COLUMNAS
Ajalpan, Canoa,…, y la imposibilidad de vivir en paz; brutalidad al tañer de campanas
Pareciera que en Ajalpan los pobladores hubieran visto la película de Cazals una y otra vez para repetirla
En 2015 han sido “secuestradores”. En 1968, 47 años antes, fueron “comunistas”. “Comunistas” y “secuestradores”, “ateos” y “violadores” inocentes de los cargos que se les imputaron y por los cuales fueron brutal y barbáricamente asesinados por la enardecida y aun burlesca turba de dos comunidades a pocos kilómetros de la ciudad de Puebla y de México, sedes del poder y control político del estado y el país: Ajalpan y Canoa.
Y ante la nueva tragedia producto del linchamiento “popular”, la referencia histórica es obvia y necesaria pero se trata de sólo un trágico ejemplo entre tantos otros porque en la vertiente de la violencia en México, el linchamiento, junto a las carnicerías del narcotráfico, es una de sus expresiones más recurrentes y brutales. ¿Qué subyace, no obstante, en estas ejecuciones que deben de ser condenadas por todos los que tengan un mínimo de razón y sensibilidad?: La ignorancia. Ignorancia y el mecanismo que la hace posible y facilita la manipulación y el fanatismo que conduce a la embriaguez de odio individual y colectivo. Ignorancia y odio que son evidencia del fracaso de la nación. Se suponía que con las muertes de la Revolución sería suficiente para cambiar al fin al país. No ha sido así.
Y la explicación del fenómeno no es tan simple como ha pretendido un indignado locutor de Puebla, Arturo Rueda: “¿Quiénes son estos pinches indios de Ajalpan que hicieron esto?” (¿significa que estos “indios” son puros en su sangre y en su conformación cultural y que no han experimentado el mestizaje o el cristianismo católico o el que sea?); no, es algo más complejo. No sólo en pueblos “olvidados”, lejanos o desconocidos se vive la ignorancia como un sistema de vida que es promovido y aprovechado por el poder y la televisión como su “mercado” de negocio y control (sí, ese aparato que ahora se regala a cambio de votos, como las 8 millones más que se busca “distribuir” por lo del “apagón analógico”, para que los pobres no se queden sin entretenimiento; ¿sin adiestramiento?), se trata de un fenómeno generalizado en el país. Sin embargo, sus expresiones más brutales y trágicas se dan con mayor frecuencia en zonas manipulables y sin autoridad legítima y capaz, donde priva la ingobernabilidad.
Que Canoa se repita en Ajalpan significa un fracaso siniestro para el país y el tiempo en que vivimos. La responsabilidad no es únicamente de quienes hoy ejercen el poder en cualquiera de sus variantes partidistas, viene desde hace mucho tiempo. 1. Viene del fracaso del partido hegemónico que gobernó durante setenta años -y que aún gobierna en estados y municipio jamás ganados por otros partidos y en su vuelta a la presidencia-; que se volcó a la corrupción generalizada, a utilizar a la población como carne de cañón de sus mezquindad y ambición y se desentendió del proyecto revolucionario de transformar al país en una nación desarrollada y democrática. 2. Se quiso entonces cambiar de rumbo, del desviado nacionalismo revolucionario y de la economía mixta al neoliberalismo encabezado sobre todo por Salinas de Gortari; otro fracaso rotundo que hoy padece la mayoría de la población, una ruina en todos los órdenes vitales. 3. La llamada “alternancia” con la llegada al poder de la “oposición” panista pudo haber brindado alguna mínima posibilidad de cambio, no obstante, los optimistas debieron de tragarse su error de consideración; otro terrible fracaso que anegó al país en la violencia y la impunidad más profunda.
Lo que explica al país fallido es el dramático fracaso centenario del México posrevolucionario que no ha generado condiciones para una vida asequible, balanceada y en paz. Y hoy, esa conjunción de ineptitud, corrupción, injusticia, pobreza y violencia parece estar más presente que nunca antes con incontables ejemplos… En el caso de las ejecuciones tumultuarias es sintomático y simbólico: lo común es recurrir al repicar de las campanas de la iglesia o de la presidencia municipal cuando, ante un grito generador generalmente confundido y falso, se da paso al rito del linchamiento. Se despierta la jauría violenta y el terror comienza…
Esta condición social de ignorancia, pobreza y ausencia de justicia no explica ni justifica la brutalidad de los asesinos y los instigadores que masacraron y quemaron a dos inocentes que demostraron su identidad. Y aunque no la hubieran demostrado, aunque hubieran sido delincuentes, nada valida la barbarie, la crueldad,…, mucho menos la burla, las fotografías, las carcajadas y los aplausos gozosos de su acto; como se registra en los videos del crimen. Este hecho que escapa a la razón no es animal ni demencial, es “humano”, cosa de hombres y mujeres en un contexto propiciador y permisible.
Dos de cinco víctimas fueron linchadas el 14 de septiembre de 1968. La atmósfera opresiva en contra del descontento expresado sobre todo por los estudiantes a nivel internacional y nacional, la lucha ideológica contra el “comunismo”, la condena a la protesta desde el discurso oficial y la manipulación religiosa hicieron posible ese crimen impune que se ejecutó dos semanas antes de la matanza de Tlatelolco el 2 de octubre.
Dos asesinatos acaban de ejecutarse el 19 de octubre de 2015. ¿Qué lo ha hecho posible? El fracaso reiterado del modelo de gobierno de país que sostiene en la marginación, la pobreza, la injusticia y sobre todo en la profunda ignorancia a la mayoría de la población, el hecho de haber llevado desde hace casi diez años al país al vértigo de la sangre que no cesa, en la que todo es permitido incluso la aparente justicia a mano propia, porque nadie cree en las autoridades, la policía, el ejército, la justicia. Porque los gobernantes están permanentemente entregados a su orgiástica ambición personal, al encumbramiento de su poder político y económico. Un contexto de degradación generalizada. Más allá, algunos consideran insuficiente la contextualización sociológica y buscan una explicación en la estructura psíquica de la raza; que los sicólogos intervengan en tal caso.
En 1975, el terror de Canoa horrorizó al país y al mundo cuando se exhibió la película de Felipe Cazals con un realismo atroz. Una y otra vez se señaló la ejemplaridad del caso para extirparlo de las posibilidades de recurrencia. El mismo director y los sobrevivientes lo reiteraron. Uno de ellos, Julián González Báez, en entrevista radial de apenas septiembre de 2013 señalaba que tal crimen no debía de volver a suceder, que era crucial la educación, crítica la sensibilización social, sobre todo en el contexto de creciente violencia que experimenta el país.
Y pareciera que nadie hubiera registrado lo que sucedió en San Miguel Canoa. O pareciera incluso que en Ajalpan los pobladores hubieran visto la película de Cazals una y otra vez para repetirla, reproducirla vívidamente con una barbarie y con una brutalidad complaciente superior a la de 1968. Porque no les bastó con la tortura, la crueldad, el dolor y el terror infligido, quisieron disfrutar en sus narices del olor quemado de la carne humana en llamas.
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