domingo, 26 de junio de 2016

La ópera que Osorio pretende es casi imposible (ópera futbolística, no china); #Rotación

@NietzscheAristosáb 25 jun 2016 19:22
 
  
 
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  A consecuencia del reciente fracaso de la selección mexicana de futbol -la goleada histórica en torneos oficiales frente a la selección de Chile, 0-7-, se ha desatado la polémica y subrayado, entre los comentaristas y analistas de este deporte, la gravedad del asunto del monumental negocio. Y dejando por sentado que existen en realidad muchísimos problemas de verdad severos en la nación, no ha dejado de llamarme la atención que dos comentaristas hicieran referencia al canto en sus argumentos sobre la vergüenza mexicana frente a Chile. Una bastante recurrida, la otra, menos.
El comentario más elemental de los dos dijo que la selección no pudo dar “el do de pecho” que se esperaba produjera dado que tenía todos las condiciones favorables para ello: jugaban como en casa, con su público, con un equipo triunfador (aunque algunas victorias hayan sido pírricas y otras advirtieran la debacle en el horizonte), jugadores “europeos” de gran competencia y mentalidad, “la mejor generación de la historia del futbol mexicano”, “romance” con el nuevo entrenador colombiano, etcétera.
El más elaborado, dijo: “…el poco entrenamiento, los pocos minutos entrenados con este cuadro creo que acabaron pasando una factura terrible y eso pasa en cualquier lado, ¿no?, si vas a ensayar una ópera, si vas a cantar, evidentemente las repeticiones te van dando esas posibilidades; algo que no tuvo esta selección”. Hablando de futbol y su circunstancia mexicana, este comentario parecería extra lógico y vale la pena una reflexión.
Este pensamiento hace su consideración desde ese lugar común entre las “bellas artes” de decir que la ópera es el arte o espectáculo más completo que existe. Y como prueba se menciona a las artes y especialidades involucradas al momento de producirse: música, poesía, teatro, canto, danza (en muchos casos, sobre todo en la ópera francesa) y demás elementos técnicos de producción y auxilio teatral; incluido, elDeus ex machina, para quienes gusten.
Y en cierto sentido la ópera es la puesta escénica más compleja de los últimos tiempos. Sin embargo, contraviniendo el comentario del analista del futbol, no todo es una cuestión de ensayo suficiente para que el acto operístico óptimo suceda, como tampoco, me parece, el acto futbolístico. Y hablo del nivel más alto al que se pueda aspirar en ambos terrenos. En el caso del entrenador de la selección mexicana, el colombiano Juan Carlos Osorio, y su concepto de la rotación tan analizado durante estos días post-fracaso, estamos ante una aspiración extraordinaria y de mayor complejidad que poner una ópera en escena. Siendo el de la rotación un concepto brillantísimo y que exigiría un desempeño de los ejecutantes a nivel de “dioses”, resulta en la práctica imposible.
Como el arte del renacimiento florentino inspirado en los “efectos” que se supone habría producido la tragedia clásica sobre el ánimo del espectador griego, la ópera, es muy amplio y complejo, pongamos un ejemplo concreto y sencillo y realicemos un ejercicio de contrastes y similitudes al observar el posible comportamiento de la rotación de Osorio aplicado a la escena operística y viceversa. Rotación que, llevada al extremo, sería el ideal del concepto, pues supone a un individuo, futbolista o cantante -que es quien ejecuta la acción escénica-, de tal naturaleza que lo llevara, en condición física óptima, a la capacidad de desempeñase en cualquiera de los papeles-posiciones que le fueran requeridas (de las once posibles o del total de personajes de la ópera de que se trate; y aun el coro), que lo hiciera con agrado y capacidad confiable, sobrada, como si la naturaleza misma se expresara a través de él en el tiempo de la acción; que no hubiera nada forzado. Una primera complejidad, tal vez salvable porque existen ejemplos históricos, sería, por ejemplo, que Sparafucile cantara la parte del Duque de Mantua; como decir, que el portero se desempeñara como goleador y a la inversa.
Sparafucile y el Duque son personajes de la ópera Rigoletto, de Giuseppe Verdi, basada en la obra El rey se divierte, de Víctor Hugo. Sparafucile es, en términos vigentes, un sicario del siglo XIX que ejecuta a puñaladas y por encargo. El Duque es un gigoló, un junior, un vividor, un mujeriego, un depravado burlador y violador, un ser despreciable con poder usado para la autocomplacencia (aquí podríamos dar una prolongada lista mexicana a manera de ejemplo). El asesino canta en la voz de un bajo profundo, el sonido más grave en el registro humano; es el portero, digamos, la base armónica. El Duque tiene que cantar la célebre aria “La donna é mobile”, para lo cual se requiere de un tenor, que canta en el registro agudo; es el goleador, por así decir (que además siempre se queda con las bellas; al menos en la imaginación del compositor, el director de escena y el espectador, pues el tenor no siempre tiene la suerte de alternar con sopranos atractivas; y al revés también). Con cierta frecuencia ha habido porteros que sin ser goleadores hacen goles (un caso excepcional parece ser Jorge Campos, que jugó con naturalidad en ambas posiciones). La historia y el disco registran que Enrico Caruso, el papá moderno de los tenores, tuvo una increíble flexibilidad técnica que lo llevó a cantar papeles de diversa característica, ligeros y dramáticos. Y más allá, sin duda habría sido capaz de cantar la parte del puñalero Sparafucile sin dificultad (aunque con las restricciones que la naturaleza impone desde el nacimiento a las distintas voces) debido a su extraordinaria cualidad técnica. Así, alguna vez cantó, desde las entrepiernas del teatro el aria “Vecchia zimarra”, de Colline, la voz del bajo en la ópera La Bohéme, de Giacomo Puccini. Es decir, aquí fue a la inversa que en la mayoría de los casos del juego de pelota, el goleador-tenor desempeñó la parte del portero, lo que es un poco más raro, no sólo para el goleador sino para cualquier otro ejecutante de la cancha. Y en el caso del canto es aún más difícil que esta posibilidad se dé. Y en la ópera, es imposible del todo que el portero se convierta en goleador. Imposible que el cuchillero, si es auténtico bajo, cante la nota aguda final -Si Natural: “¡Peeennnsieeeeeeerrr!”-, en “La donna é mobile”: Imposible. Por más estudio y ensayo que se quisiera hacer. Es decir, el comentarista no ha acertado del todo, por un lado el ensayo no ayuda a ir contra la naturaleza y, por otro, en algunos teatros como el Metropolitan de Nueva York, uno o más cantantes pueden debutar o sustituir a otro de manera óptima sin haber tenido un solo ensayo.
Aumentando la complejidad, así como el jugador ideal del concepto de Osorio llevado al extremo tendría que desempeñarse con naturalidad en las once posiciones y obedeciendo diversos mandatos del técnico, el asesino de la ópera o el depravado galán, tendrían que ser capaces no sólo de intercambiarse entre ellos y de cantar las otras partes masculinas como la del papel titular, Rigoletto, sino también, travestidos, interpretar los papeles femeninos que se encuentran en la antípoda vocal. Así, los personajes masculinos, Borsa, Marullo, Conde Ceprano, Monterone, Duque, Rigoletto y Sparafucile, tendrían no sólo que rotarse entre ellos (casi imposible, pero…) sino también ser capaces de interpretar a las mujeres, Condesa Ceprano, Giovanna, Maddalena, Gilda (once personajes en total, como en el fut). ¿Una locura, un absurdo? No del todo. Recuérdese que por ello existieron en el pasado los castrados –por ley del Estado y más que por ésta, por la voraz sensualidad de gobernantes y curas italianos-, para interpretar roles de mujer en el teatro. Hoy día, que no hay castrados que canten a la manera de mujer (salvo los casos por “no descenso de testículo”), existen los falsetistas que se llaman así mismos contratenores. No obstante, su repertorio es limitado sobre todo a la ópera barroca; y aparte de que Verdi no los empleó en sus obras (sólo hizo el juego del travestimento en una o dos óperas: mujeres en papel de hombre), serían incapaces de cantar, aunque quisieran, ya sea al portero, al goleador o la chica buena y hermosa de la película, Gilda.
Es decir, lo que Osorio pretende no es imposible, pero casi lo es si se exige a un nivel de excelencia; ya al de la perfección de la naturaleza. Lo cierto es que un concepto moderado de rotación sería más factible en el futbol que en la ópera; donde es del todo imposible por el juego del registro y la tesitura (una ópera china, ni pensarlo). Otra cosa cierta es que los jugadores no tendrían el reto de aparecer travestidos para cambiar de posición sobre el terreno de juego; aunque quisieran.
De cualquier manera, hoy no se exige tanto como se cree. Ha quedado reservado para el mito griego el atleta que se cumple a plenitud en la ejecución de su arte deportivo incluso hasta la gloria de la muerte. Asimismo, queda reservada para los griegos la extraordinaria condición ideal y la grandeza de la tragedia, que poco tiene que ver con la ópera renacentista, pues el autor –digamos, Ésquilo, Sófocles-, debía crear la obra, la poesía, la música y debía dirigirla y ejecutarla como actor. Y esto, ante un público ideal también que no iba al teatro a entretenerse, a desaburrirse de su vida ordinaria y sosa, sino que iba al teatro por el teatro mismo, por su complejidad y por descubrir el desempeño del creador; pues las historias de Orestes o Edipo, les eran de sobra conocidas. Los que vinieron a hacer el desmadre, según Aristófanes y Nietzsche, fueron Sócrates y Eurípides; pero ésa, es otra historia.

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