Bernardo Bátiz V.
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La ciudad y la crisis
Cuando se presenta, como ahora, una crisis económica global, parte provocada por los especuladores y parte como resultado natural del fracaso del capitalismo, que funciona en el mundo entero como una de esas grandes pirámides con las que se defrauda a los incautos, es necesario reaccionar y no quedarnos tan sólo en la etapa de los lamentos, las críticas acerbas, los chistes y las caricaturas, que ciertamente son un desahogo y una protesta, pero que no son suficientes.
Tenemos que actuar. En varias partes del país se están formando ya grupos organizados de producción artesanal de mermeladas, objetos necesarios en el hogar, pan casero y otras mercaderías, que salen mucho más baratas si se fabrican y distribuyen por los mismos que las producen o sus familiares cercanos y vecinos.
En otro ámbito de la vida social, resurge el cooperativismo y aparecen nuevamente mecanismos de defensa espontáneos, que sustituyen a la carísima banca comercial, como “tandas”, cajas de ahorro y otras formas de crédito basadas en la fraternidad y en la confianza.
En la ciudad de México nos encontramos mejor pertrechados que en otros lugares para sortear esta época de vacas flacas; funcionan múltiples servicios destinados a paliar la situación de los más pobres mediante programas sociales, como el de pensión a los adultos mayores, becas a los preparatorianos o apoyos a madres solteras y a incapacitados. La Secretaría del Trabajo se ocupa también, con bastante éxito, de fomentar el cooperativismo, alternativa más justa de producción y distribución de bienes y servicios, sin enriquecer a los intermediarios.
José Ángel Conchello, quien falleció en un accidente extraño cuando encabezaba una campaña en defensa del petróleo mexicano, decía en alguno de sus libros, que en las épocas de crisis económica el Estado debe de promover muchas pequeñas obras útiles, que no requieren de grandes inversiones y que se pueden hacer con mano de obra que en estas épocas se encuentra disponible. El Estado debe ser el rector de la economía e intervenir para evitar los grandes desequilibrios sociales y precisamente uno de sus instrumentos puede ser la inversión en trabajos de poda de árboles, reparación de inmuebles, pintura de escuelas, arreglo de banquetas y otros, que hacen mejor y más fácil la vida de la urbe y que al mismo tiempo generan ingresos para quienes pierden sus empleos habituales.
En su discurso del 23 de noviembre de 2008, Andrés Manuel López Obrador hizo un llamado en un sentido similar. Volvió, como lo ha hecho otras veces, a fustigar a quienes eligen como su ideología política la adoración al dinero, promueven la corrupción y el afán de lucro por encima de la dignidad, los valores morales y el amor al prójimo.
Lamentablemente, muchos de los grandes medios de comunicación, especialmente las televisoras, hicieron el vacío alrededor de esta llamada de atención, que fue rica en conceptos y en propuestas concretas; hubo un periódico nacional, que publicó una pequeña foto en las páginas interiores, con una mujer solitaria enarbolando un cartel en defensa de la economía popular, lo que es una falta de objetividad y un insulto a las docenas de miles de personas que participaron en el acto y que abarrotaban la avenida Juárez desde el Eje Central Lázaro Cárdenas hasta el Paseo de la Reforma.
Otros medios insinúan o acusan claramente al movimiento de violento y arbitrario; en todas estas manifestaciones multitudinarias no hay agresión a nadie, ni vidrios rotos ni piedras volando por los aires ni vehículos destrozados; se esgrimen ideas, conceptos y críticas, algunas ciertamente severas, pero muy merecidas y la tónica es la de un movimiento enérgico, resistente e incansable, pero no violento. Quien llama al pueblo a movilizarse a partir de la dignidad, la verdad, los valores y el amor al prójimo, se acerca más a los grandes líderes morales de la historia que a los incendiarios y anarquistas.
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