no logran formular un programa de gobierno, una plataforma electoral que sea una opción para los electores. A partir de su descripción, Ochoa nos prometió que en 2018 la oferta priísta estará –como su discurso– plagada de contradicciones, será errática y oscura como su referencia a nuestra esencia política (la del PRI). Si preguntáramos cuál es ésa, lo más probable es que la respuesta fuera: el intervencionismo estatal, del cual los priístas de hoy reniegan; y el presidencialismo, al que se aferran como a un clavo ardiente. A la mejor por eso el presidente del PRI guardó silencio.
Ochoa habló de la historia de su partido, de la tradición y de la memoria de las múltiples generaciones de priístas que edificaron nuestro gran partido político. No obstante, es de esa historia de la que los priístas de hoy se han desprendido sin reconocerlo. Hace años rompieron con las tradiciones que fundaron Lázaro Cárdenas y Miguel Alemán, Rodolfo González Guevara y Jesús Reyes Heroles, Porfirio Muñoz Ledo y Pedro Ojeda. De la misma manera en que los secretarios de Hacienda de hoy rompieron con Eduardo Suárez, Ramón Beteta, Antonio Carrillo Flores, Antonio Ortiz Mena y Hugo Margáin, que transformaron el país.
El presidente Ochoa también advirtió que no tenían que reinventarse. Es cierto, porque ya lo hicieron, y varias veces. En 1990, por ejemplo, se hablaba ya de la urgencia de una reforma como una verdadera cuestión de sobrevivencia institucional (Leopoldo Gómez, La XIV asamblea, resistencia o reformaNexos, agosto 1990), porque el partido tenía que ajustarse a nuevas realidades como el ascenso del liberalismo económico y una creciente competitividad electoral. Los críticos entonces hablaron de la derrota de Luis Donaldo Colosio, que quería recuperar alguna de esas tradiciones que fueron tal vez conservadas de palabra, pero eliminadas en los hechos.
Ochoa se equivoca. Si el PRI quiere sobrevivir tiene que reinventarse. A la dirigencia del partido le toca imaginar cómo puede ser ese nuevo PRI. Un partido con una identidad bien definida, atractiva y explícita, inteligente y cercana, un partido capaz de ofrecer respuestas claras a los problemas del país y candidatos honestos que también sepan trabajar para el país. Cuando Ochoa dice que su partido no tiene que reinventarse, está diciendo que es el mismo PRI que llevó a Humberto Moreira, a Javier Duarte, a Tomás Yarrington, a Eugenio Hernández, a Rodrigo Medina al poder. Ellos son la sombra oscura, ellos son el principal enemigo del PRI, ellos son los que han arrastrado al PRI a la cueva oscura de la corrupción.

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