martes, 28 de marzo de 2017

Lengua suelta
Pedro Miguel
E
sto les pasará a toda la gente lengua suelta y (a)llegadas al gobernador. Y voy por ti gober. Atte: el 80. Eso dice la cartulina que el asesino material de Miroslava Breach Velducea dejó en el lugar del crimen, en la colonia Las Granjas, en Chihuahua capital, la mañana del 23 de marzo. O sea que el tipo no sólo fue ejecutor de un designio criminal sino también de una calumnia, porque Miroslava no era lengua suelta. En el habla popular esa expresión hace referencia a la fanfarronería, la indiscreción, la mendacidad o la delación y ninguno de esos defectos puede encontrarse en la persona ni en el trabajo de nuestra compañera asesinada.
La Miros era una periodista profesional y escrupulosa y escribía textos que tenían detrás investigación y documentación. Creía, sí, que la verdad debe ser hallada y difundida por un elemental principio de salud pública aplicable a Chihuahua, a México y al mundo. A esa norma de conducta debieran atenerse no sólo los informadores sino todas las personas a fin de establecer un piso mínimo de confianza, indispensable, a su vez, para hacer posibles el gobierno, la comunicación, el comercio, la industria, la impartición de justicia, el arte, el deporte, la religión, la amistad y el amor; es decir, para que la sociedad funcione.
Las conductas antisociales, por su parte, se perpetran mediante la simulación, la ocultación, la demagogia y la mentira. Aunque hay excepciones, los gobernantes corruptos no pueden realizar sus chanchullos a la vista de todo el mundo, los ladrones operan de manera furtiva, los logreros y vividores son fuentes inagotables de falsas promesas y los asesinos ocultan su identidad, ya sea en el anonimato con el que cometen sus crímenes o parapetándose en complicados mecanismos institucionales que obstaculizan la tarea de establecer un nexo directo entre ellos y sus acciones. Por eso la tarea del periodismo no es únicamente dar cuenta de sucesos relevantes que las audiencias desconocen por la mera ausencia del lugar de los hechos, sino también sacar a la luz asuntos que los poderes fácticos (políticos, empresariales, delictivos, mediáticos) esconden u omiten en forma deliberada.
Ese era el trabajo que realizaba Miroslava Breach. Por eso la mataron.
Hay dos canciones que se llaman Lengua suelta. La primera es obra de Pepe Aguilar, fue lanzada en 1993 y cuenta la historia de un tipo inflado por su más reciente conquista amorosa que va a la cantina y le platica todo al cantinero, quien resulta ser el marido y le mete cuatro plomazos al hablantín. Otra, mucho más reciente, es del autor e intérprete de narcocorridos Lenin Ramírez, El Fantasma, y recrea un diálogo entre un hombre que está a punto de ser ejecutado y su verdugo (dime qué sientes / estar en la silla con pendiente / estando yo sonriente / Ya estás purgando / todavía no te amarro las manos / pinche desgraciado), el cual le reclama una delación. Pero la Miros no era ni indiscreta ni fanfarrona y tampoco delatora. No andaba de chismosa sino que difundía públicamente sus hallazgos en reportajes bien investigados. Y no traicionó a nadie. La delación no es una denuncia sino una traición que supone la ruptura de una complicidad. Su trabajo era, simplemente, contar la verdad.
Pensándolo bien, en un país en donde la mentira, la simulación, el encubrimiento, la traición y la demagogia son gobierno –en los tres niveles–, la verdad difundida amerita una sentencia de muerte. Hoy por hoy el principio de procuración de justicia y la abolición de la pena capital se han convertido en dos más de las infinitas mentiras en las que está enredado el Estado. El sexenio de Calderón dejó más de 120 mil muertes violentas y el de Peña llevaba casi 80 mil a finales del año pasado.
Pero hay que seguir hablando con verdad porque si no esto no va a terminar nunca. La verdad es la base de la toma de conciencia y ésta precede necesariamente a la acción política y social que se requiere para llevar al régimen no al imaginario cementerio de Cocula o a las muy reales fosas de Jojutla o San Fernando –como lo hace el propio régimen con la verdad, con sus víctimas y con las de sus protegidos, cómplices y operadores– sino al basurero de la historia.
Y una verdad particularmente poderosa es que sí, sí es posible construir un país en el que haya justicia efectiva para las víctimas de Aguas Blancas y de Acteal; del Lote Bravo y Lomas de Poleo; de Atenco, Salvárcar, Allende y San Fernando; de Tlatlaya y de Iguala; un país en el que sus habitantes –sean o no lenguas sueltas– puedan vivir sin el riesgo permanente de ser asesinados.
Te queremos, Miros.

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