Que la Belisario Domínguez sea para Carmen Aristegui
Por: Jaime Avilés (@Desfiladero132)
30 de octubre 2015.- Si el narco ex gobernador veracruzano, Fidel Herrera Beltrán, es cónsul de México en Barcelona, y el delincuente electoral, Arturo Escobar y Vega, subsecretario para la Prevención del Delito, si Enrique Peña Nieto es presidente de la República y Televisa la Procuraduría de la Justicia, a nadie le extrañe que la medalla “Belisario Domínguez” sea concedida este año, como proponen los senadores priístas, al segundo hombre más rico del país, Alberto Baillères González.
Don Belisario Domínguez fue un médico altruista, un liberal antiporfirista y un opositor de tiempo completo a la dictadura de Victoriano Huerta. El 29 de septiembre de 1913 –a escasos días de que el tirano se reeligiera– pronunció un discurso feroz, para convocar a los miembros del Senado a desconocer al asesino del presidente Francisco Indalecio Madero y, entre otras cosas, les dijo:
Señores senadores:
La verdad es ésta: durante el gobierno de don Victoriano Huerta, no solamente no se hizo nada en bien de la pacificación del país, sino que la situación actual de la República es infinitamente peor que antes: nuestra moneda encuéntrase depreciada en el extranjero; nuestro crédito en agonía; la prensa de la República amordazada, o cobardemente vendida al gobierno y ocultando sistemáticamente la verdad; nuestros campos abandonados; muchos pueblos arrasados y, por último, el hambre y la miseria en todas sus formas, amenazan extenderse rápidamente en toda la superficie de nuestra infortunada patria.
Esa es, en resumen, la triste realidad. Para los espíritus débiles parece que nuestra ruina es inevitable. Sin embargo, señores, un supremo esfuerzo puede salvarlo todo. La representación nacional debe deponer de la presidencia de la República a don Victoriano Huerta por ser él contra quien protestan con mucha razón todos nuestros hermanos alzados en armas y de consiguiente, por ser él quien menos puede llevar a efecto la pacificación, supremo anhelo de todos los mexicanos.
Si habéis creído en las palabras falaces de un hombre que os ofreció pacificar a la nación en dos meses y le habéis nombrado presidente de la República, hoy que veis claramente que este hombre es un impostor inepto y malvado, que lleva a la patria con toda velocidad hacia la ruina, ¿dejaréis por temor a la muerte que continúe en el poder?
Huelga decir que el discurso desquició a Victoriano. El 7 de octubre de 2013, por la noche, cuatro esbirros lo hicieron salir del hotel Jardín –sito en 16 de Septiembre y San Juan de Letrán– y lo llevaron al consultorio del doctor Aureliano Urrutia. Ahí le cortaron la lengua. Después lo trasladaron al panteón de Xoco –junto a donde hoy está la Cineteca– y lo asesinaron a tiros. En 1954, el Senado creó la medalla que lleva su nombre, para premiar a quienes se hayan distinguido como servidores del país o de la humanidad. ¿Qué tiene que ver “don” Alberto Baillères con esto? ¿O mejor dicho, qué tiene Baillères entre manos?
Tiene la mina de plata más grande del mundo –se llama El Fresnillo– que produce 45 mil millones de onzas al año. Tiene una mina de oro –La Herradura– que le da 400 mil onzas de oro. Es dueño del ITAM (Instituto Tecnológico Autónomo de México). Es dueño de la cadena de almacenes de lujo El Palacio de Hierro. Tiene un yate de 92 metros de eslora y tiene… ¡agárrense antitaurinos!, dos ganaderías de reses bravas: Begoña y Mimiahuapan y, para “engañar” a sus amigos de la Secretaría de Hacienda, tiene seis plazas de toros –en Aguascalientes, Guadalajara, Acapulco, Irapuato, Guanajuato, León y Monterrey– donde pierde dinero a manos llenas para reducir al máximo los impuestos que debería pagar por los negocios que sí le resultan exitosos.
Depredador del medio ambiente, hambreador de sus mineros, promotor del “pensamiento único” –según el cual no hay más ruta que la del capitalismo salvaje–, vestuarista de señoras y señores oligarcas, destructor sistemático de las que antes se conocían como “fiestas de toros” y hoy son carnicerías musicales, Baillères no tiene nada que ver con Belisario Domínguez y no cabe en ninguno de los supuestos que premia la medalla, pues no sólo no ha servido al país o a la humanidad, sino que se ha servido de la humanidad y del país para enriquecerse estúpidamente.
Si contrastamos los fragmentos del último discurso del mártir chiapaneco con la lucha de millones de mexicanos que repudiamos la dictadura del “impostor inepto y malvado, que lleva a la patria con toda velocidad hacia la ruina”, y si recordamos que a ella, simbólicamente, también le cortaron la lengua, debemos exigir que la medalla Belisario Domínguez del año en curso sea, por infinitas razones, para Carmen Aristegui.
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